Las leyendas y dictámenes impuestos por feudales, iglesia y reyes a los habitantes del medioevo, en Chile tienen similar tono y contenido gracias a que la derecha y sus mayordomos mantienen bien lubricada 'la maquinita que fabrica estúpidos'.
EN LA LARGA y oscura época en que los señores feudales eran dueños de Europa merced a monarquías débiles y pusilánimes, quienes sufrieron con mayor dureza el rigor del clasismo y la explotación fueron los campesinos, conocidos como ‘siervos de la gleba’, cuyas vidas se encontraban adscritas a la tierra y sus futuros ni siquiera alcanzaban a constituir un magro presente, pues eran –para el feudal- elementos prescindibles y de última categoría, al extremo que con la venia de la Iglesia vaticana servían incluso de ‘presas de caza’ a los amos del castillo cuando estos deseaban salir a cabalgar para obtener diversión.
¿Qué ha cambiado desde entonces? Hoy no existen siervos de la gleba propiamente tales; ahora tenemos obreros y campesinos, estudiantes y pobladores. A ellos, los poderosos de siempre ya no los cazan a lanzazos ni a golpes de espada como antes. Una moderna pero criticable policía actúa en nombre de los privilegiados, apaleando, gaseando y sacudiéndole la payasa a puntapiés en los carros de carabineros -o en los calabozos que estos mantienen en sus comisarías- a cuanto ‘pobre con olor a izquierdista’ se le cruce en su camino.
Las sabias palabras que el estratega ateniense Pericles mencionó en el lejano siglo quinto antes de Cristo, no encuentran asidero en la realidad de la vigésima primera centuria: “nuestro sistema de gobierno es una democracia porque ante el Estado y sus leyes todos somos iguales en nuestras diferencias particulares”. Bonita frase, estupenda idea, pero… si los trabajadores no tienen conciencia de clase, no sólo dejan de ser ‘iguales’ ante el estado sino, también, quedan expuestos a ser absorbidos por el perfil fascistoide del neoliberalismo. Más allá de cualquier discusión este es el verdadero escenario sociopolítico del siglo actual, toda vez que el inmovilismo de las organizaciones otrora populares desembocó en una carencia de iniciativas y programas innovadores que las anquilosó fatalmente.
Con tarjetas plásticas en lugar de lanzas y vales-vista reemplazando ballestas, el ex feudal –reconvertido en megaempresario- sale de cacería diariamente, dispuesto a atrapar cuanto siervo/obrero/empleado/dueña de casa/estudiante soporte su extensa red. No requiere de autorizaciones vaticanas, le basta el visto bueno e ínclito apoyo del gobierno de turno sustentado en una clase política siempre dispuesta a estirar la mano para recibir las dádivas del poderoso y, con ello, autorizar cualquier tipo de tropelía…incluidas las exenciones de pagos de multas e intereses tributarios.
Si dejamos de lado las tecnologías, podremos concluir que muy poco ha cambiado desde la Baja EdadMedia a esta fecha, pues insistiré hasta la tozudez que todo megaempresario alcanzó niveles de hartazgo social y económico gracias a que durante décadas fue ladrón, corrupto, explotador, e incluso (en algunos casos) asesino. Debe haber alguna excepción, por cierto, pero la desconozco al igual que muchos derechistas que, en otras ocasiones, me salieron al paso para desdecir lo anterior, aunque más temprano que tarde tuvieron que callar debido a que no encontraron argumentos ni datos duros con los cuales derrumbar mi afirmación.
¿Y no fue de parecida forma –aunque más salvaje, o más brutal- que feudales y grandes terratenientes del medioevo consiguieron sus fortunas y “títulos de nobleza”? Poca duda cabe entonces que la estructura legal de los Estados obedece a la satisfacción de intereses y necesidades de quienes se apropiaron de territorios, ejércitos, dioses e iglesias mediante las armas o, en el mejor de los casos, a través del engaño y la falsía.
¿Cuál es, pues, la diferencia con lo que sucede hoy, casi diez siglos más tarde? Antes los privilegiados dominaban mediante el terror a la autoridad y a la divinidad. Hoy es lo mismo. Palos en la tierra y fuego en la otra vida, era la oferta de ayer y sigue siéndolo actualmente. El problema reside en que todavía quedan millones de personas que creen en esas máximas que los poderosos de siempre no dejan de alimentar a través de la prensa y de los establecimientos educacionales que ellos manejan, como también mediante el concurso nunca agotado de iglesias que son nutridas económicamente por familiares y socios de obispos, imanes, rabinos, pastores y cardenales.
Estas últimas líneas me traen a la memoria el recuerdo de un querido profesor en la Universidad de Chile, médico psiquiatra –posiblemente ya fallecido, pues en aquel romántico 1969 reconocía contar con 75 años de edad- quien nos conminaba a discutir respecto de la sanidad mental de muchos supuestos “bendecidos” de épocas pretéritas, los que en la actualidad, más que santificados, estarían recluidos en alguna institución psiquiátrica. Ese académico preguntaba: “¿se imaginan ustedes qué pasaría hoy si un tipo se instala en lo alto del cerro Santa Lucía con manadas de animales y viviese-andrajoso, lleno de piojos y sebo- comiendo raíces? ¡¡La autoridad lo detiene y lo envía a un nosocomio!! Pero antes, hace siglos, por conveniencia política y económica de las clases dominantes, lo nombraban santo. ¡¡Y ustedes hoy le rezan!!!”
