La dantesca carnicería cometida por la policía de Suráfrica contra trabajadores de la mina de la empresa Lonmin, en la población de Marikana, cercana a la ciudad de Jhoanesburgo, confirma que el largo y difícil proceso de transición desde la caída el criminal sistema segregacionista del apartheid impuesto por la minoría blanca de origen europeo a los pueblos originarios del país, esta lejos de haber superado la naturaleza profundamente represiva de una instituciones de seguridad y defensa que no han roto con la doctrina represiva aplicada contra las protestas sociales y políticas populares que han caracterizada la tormentosa modernidad del más importante país del Africa Subsahariano.
Al igual que en la masacre cometida en el año de 1.964, en el ghetto de los africanos originarios en la barriada de Soweto, cerca de la misma ciudad de Johanesburgo, la actuación de las fuerzas de policía en Marikana fue una confirmación del uso ilegítimo y desproporcionado de la fuerza del Estado a favor de los intereses de las poderosas empresas mineras y, de la persistencia de un patrón de conducta policial altamente represivo contra manifestaciones no armadas; cuyas consecuencias mortales indignan a la mayoría de los pueblos xhona, zulu y de otras etnias originarias que pueblan este hermoso territorio que logró vencer, con la figura emblemática y fuerza moral de Nelson Mandela y del partido Congreso Nacional Africano, al apartheid de Peter Bhota y De Klerck, y a sus aliados de los Estados Unidos de América, Europa y el sionismo internacional.
No es fácil explicarse como un país gobernado por una fuerza política progresista como el Congreso Nacional Africano, con un presidente con posiciones soberanista frente a los poderes de las grandes centros de Poder Imperialista, como el presidente Jacob Zuma, puede ser el responsable de una barbarie digna de sus viejos enemigos, pero la realidad es que ese inmenso país, con una inagotable riqueza minera y una posición geopolítica y geoestratégica en el sur del continente africano, sigue teniendo sobre sí, el peso de una transición pactada con el Gran Capital Internacional y las fuerzas que lo representan en su interior, que ha realizado algunos cambios políticos, pero que arrastra una gran Deuda Social que, ante la imposibilidad de pagarla, requiere contener su reclamo mediante el uso disuasivo y represivo del Estado, a través de los policía, las fuerzas militares y sus tribunales al servicio del viejo poder supremacista y sus socios de las empresas transnacionales de la minería del oro, el diamante, el hierro, el coltan y otros minerales preciosos.
También es importante destacar que en la Suráfrica de la transición política siguen presente diversos conflictos étnicos, con fuertes derivaciones políticas entre las dos pueblos numéricamente importantes, como son los zhonas y los zulus y que tales diferencias se expresan, recurrentemente, en confrontaciones violentas en diversos espacios de la vida social y política, incluyendo, en el mundo laboral, sindical y electoral, lo cual legitima la violenta intervención del Estado, no necesariamente en favor de una de las parte, sino de la preservación del persistente orden injusto de la Transición y, especialmente, de los intereses de las transnacionales de la minería y las viejas elites supremacistas de blancos surafricanos.
Los pueblos de Suráfrica saben – y los otros del mundo deben entenderlo así – que la era transición, encabezada por Mandela, se ha agotado y que el gobierno del Congreso Nacional Africano, no podrá seguir construyendo consenso sobre la base del miedo al apartheid, porque ese período de la historia del país es imposible su reinstalación y que, lo que esta por enfrentarse hoy es la transición del Estado de las elites supremacistas, sus aliados de las empresas transnacionales y la naciente burguesía africana, al Estado de Bienestar que modifique radicalmente la distribución de la riqueza socialmente producida, pague la Deuda Social y amplíe las oportunidades de participación política de los pueblos y ciudadanos de Africa del Sur, en el marco de un Estado plurinacional y multicultural que favorezca la unidad y la solidaridad de todos los pueblos hermanos de Africa y del resto del planeta.
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