Alquimia Política

Bakunin: un hombre que entendió la revolución

Un hombre es según su época. La época hace los valores del hombre trascendentales; pero una época no define el carácter, el sentido particular, la euforia que ese hombre, influenciado y ro­ñado por una época, es realmente. Por tal razón se tiene que recurrir a los escritos vivenciales del hombre a quien se desea conocer, así como a la huella que dejó, perenne o no, en los escar­bados senderos del pensamiento humano. Bajo esta intención retratamos a quien en vida fue llamado Mijail Alexandrovitch Bakunin.

El padre de Mijail, Alejandro Bakunin, era el tercer hijo de Mijail Vasilievich Bakunin. Fue un hombre sensible y sumamente dado a las cuestiones filosóficas, pero algo retrazado en la vida amorosa. Sería para sus cuarenta primaveras que concre­taría ese sentimiento de atractivo ante una dama muy hermosa llamada Várvara Muraviev (de dieciocho años para entonces). La unión de Várvara y Alejandro, fue fructífera en hijos, pero no así en esa comprensión necesaria que alentara, a aquellos capullos, a emplazar un carácter acorde con lo que el espíritu les exigía. Mijail fue el gran afectado de esta situación y por allí, según nos dice E.H. Carr, es posible que encontremos respuesta a lo tumultuoso de su comportamiento y a lo extremista de sus ideas.

En cuanto a la composición final de la familia Bakunin, E.H. Can" nos dice: “...la familia fue en extremo insólita. Los dos primeros vástagos fueron hembras: Liubov y Várvara... Luego vino Mijail... y dos hijas más: Tatiana y Alejandra. Más tarde, des­pués de una breve pausa, vinieron, uno tras otro, cinco hijos más Nicolás, Elías, Pablo Alejandro y Alexis.”

 

Ese tipo de composición familiar le brindó a Mijail un lugar estratégico. Primero, por ser el hermano mayor, de los varones, y segundo, por un detalle muy inadvertido por quienes a su car­go han tenido que relatar la vida de Mijail: su talento innato para influir sobre la mayoría. Era, y así nos lo refiere E.H. Carr, un verdadero líder en ese grupo numeroso que representaban sus hermanos.

El padre de Mijail, Alejandro, era, en acepción del propio hijo, humano. Cultivador de los valores intelectuales de la época y sobre todo, consagrado a la familia: “ ... Falto, (sin embargo), de imaginación e imbuido en cierto modo de fanatismo conservador propio del liberal asustadi­zo,... era el hombre menos indicado para simpatizar con los instintos rebeldes o las ambiciones revolucionarias de la ju­ventud. Fue pródigo de su prudente y previsor afecto hacía sus vástagos... Pero era incapaz de comprender que sus hi­jos pudieran tener opiniones o gustos diferentes de los suyos. No obstante, su austera rigidez..., consiguió mantener siempre vivo el respeto de sus descendientes, incluso del más rebelde”.

La relación entre Mijail y don Alejandro siempre se mantuvo en el fulgor de enfrentamientos y desavenencias, todas, empero sin mayor incidencia que un remarcado resentimiento por no haber existido entre ambos un poco más de comprensión.

En cuanto a Mijail y su madre, Várvara, existieron también marcadas diferencias. Ella, a pesar de ser de un carácter más fle­xible y obviamente contemporáneo con el de sus hijos, no permitió nunca un lazo más allá de su papel de mujer de hogar y de esposa fiel: “Várvara se puso siempre, de manera indefectible, del lado de su marido. La convicción de la infalibilidad de éste no la abandonó ni un solo momento, como tampoco sintió nunca más simpatía que la que sintió su marido por las necesida­des espirituales o las aspiraciones de sus hijos. Y menos to­davía sintió, o demostró sentir, ninguna clase de ternura ha­cia ellos”.

Esta situación formó, en el adolescente Mijail, un tempera­mento conflictivo, así como un reforzamiento a ese espíritu re­belde con que por naturaleza había nacido. Mijail, al completar sus catorce años, tuvo que asumir su precio de hijo mayor: se le tenía destinado a seguir la camera de las firmas. A tal efecto, es enviado a San Petersburgo "con objeto de prepararse para al año siguiente ingresar en la Escuela de Cadetes de Artillería".