Más allá de cualquier disquisición, la verdad es que al 90% de la población del planeta los amos la tienen obnubilada con cuentos infantiles que han sido adornados por sacerdotes, políticos y periodistas. Sé que muchos creyentes se sentirán ofendidos por las siguientes líneas, pero es hora ya de que alguien las escriba a objeto de comenzar el desarme de mitos que han sido útiles para el -hasta ahora- férreo dominio de unos pocos sobre muchos. Estoy seguro de que si a alguien le convencen de que los ‘santos’ existieron y realmente eran ‘divinos’, y que los todo millonario es una buena persona cuya fortuna logró sólo con esfuerzo, ahorro y trabajo honesto, significa entonces que esa persona se tragará cualquier invento que le presenten.
Para imponer tales cuentecillos ya no se requieren cabalgatas mortales, lanzas ni espadas…para eso existen hoy los canales de televisión, prensa escrita ‘oficial’, partidos políticos, escuelas matrices de las fuerzas armadas, bancos y financieras; instituciones todas que, como bien sabemos, pertenecen a una misma clase social, conocida como “la de los ricos”. Desgraciadamente, al igual que en otros decenios dela Historia, esta vez, en Chile, ‘los ricos’ también cuentan con el apoyo de una rama del pueblo: la secta de los ‘mayordomos concertados’, quienes gustosa e interesadamente volcáronse al escenario político para, desde allí, maniobrar el engaño a favor de la clase patronal y torcer la voluntad popular que les había elegido precisamente para realizar lo contrario. Obviamente, todo ello en nombre de “la democracia y los valores cristianos”.
Hagámoslo breve y simple. Si usted quería saber hasta qué punto había llegado la miseria moral de nuestros dirigentes políticos, sólo tenía que seguir de cerca la discusión desarrollada por los parlamentarios en el Congreso Nacional respecto del ‘salario mínimo’. O haberle puesto atención a los miriñaques del Servicio de Impuestos Internos para otorgar perdonazos multimillonarios a grandes empresas del retail, como ocurrió con la megatienda Johnson’s.
Y si hablamos del colmo de la inefabilidad, deberemos reconocer –con vergüenza y dolor- que este Chile ‘democrático’ se rige mediante una Constitución Política elaborada por una de las más crueles, ultristas y sanguinarias dictaduras conocidas en América durante el siglo recién pasado. O confirmar, además, que a lo largo de nuestra Historia el actual Presidente de la República es el único mandatario que en su curriculum vitae muestra una orden de detención judicial con “arresto”, por ilícitos cometidos contra una entidad bancaria. Por cierto, ya que forma parte de aquella numéricamente escuálida clase social de “los ricos”, nada le ocurrió… ¡¡si hubiese sido ‘clasemediero’ o pobre, todavía mascullaría penas en el chucho!!
¿Y qué podemos decir de los “representantes de Dios” en la tierra? Ellos están más allá de la ley…pues pareciera que esta rige solamente para aquellos laicos que carecen de millones y de uniformes. Quizás sea cierto y un tal dios los protege y autoriza, motivos por los cuales hace ya muchos años declaré mi guerra particular a todo dios y a todo olimpo, a todo ‘santo’ y a todo cura, rabino, imán, monje o pastor.
Es posible que después de todo lo vivido en 200 años de vida falsamente independiente, a los chilenos nos ha faltado un evento de fuste, profundo… como lo fue en Inglaterra y Europa la revolución industrial; o como fueron otras revoluciones que gatillaron el desarrollo de muchos países, tal cual sucedió en Francia (1789), EEUU (1861), Rusia (1917, España (1936), etcétera. “Chile le debe una revolución a su Historia”, fue una de las frases que leí en las murallas del viejo Instituto Pedagógico en la época de la reforma universitaria (1968-69). Vaya uno a saber si quien la escribió estaba o no en la razón. La Derecha política y la Derecha económica aseguran que esa revolución sí se produjo, dirigida por los ‘Chicago Boys’ que condujeron la carreta tirada por bueyes uniformados con Pinochet a la cabeza de las yuntas. Fue la revolución al revés, la bizarra, o la contra revolución. Y así estamos hoy día.
En fin, después de todo lo explicitado -y gracias a que la derecha y sus lacayos se han esmerado en tener bien lubricada la 'maquinita que fabrica estúpidos'- es un hecho que nuestro querido amigo ateniense, el estratega Pericles, deberá revisar su famosa frase ya que al menos en Chile ella nunca se ha aplicado, pues aquí los ciudadanos, ante el Estado, no son iguales en sus diferencias particulares. Palabras más, palabras menos, en los hechos fríos y ciertos -en una u otra medida y forma- merced también a la asociación duopólica de patrones y mayordomos que continuaron la trayectoria histórica de dependencia y desigualdad, en el austro occidental del continente americano las características principales en lo sociopolítico y económico continúan siendo clasistas y extemporáneas.
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