Un señor
entra en mi casa y veo, muy tranquilo, cómo lo hace. No es que le crea
un amigo pero sí alguien que viene a sugerirme ideas y ofrecerme
soluciones para hacerme la vida más fácil. Y yo le dejo hacer. Recorre
libremente todas las estancias mientras continúo a mis cosas confiado en
su indudable profesionalidad. Pero cuando me quiero dar cuenta ese
individuo se ha llevado de mi nevera hasta la mermelada caducada, ha
vaciado mis cajones y tiene en sus manos las llaves de mi coche. Perdón,
quería decir de "su" nevera, de "sus" cajones y "su" coche, porque
resulta que asombrado descubro que ahora "mi" casa es "su" casa. Me
enseña, para que no dude, el título de propiedad, porque no crean que ha
huido ta cual haría un ratero que me hubiese birlado la cartera en el
Metro, no, éste sigue delante de mí y e incluso está sonriendo burlón,
como
diciéndome: "no sólo te he limpiado sino que encima eres un completo mentecato".
Claro,
yo acudo desesperado a la comisaría más cercana, presento una denuncia y
ésta acaba en manos del Juez. ¿Y saben cuál es la sentencia del Señor
Letrado?: que yo, el que confíó en la honestidad del hombre al que dejé
entrar en mi hogar, al que ese individuo le arrebató absolutamente todo,
soy condenado a hacerme cargo de un crédito que le ha sido concedido a
é, sí, a mi atracador, para que termine de pagar la vivienda y el
vehículo que me sustrajo, y ya de paso instalar jacuzzi en la primera y
ponerle llantas de aleación al segundo. Parece una broma o un desvarío,
¿no? Pues no lo es.
Y
es que si todo esto lo trasladan de un domicilio particular a un País,
de mí a infinidad de ciudadanos, y de un chorizo concreto a ciertos
políticos, empresarios, bancos y adláteres, entiendo que el ejemplo es
perfectamente aplicable a lo que está ocurriendo en España. Nos mienten,
roban, NOS roban, y ahora los saqueadores reciben una fortuna de manos
de los que manejan la pasta siendo nosotros, las víctimas del pillaje y
los que carecemos hasta de lo básico, quienes tendremos que satisfacer
el préstamo y sus intereses. Pero no solo eso, es que encima la letra
pequeña del crédito nos retrotrae a un pasado en el que apenas teníamos
derechos pero tampoco débitos. Ahora nos usurpan los primeros y nos
cargan de los segundos.
El
Gobierno nos está llamando imbéciles al engañarnos, nos toma
por estúpidos al convetirnos en los que tienen que apoquinar el precio
de un dinero que va para los suyos, nos asume como idiotas al seguir sin
privarse de nada estos últimos, los mismos que se llevaron todo, y al
fin nos da palmaditas en la espalda diciéndonos: "y es que además sois
unos gilipollas", al devolvernos a una realidad social similar a la que
teníamos cuando no había democracia. ¿He dicho democracia" Una m......
Y
mientras pido limosa en una esquina para poder pagar las letras de esa
casa que ya no es mi casa ¿saben qué veo?: al que se quedó con ella
entrar en una cafetería, pedirse un cubata y ponerse a ver la final de
la Eurocopa, esa que le ha costado la vida a cientos de miles de perros.
Sí, ¡soy un gilipollas!
@JortegaFr