La experiencia de las armas condicionó, de cierta manera, la actitud de rebeldía de Mijail, al punto de encauzarle esos fueros internos de indomabilidad a una sistematicidad que concentró sus fuerzas en el intelecto como matriz imprescindible para al­canzar el éxito de la práctica: “El más sólido resultado de este período de servicio militar fue la intensificación del recién nacido afán de auto educa­ción intelectual.” Al culminar su trayecto por la Escuela de Cadetes de Artille­ría, Mijail adquiere nuevas expectativas. Estará, en su condición de militar, en varias comisiones pero pronto decidirá que su ca­mino es otro. Y es precisamente allí donde Mijail deja la cobija de la pubertad intelectual e inicia su recorrido por tendencias fi­losóficas definidas que materializarán el Mijail Bakunin revolu­cionario.

Mijail Bakunin, fue un rebelde. Para formular que un hombre es "rebelde" basta intuir que se niega a obedecer a la autoridad legítima. Pero hasta ese término de "legítimo" tiende a ser poco explícito de la realidad a la cual el hombre se rebela. Aun así, insertándonos en una visión más profunda podemos determinar que el hombre "rebelde" es el portador de una frase: "Yo soy hoy soy yo".1 Y es que en ese transitar de la "vida mía, porque mía la siento" se incrustan los valores y las expectativas de un mundo equivalente a la justicia natural que invade el fuero interno del hombre:

¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante su vida, juzga de pronto ina­ceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese "no"? (...) ese "no" afirma la existencia de una frontera.

En este contexto se encuentra la esencia de rebeldía de Baku­nin, una esencia que le consagra como refutador de un orden que agotó sus posibilidades de felicidad colectiva y que es menester eliminar hasta sus más ínfimas partículas.

El ímpetu de rebeldía de Bakunin se inicia en sus primeras in­cursiones a la escena política. En ella es prolífero en ideas que remarcan las críticas formuladas por Proudhon,* así como matices propios que le dan a su discurso intelectual una resonancia de oposición extrema al sistema dominante. Según nos dice Ja­mes Joll, "Bakunin aportó el ejemplo del fervor anarquista lleva­do a la acción". Un fervor qué le hace oscilar entre un antiestatismo declarado y un federalismo libertario, que no sólo organice la sociedad de abajo hacia arriba, sino que permita una integra­ción total de los aspectos de la sociedad que dan movimiento y continuidad al hombre en su desarrollo colectivo. En ningún mo­mento encontramos en Bakunin un individualismo frenético, menos aun un colectivismo desbordado; por lo contrario, en las ideas bakunianas hallamos en equilibrio entre orden y libertad que configuran las esfinges de un Bakunin rebelde con instintos revolucionarios remarcados:

Bakunin deseaba trascender desde (una) pluma crítica y fe­cunda, al plano filosófico-social práctico, es decir, a la aplicabilidad de sus ideas. Esto se le hizo difícil por no consti­tuir parte del binomio que históricamente había legado bue­nos resultados a otros pensadores sociales del s. XIX.

Es obvio que los argumentos citados de Víctor García (cuyo nombre verdadero fue Germinal Gracia, y quien falleciera el 10 de mayo de 1991), van en referencia a ese binomio que constituyó Marx y Engels, en el cual se pudo apoyar el marxismo para conformar en la primera Internacional un frente coherente que se impuso al bakuninismo. A Bakunin le faltó esa otra mano atina­ba que le refrendara el camino y le diera consistencia a sus ideas.  “Es verdad que Bakunin tuvo a Guillaume (joven maestro de escuela a quien Bakunin había conocido en 1867 en el Primer, Congreso de la Liga por la Paz y la Libertad); pero por varias razones Guillaume no fue capaz de empezar la edición de las obras de Bakunin sino treinta años después que los restos de éste descansaban en la tumba. Entonces las editó, exactamente tal como Bakunin las había escrito y, consecuentemente, todos los defectos literarios del original permanecieron".

