Chile corre el riesgo de desacelerar su crecimiento por falta de innovación productiva y diversificación. La mayor parte de la inversión que llega no deja conocimiento tecnológico ni científico, pero sí se lleva grandes fortunas en intereses y dividendos que debe pagar el mismo país
Arturo Alejandro Muñoz
DURANTE TREINTA AÑOS los chilenos hemos vivido bajo la capa del engaño, la cual es una cobija tejida finamente por las manos expertas de predadores y expoliadores cuyo norte no es otro que lograr la venta del país todo y la aniquilación del Estado, para de esa forma permitir al capital privado la ascensión a los cielos de una república ahora convertida en bodega.
En estas tres últimas décadas el capitalismo fue inoculando en la gente el virus de la ingenua credulidad, al grado de mantener al país convencido de ser protagonista en la maratón hacia el desarrollo. Incluso inventó un mote: “Chile, el jaguar de Sudamérica”, pero, afortunadamente, la cordillera andina impidió que llegaran hasta nuestros oídos las carcajadas de los países hermanos, en especial las de quienes que poseen orillas atlánticas.
Aquella insoportable veleidad del sector político-empresarial chileno ha comenzado a resquebrajarse merced a la fría realidad, cuyos términos económicos distan mucho de las complacientes opiniones de los mandantes patronales, tanto como las de sus obsecuentes mayordomos, ya que el experimento neoliberal aplicado en nuestro país como plan piloto, luego de tres décadas de ensayo y error, está resultando ser un fiasco absoluto.
La historia económica de nuestro país nos habla de una monoproducción que impidió a la república superar niveles de desarrollo, convirtiéndola en “esclava” de uno o dos productos naturales: salitre y luego cobre. Fue así que durante décadas Chile constituyó el mejor ejemplo de la “ley” de Heinrich Gossen, economista alemán del siglo XIX, que aseguraba lo siguiente: “cuando una necesidad económica es satisfecha siempre con el mismo bien , se produce finalmente una insatisfacción económica de proporciones mayores a la que existía antes del consumo de ese bien”. Es lo que nos sucedió con el salitre primero, y con el cobre más tarde, ya que la ‘necesidad económica nacional’ fue medianamente satisfecha una y otra vez con el mismo bien, lo cual derivó en ‘insatisfacción económica’ o, más claro aún, en el incremento del subdesarrollo y la dependencia.
A mediados de la década de 1970, la dictadura militar y el grupillo de economistas ultra neoliberales conocido como “Chicago Boys”, impusieron totalitariamente el sistema económico que perdura hasta nuestros días, transformando a Chile en una especie de almácigo gigante desde el cual se extraen productos en bruto, sin elaborar, que sirven para producir bienes económicos que impetran tecnología. La dictadura permitió a los predadores ultracapitalistas faenar la nación en trozos y millas, asunto que en un primer momento (1974-1980) provocó el cierre de cientos (quizá miles) de industrias grandes y pequeñas, convirtiendo a la maquinaria de entonces en simple chatarra puesto que la obsecuente banca nacional dispuso de créditos y préstamos sólo para impulsar o mejorar la explotación de recursos pertenecientes al sector primario de la economía.
A partir de ese momento, nuestro país fue un granero, una chacra, una mina, un bosque y una gran caleta pesquera. Todo se redujo a plantar, sembrar, cosechar y vender. No más valor agregado a nuestros productos. No más industrialización. En resumen, no más sector secundario de la economía. Solo primario (minería, agricultura, pesca, etc.) y terciario (servicios), agregado a esa dolorosa realidad otro hecho de la causa: el 80% de ambos sectores –primario y terciario- se encuentran en manos de mega empresas transnacionales.
Y los gobiernos derechistas y centroderechistas (Pinochet/Alianza y Concertación, respectivamente) comenzaron a vender nuevo y colorido humo. Según ellos, éramos “los jaguares de Latinoamérica”, los envidiados por todas las naciones del hemisferio sur, y aplaudidos a rabiar por las del hemisferio norte. Fue así que los indicadores capitalistas de crecimiento se dispararon, posibilitando que algunos desavisados periodistas y políticos extranjeros se permitieran lenguajear sobre el “milagro chileno”.
“No existen los ‘milagros económicos’, sólo existen los países que poseen un desarrollo armónico y sustentable, que son aquellos que se preocupan de cuidar y proteger a sus recursos humanos y capacitarlos técnicamente”. Así lo aseguró a ultranza Konrad Adenauer, quizás uno de los más brillantes jefes de estado europeos de la post guerra, responsable directo del crecimiento alemán en la década de 1960. ¿A qué, exactamente, se refería Adenauer? Obviamente, al desarrollo industrial y tecnológico; al avance en maquinarias, valor agregado, civilización y cultura fabril, etc.; por ello habló de “capacitación profesional” permanente para los trabajadores, recurso que además el estado debía proteger con sumo celo.
