El golpe de Estado en Paraguay nos trae más de lo mismo. Los países europeos y Estados Unidos emiten comunicados ambiguos-quedabien que no dicen nada ni desaprueban abiertamente el golpe.
El caso español es ya un clásico dentro de la «comunicación guabinosa». Está bien leerlo porque es aplicable a cualquier país latinoamericano en el que se dé un golpe de Estado como el paraguayo. Según los españoles: «El Gobierno español apoya a Mercosur y Unasur en la gestión de la crisis política en Paraguay y subraya su preocupación por la debilidadde las garantías procesales en la destitución del presidente Fernando Lugo».
Apoyar a Mercosur y Unasur, sin rechazar el golpe en el Paraguay, es como contestar a una pregunta con otra, es decir: nada. El Estado español debería tener voz propia en este gravísimo caso que se une al precedente de Honduras: rechazar el golpe de Estado y retirar a su embajador en Asunción, tal como hicieron los miembros de Mercosur y Unasur. ¿Por qué no hacen lo mismo los españoles?
Entre 1958 y 1969 fue embajador del Estado español franquista en Paraguay el llamado «profeta del fascismo español»: Ernesto Giménez Caballero. Cuentan que fue uno de los principales mentores del dictador paraguayo Alfredo Stroessner al que enseñó su «democracia sin comunismo» o aquella que tanto gustaba al propio Giménez Caballero la «democracia generalizada» (la de los generales).
Muerto el perro (Stroessner) sobrevive la rabia en el Paraguay. Familias enrriquecidas después de lustros de dictadura mantienen el poder económico del país y determinan quién manda y quién no de espaldas a la voluntad popular.
Sembrar muertos para justificar un golpe de Estado es propio de «democracias generalizadas» o de manual de la CIA, pero ya todos conocemos la medicina desde Allende hasta el golpe a Chávez en 2002.