A todas estas, podemos agregar que Guillaume realizó una la­bor magnífica al recoger toda esa información escrita de Baku­nin que, a pesar de su lenguaje golpeado, logró transmitir el es­píritu crítico de un pensador de indudable sensibilidad social:

Guillaume, sin embargo, al revés de Engels, no poseía genialidadad, y aunque se le puede considerar como un intelectual capaz, no pudo continuar el pensamiento de la es­cuela bakuniniana.

Ahora bien, ese Bakunin puro pensamiento no constituyó el único eslabón que le une a la sociedad como promulgador de ideas reivindicatorias No Su grandeza estuvo más allá, complementándose, como dijéramos anteriormente, con la acción y fulgor revolucionario.

Erich Fromm, en su obra "Psicoanálisis de la sociedad contemporánea" (1955), nos dice que Bakunin habla (al igual que Ower y Proudhon), del "hombre" y de lo que le sucede en tiempos de régimen industrial: Aunque (lo expresa) con términos diferentes, (halla) que el hombre ha perdido su lugar central, que se ha convertido en un instrumento de objetivos económicos, que se ha convertido en un extraño para sus prójimos y para la naturaleza que ha perdido las relaciones concretas con unos y otras, que han dejado de tener una vida con sentido.

Pero alcanzar tal reflexión implica una preparación profunda y eminentemente bien seleccionada. No se trata de manejar información sobre la sociedad, sino de manejar la "verdadera" información; la más elevada y clara información que desnude el sistema en sus aberraciones y, por supuesto, sus contribuciones. El término "verdad", tan multifacético en nuestras acepciones, viene aquí refrendado por todo aquello que va en contra del hombre y sus valores naturales. La libertad más que un privile­gio es un derecho natural, ir en contra de ella, como la burguesía demostró (y ha demostrado), implicaría imbuimos en una menti­ra dentro de la sociedad. Buscar la verdad es contraponer a esa violación de derechos, alternativas que articulen sistemas de or­ganización más cercanos al hombre y su anhelo de felicidad.

Bakunin no escapó a esa "necesaria" preparación. El encuen­tro del rebelde con la formación intelectual ya se había consu­mado con el ejemplo de su padre en casa, pero, por esa rigidez de formación de don Alejandro, Bakunin no tenía un panorama literario que fuera más allá del dogmatismo y las ideas de orden y ley. Seria en su experiencia militar que tropezaría con pensa­dores más audaces y temerarios que le abrirían un nuevo hori­zonte de reflexión e interpretación del hombre y la sociedad: “...su pensamiento se despierta, hacia 1834, esto es, cuando tiene veinte años, gracias al contacto con la filosofía ide­alista alemana”.

Según Arvon (en su obra "Bakunin, absoluto y revolución", Barcelona, 1975, p. 23), "Bakunin había descubierto a Schelling cuando, siendo un joven oficial de artillería en un rincón perdido de Lituania, buscaba ocupar su forzada inac­tividad leyendo un opúsculo de Venevitinov, joven filósofo fallecido a los veintidós años de edad, que precisamente se había adherido a la escuela de Schelling (...) Este descubri­miento, sin embargo, como reconoce Arvon, fue acciden­tal.

Tal antecedente marca la primera etapa del pensamiento bakuniano. Se le puede catalogar, como ciertamente lo hace Cappelletti, como un tiempo "idealista-metafísico", el cual va a comprender desde 1834 hasta 1841, que es cuando se encuentra con el pensamiento hegeliano.

El tiempo "idealista-metafísico" de Bakunin transciende entre la filosofía kantiana y la exaltación de la eticidad absoluta del "yo" como creador del mundo espiritual, en la cual se encontra­ba el pensamiento de Fichte.

Immanuel Kant (1724-1804), pensador alemán, tiene sus raí­ces filosóficas en la Ilustración, pero su intento por establecer un método comprensivo y una doctrina de la experiencia que soca­vase la metafísica de los siglos XVII y XVIII, le hizo diferen­ciarse en su tiempo de otras escuelas del pensamiento. Kant par­te de la pregunta ¿por qué no pensar que la causa última de las conclusiones antagónicas de los grandes sistemas, está en la in­capacidad de la razón para llegar al fondo de los problemas?:

Kant va a someter dicha capacidad a un examen implaca­ble, antes de proceder a una construcción sistemática. Ese será el objeto de las "Criticas": examinar la capacidad, el valor y los límites de la razón humana, y el de todo pensa­miento kantiano, pues a él dedicó toda su vida. Esto es lo que se conoce como problema crítico.