No pensaban lo mismo aquellos muchachos seguidores de la escuela de Milton Friedmann, y dado que el milicaje de entonces con suerte podía diferenciar poema de novela, fue tarea fácil para Jaime Guzmán y sus discípulos economistas imponer el sistema que hoy nos agobia. De hecho, sería el propio Guzmán quien –años más tarde- en una reunión del gremialismo de la Universidad Católica confesó: “los militares tiran la carreta, pero nosotros (gremialistas y ‘chicago boys’) la conducimos”.
Y vinieron liego los TLC (Tratados de Libre Comercio) con cuanto país, nación, reino o ducado quisiese firmarlo; pero en todos y cada uno de ellos el compromiso chileno fue el mismo: dispendiosamente proporcionar materias primas, sólo materias primas y nada más que materias primas, restándose a la posibilidad de añadir valor industrial/tecnológico a esos productos. Con ese prurito de las importaciones de materias primas, el país fue trozado en cuartos y medios kilos para venderlo a algunas familias y a varias transnacionales. De ese modo, la “Economía” (otrora ciencia, hoy accionista del neoliberalismo) se independizó de la sociedad global convirtiéndose en ente autónomo con indicadores propios.
De allí al incremento bestial de la brecha económica hubo sólo un par de pasos que fueron dados por la sociedad duopólica, pariendo una diferencia abismal entre multimillonarios y resto de la población, lo que obligó a la centroderecha (Concertación) y luego a la misma derecha (Alianza) a amañar los resultados de la encuesta CASEN, a objeto de presentarse ante la Banca mundial como un país donde la diferencia entre el 10% más rico de la población y el 10% más pobre no apareciese alcanzando cifras o guarismos gigantes.
Las trampas y falacias ya habían sido descubiertas y denunciadas al interior del país, lo que en verdad poco y nada preocupaba a la sociedad duopólica binominal puesto que ella sigue manejando a su arbitrio todo el sistema comunicacional e informativo. Pero, a ese duopolio le ha salido gente extranjera al camino. Y no se trata de cualquier gente. El economista Ricardo Haussman, Director del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, en un seminario realizado en Casa Piedra, corazón del ultrismo empresarial capitalista de Chile, dejó mudos y alelados a guarapos predadores como Jorge Fontaine, Luis Valente y al inefable “cazafantasmas” Pablo Longueira.
Haussman, con datos duros, desnudó asuntos que él llama “mitos” sobre el crecimiento chileno, afirmando que somos ignorantes en desarrollo de conocimiento productivo y asegurando que ni de minería sabemos, pese a que somos el principal productor de cobre del mundo. Sostuvo que poseer tantos recursos naturales no es excusa para que Chile tenga tan poca diversificación de sus exportaciones, ya que otros países como Australia o Noruega, que tienen igualmente recursos naturales abundantes, poseen niveles de diversificación hasta 12 veces superior al nuestro.
No paró allí la crítica de este experto de Harvard (la universidad preferida de nuestro inefable primer mandatario), pues sin ambages ni vacilaciones, ante una audiencia de decenas de empresarios (muchos de ellos pertenecientes al rubro minero) manifestó que: “Chile es un país de ingresos medios porque tiene recursos naturales y no va a convertirse en un país rico sólo a través de sus recursos naturales, porque ningún país rico con esas características es tan poco diversificado como ustedes”, enfatizó.
La consecuencia de este bajo conocimiento y diversificación, según Hausmann, es que la mayor parte de la inversión que llega a Chile no deja conocimiento tecnológico ni científico, pero sí se lleva grandes fortunas en intereses y dividendos que paga nuestro país, y no la empresa que invierte y extrae. Todo por nuestra ignorancia. “El país tiene un déficit de conocimiento que lo paga con remuneración elevada a la inversión extranjera no compensada por su propia inversión en el exterior”.
Aseguró Haussman, finalmente, que Chile corre el riesgo de que en los próximos años nuestro crecimiento se desacelere por la falta de innovación productiva y diversificación, y que para enfrentar este serio problema se deben fomentar políticas sectoriales que ayuden a desarrollar algunas áreas de la economía que aporten y requieran mayor conocimiento tecnológico y de las personas. (volvemos a la frase histórica de Konrad Adenauer).
Desde fuera del bosque chilensis, los expertos no comprometidos económica ni políticamente con el duopolio ni con el neoliberalismo salvaje que ha sido impuesto en Pelotillehue, comienzan a quitarle vendas a este cuerpo sin órganos que fue rellenado con hierbas para evitar su rápida descomposición.
Los primeros hedores ya han sido advertidos por los jóvenes…y están apareciendo las llagas que confirman cuán fallecido y agotado está este sistema que tocó techo y no tiene más que ofrecer a la sociedad…salvo, claro está, degollar Estados y privatizar países para transformarlos en bodegas y almácigos…como Chile actual, donde nada, absolutamente nada, pertenece al Estado o a la población del país.