La solución de este problema es el idealismo trascendental, consistente en afirmar que el conocimiento humano consis­te en una síntesis de elementos aportados por la experiencia y de otros subjetivos y que dicha síntesis es activamente producida por el espíritu.

Es de entenderse que esta concepción idealista kantiana, que no rechaza el racionalismo, sino que lo profundiza hasta llevarlo a un "racionalismo crítico", configuró fuente de inspiración de Bakunin para erigir sus ideas, no sólo de rebeldía contra el sistema sino de desprecio hacia lo "dogmático" e impositivo de un racionalismo dirigido por un poder omnipotente.

En cuanto a Johann Gottiieb Fichte (1762-1814), alemán bien, encontramos un intento por discernir el método del Proceso psicogenético de aceptación de la ley moral como lo supremo. Para Fichte, según nos dice Ferrater Mora,* la conciencia es el producto de una última causa en el universo. El mundo en el que cada individuo vive en su propio mundo, traído al "ser" por la acción creadora de lo último. Es decir, la materialización del hombre en su forma terrenal obedece a lo supremo que le ha conformado como esencia humana. Es difícil para nosotros poder formular qué y cuáles elemen­tos, Bakunin abstrajo del "idealismo alemán", pero en sus escri­tos ha dejado claves que nos hacen suponer que su influencia es­tuvo en el modo de apreciar al hombre como centro de un sinfín de contradicciones que le alejan del sentido último de su existencia terrenal: la felicidad. Sobre este sentido último, se han re­alizado muchos análisis, pero por lo limitado de nuestro concep­to de estudio, hemos preferido dejarlo tal cual Bakunin lo conce­bía: como meta final de la conquista de la libertad.

Conviene advertir que en Fichte, para el cual ninguna ac­ción puede considerarse moral si responde a un imperativo ajeno al Yo, pudo encontrar ya el joven Bakunin un germen de su afirmación anarquista de la personalidad como valor supremo.

En 1837 llega definitivamente a Hegel. El Hegel que conoce Bakunin es un Hegel romántico, en el cual la laboriosa trama dialéctica importa menos que el ímpetu ontológico, un Hegel hecho a la medida para quien desea revolucionar todo el pensa­miento sin cambiar nada de la realidad social y política.

Se entusiasma con la "Fenomenología del espíritu", en donde el espíritu se eleva desde el saber vulgar al científico, recorriendo los estadios o fenómenos de dicho espíritu; así como con la "Filosofía de la Religión. Pero ha de tenerse en cuenta que     para entonces el hegelianismo "sirve (...) en Rusia como nuevo y ade­cuado instrumento intelectual para justificar la autocracia zaris­ta. El principio de la racionalidad de lo real concluye sustentan­do la racionalidad del Estado y del Estado absoluto".

Para este tiempo, nos cita E.H. Carr, Bakunin se va a expresar de la siguiente forma: "No existe el mal; el Bien está en todas partes. Lo único malo es la limitación del ojo espiritual. Toda existencia es vida del espíritu". Y si a ello añadimos las ideas del Hegel respecto al Estado, obtenemos el siguiente contraste:

El Estado es fin en sí, el Estado es el Bien, el Estado es el paso de Dios sobre la tierra, que protege los fines individuales, pero que tiene fines propios encima de todo indivi­duo. Es indudable que el joven Bakunin rebelde estaba sensibili­zando sus perspectivas de la sociedad, pero en un marco, y en ello se presenta conciso, en que lo espiritual supera las aberra­ciones y depravaciones de la carne.

El segundo tiempo intelectual de Bakunin, que se divide en dos etapas, mantiene ese idealismo romántico que le caracterizó en la primera etapa. La diferencia se remarca en su inserción dialéctica al estudio de los fenómenos sociales, en la cual, obvia­mente, se encuentra el espíritu hegeliano.

Pero el hegelianismo duraría poco tiempo. Bakunin, que se había consagrado como un hegeliano de izquierda (caracterizado por una dialéctica básicamente idealista), exploró otros rumbos. La obra de Stein (1757-1831),  “El socialismo y el comunismo en la Francia Contemporánea”, inició en el joven Bakunin un proceso de "catarsis" sobre la realidad europea. A través de la expo­sición de las ideas de Saint-Simon, Leroux, Fourier y Proudhon; Stein involucra a Bakunin con la realidad francesa y le hace compenetrarse con el espíritu reivindicativo de una Francia abandonada en las ideas de libertad y fraternidad que moviliza­ron la estéril Revolución Francesa.

Esta segunda etapa intelectual de Bakunin permanecería hasta 1864, no sin alteraciones, pero sí bajo un formato "idealista-dialéctico" que le perpetúa reflexiones sobre la sociedad y el hombre en oposición a los dogmas del sistema.

Al descubrir las ideas de los denominados "Socialistas utópi­cos" franceses, Bakunin aprecia con verdadera devoción las pro­puestas organizativas, como el federalismo libertario, que Proudhon formulara en sus reflexiones. A todas éstas hay que destacar la influencia de las ideas de Karl Marx y F. Engels, que también llegaron a conocimiento de Bakunin. A tal efecto nos dice Cappelletti: “... (Bakunin) conoce, sobre todo, a los dos hombres que más han de influir en la formación de su pensamiento defi­nido y maduro: Marx y Proudhon (un alemán y un francés, que vale la pena recordarlo); el primero, como el polo ne­gativo; el segundo como el positivo de su actividad intelectual.

Afirmar que en este tiempo Bakunin haya sido Marxista o Proudhoniano, seria irresponsable. "Su ideología, un tanto difu­sa, corresponde más bien al ambiente romántico demócrata-socialista que precede a la revolución de 1848 y, en términos muy generales, a un idealismo ético-social cada vez más alejado en la forma y en el lenguaje del idealismo de los jóvenes hegelianos, aunque no enteramente ajeno a él en el fondo".

Para este tiempo afloran en Bakunin dos características funda­mentales que a "posteriori" le dará personalidad a su pensamien­to. Por un lado las ideas nacionalistas eslavas y por otro el pan­eslavismo. A tal respecto dirá Bakunin en su escrito inacabado "Estatismo y Anarquía":

Los eslavos odian a los alemanes como todo pueblo venci­do odia al vencedor, pero han permanecido irreconcialiados y en el fondo de su alma insumisos. Los alemanes odian a los eslavos como los amos odian generalmente a sus escla­vos; por su odio, que ellos, los alemanes, han merecido bien de parte de los eslavos; por ese miedo constante e in­voluntario que promueve en ellos el pensamiento y la espe­ranza insatisfecha de los eslavos en su liberación. A toda éstas, Bakunin explica su posición ante el paneslavis­mo: “Somos enemigos tan intransigentes del paneslavismo como del pangermanismo, y tenemos la intención de dedicar un artículo especial a esta cuestión...Ese dichoso artículo, que constituyó un primer eslabón en la concepción federalista de Bakunin, apareció en 1848 bajo el nombre del Llamamiento a los eslavos, y en él se recogen Las ideas de Bakunin en cuanto a "reunir las diversas nacionalidades eslavas y hacerlo sin edificar un Estado autoritario de hegemonía rusa". Sino bajo la fórmula de una libre federación paneslava, en la que cada pueblo sea libre y miembro unido a los otros pueblos por lazos fraternales.

Ya a finales de 1847, Bakunin se encontraba afinado en conciencia revolucionaria. Aquel joven rebelde que dijo "no” en calidad de renuncia a la explotación y a la injusticia, se encontraba consciente de una fuerza externa necesaria que impulsara un salto brusco en la historia y brindara una oportunidad de rehacer las cosas desde los principios de libertad y espontanei­dad que desde milenios han acompañado el espíritu del hombre.

La Revolución de 1848, iniciada el 21 de febrero, fue el resultado de una alianza entre la clase trabajadora y la media, contra la burguesía. Esta sirvió como cabida al fulgor revolucionario de Bakunin: “Pero no tardó mucho en darse cuenta de que París no era el lugar más apropiado para sus actividades revolucionarias, mayormente cuando la capital de Francia ya no constituía, según (Bakunin), el único centro de la revolución.”

Bakunin partiría hacia Zurich, embarcándose en proyectos revolucionarios que contaban, en su mejor momento, con la fuerza avasallante de su espíritu liberador. En 1849 cae prisionero en Chemnitz con otros revolucionarios encerrándosele en las cárceles de Dresde y Koenigstein. Se inicia para Bakunin una nueva etapa en la vida revolucionaria; etapa que exigirá de él un espíritu consistente, a fin de soportar los avatares de la tortura, de la soledad y de la privación de su más anhelado derecho: la libertad.

El paso de ese hombre joven rebelde, al hombre joven revolucionario, ciertamente no se da. Sino que se complementa en un solo objetivo: el encauzamiento del fulgor de rebeldía hacia el conocimiento intelectual que contribuiría a la edificación de la revolucionaria. Es pues, un paso trascendental que Bakunin para escalar de su corpulento físico a su grandeza espiritual aún apaciguada en los primero tiempos.

El 9 de mayo de 1849, nos relata Cappelleti, es detenido Bakunin en Chemnitz, Sajonia, por su participación en Dresde. Ello le costó primero ser encerrado por 15 días en la cárcel de la ciudad; luego, debido al excesivo número de prisioneros allí hacinados, fue transferido al cuartel de caballería, y por fin, a partir del 29 de agosto, en la fortaleza de Konigstein, es recluido por un tiempo de 9 meses.

Su primera experiencia de reclusión no fue tan dura. Tuvo algunas comodidades (como una celda no tan fría, se le permitía  fumar, pasear por los jardines, escribir cartas, etc). Pero una vez completado los interrogatorios fue condenado a la pena capital el 14 de enero de 1850.

La apelación quedó sin lugar y el 6 de abril fue la confirmada sentencia. Bakunin no hizo mayor esfuerzo por solventar aquella situación, que antes de permanecer confinado de por vida prefería la muerte. El 13 de junio de 1850, sentenciado a muerte, y en opinión de E.H. Carr, bastante demacrado, es entregado a las autoridades del Imperio austriaco, que lo encerró en el Monasterio de San Jorge en Praga. Allí permanecería hasta el 13 de marzo de 1851, cuando por temor a que se concretara un supuesto plan de fuga, es trasladado a la fortaleza de Olmütz.

Bajo las dudas de que intentara otra acción de fuga, las autoridades austriacas intensificaron los interrogatorios e hicieron el reo se pronunciara al respecto. Bakunin no vaciló en aceptarlo y en afirmar su convicción revolucionaria, ello le valió un punto a favor: fue conmutada la sentencia a muerte y se le condenó a cadena perpetua. El 17 de marzo, del mismo año, fue entregado a las autoridades rusas en la frontera de Galitzia.

Para el 23 de marzo ingresa Bakunin en la conocida fortaleza de "Pedro y Pablo", en San Peterburgo. Allí estará hasta el mes de mayo de 1854, pero dejaría marcado en aquellas paredes lacustres un hecho que el propio Bakunin, al final de sus catalogó como un "grave error": La Confesión al Zar.

A un mes de estar recluido en San Peterburgo, es visitado por el conde Orlov, que era portador de un mensaje del Zar, quien invitaba a Bakunin, en términos moderados y casi corteses, a escribir una confesión de sus delitos.

Es así como se produce la "Confesión" de Bakunin, que no es más que el reconocimiento de sus presuntos delitos, en un lenguaje de gran vigorosidad y colorido. Esta "Confesión", sin embargo, se mantuvo desconocida hasta 1921, generando interpretaciones muy subidas de tono en cuanto a la honorabilidad moral de Bakunin, por parte de quienes fungían de enemigos de dicho pensador anarquista.

Lo cierto es que la "Confesión" al Zar, configuró una crítica sopesada del régimen y un reconocimiento de delitos que no eran más que manifestaciones de rebeldía contra el despotismo reinante.                                          

En 1854 es trasladado a la prisión de Schiüsselburg, situada en la comarca septentrional del lago Ladoga. "Allí permanecería aún otros tres años". En febrero de 1857, Bakunin dirigió una petición al Zar. Este le respondió pronto, dándole a elegir entre la prisión de Schiüsselburg, donde se encontraba recluido, o el exilio a Siberia. Escogió sin dudarlo el exilio. La relativa libertad, aunque fuera en las durísimas condiciones en que se le ofrecía, era siempre un bien para él.  En Siberia, se le fijó como residencia la ciudad de Tomsk.

Al salir Bakunin hacia Siberia aún le quedarían cinco años de limitaciones, pero ello no le paralizó su fuerza interior ni su deseo de preparación. Siguió formando su conciencia revolucionaria en tomo a ideas y postulados intelectuales que cada vez se aproximaba más a ese primer Bakunin lleno de fulgor y rebeldía.

Pero no todo fue fuerza espiritual en Bakunin, tuvo, sin embargo, que soportar las mayores calamidades físicas: Escorbuto, caries, hemorroides, resfriados frecuentes, etc. Minaron la salud física de Bakunin como consecuencia inmediata de una pobre alimentación, de una inmovilidad forzada y de una insalubre humedad; producto de las celdas subacuáticas donde le tocó permutar su sentencia. Bakunin iba a verse, por su amor a (la sociedad), condenado a muerte dos veces en Sajonia (1849) y en Austria (1850); iba a ser expulsado de la mayoría de los países europeos; a ser condenado a la pérdida de sus bienes y a la deportación a Siberia por contumacia (1843); haría a pie el trayecto de la frontera belga hasta París para asistir a las jornadas de 1848; organizaría la resistencia en Dresde un año después; trataría de suicidarse en la cárcel de Olmütz (1850) con fósforos; pasaría tres años en las mazmorras de la cárcel de Pedro y Pablo, en Petersburgo (1851-1854); daría la vuelta completa a la Tierra para incorporarse de nuevo a la inquieta Europa occidental; formaría revueltas, insurrecciones, organizaría asociaciones obreras, conspirativas, sociales; haría frente a Marx, a Engels, a Mazzini, irradiaría en fin una influencia y hasta una admiración como hombre alguno haya, raramente, logrado jamás.

Bakunin, en la medida que su pensamiento se fue afinando con la realidad europea, adquirió nuevas ideas que le llevaron a diseñar, en prisión, un pensamiento revolucionario extremo. En estos años, el proyecto político de Bakunin parece haber tomado la forma de una dictadura revolucionaria, ejercida por su primo y amigo Muraviev, en quien veía al único hombre capaz de unir a los eslavos y de modernizar a Rusia, haciendo de ella un país democrático y progresista.

Aunque parezca raro tal apreciación de un hombre que ha rechazado los sistemas democráticos por considerarlos una mentira a las aspiraciones y deseos del pueblo, este retrato del Bakunin maduro es el producto de una variante, la cual, sugerida por las especiales circunstancias vividas en Siberia, crearon en él una perspectiva distinta de cómo lograr proyectos que hasta el momento conservaba en la penumbra de un recuerdo y en el deseo de una conquista.

La transición del prisionero al anarquista se da a base de una nueva interpretación de la realidad político-social. Lo que Cappelletti llama "variante" no fue más que un cambio en la conceptualización idealista, generando un materialismo que le acompañaría hasta su muerte. En este contexto se enmarca el pensamiento del último Bakunin, que será nuestro punto de análisis a continuación.

Bakunin prisionero desarrolló una producción intelectual fructífera. En 1850 escribe su "Escrito de Defensa" que no es más que su posición ante lo que considera una privación de su derecho a decir lo que a viva voz su conciencia le dictaba. Para 1851 hace extensiva su "Confesión al Zar Nicolás I". El resto de los escritos son cartas vigorosas que intentan plasmar sus sentimientos en la pesadumbre de la prisión. Conjuntamente con sus eventuales escritos se dedica a la lectura y a la constante utilización de sus neuronas para la cordura e higiene mental, la cual se veía amenazada en razón del encierro y a las calamidades físicas que minaban su salud. En 1857 marcharía al exilio a Siberia y ello da inicio a una nueva etapa, tanto intelectual como práctica, en el proceso revolucionario que fluía en las praderas europeas del siglo XIX.

azocarramon1968@gmail.com



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Ramón E. Azócar A.

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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