Cada país, en español, tiene una palabra para el «sifrinismo». Los peruanos les llaman «pitucos», los chilenos «cuicos», los argentinos «fresa», los españoles «pijos».... etc, pero lo que diferencia a los sifrinos españoles de todos los sifrinos del mundo es que mandan, sobradamente, y mucho, desde lo que ellos llaman izquierda (centro derecha) y desde lo ellos llaman centro (derecha y extrema derecha).
Los tenemos en toda la Administración del Estado español, luciendo trajes elegantes, bolsos caros, prendedores y tipito. El Ministerio de Economía de España, quebrada por otros engominados que dirigían la cosa pública y las finanzas privadas, es la guarida de uno de estos sifrinos que todo lo sabe y todo lo entiende. Su cabeza visible (pensante queda anchi-largo), Luis de Guindos, aseguró hace tres meses que «de vez en cuando al señor Juncker hay que explicarle las cosas», refiríendose al presidente del Eurogrupo al que había ido a pedir dinero para el recate de la economía española.
Es ese «no saber estar» que lo inunda todo. Desde el nuevorriquismo de los distintos gobiernos españoles, organizando cumbres en Latinoamérica y llamándola como a ellos les da la gana, «Iberoamérica», hasta llegar a los programas televisivos fantasma (para exportación) en la que sesudos ingenieros y arquitectos españoles muestran como viven en la «emigración» e intentan exportar su horroroso modelo urbanístico a Guinea Ecuatorial, al Brasil, a Marruecos o a Rumanía.
Esa actitud sobrada la definió maravillosamente Fidel cuando definió al prepotente Aznar como «caballerito español» más por el tamaño mental que por el físico.
El joven y millonario empresario chino criado en España, Moadong Chen, lo expresaba en una de las principales fábricas del pijerío estatal español; el IESE, la escuela de dirección de empresas de la Universidad de Navarra del Opus Dei: «a mí me gusta tener amigos pero no hacer política. Soy un hombre de negocios, no un sifrino».
A nadie se le movió una mecha rubia o un poco de gomina cuando oyeron al chino-español; cada uno a lo suyo que eso no iba con ellos. Después esta clase «dirigente» y «formada» pasará de la empresa privada a la empresa pública, a «administrar» lo de todos con «eficacia y sensatez». Una vez perdidas las elecciones de turno volverá a su lugar natural, la empresa privada, de la que sacaron un pié, un momentito, para administrar lo que es de todos y dejarlo en el estado en el que está actualmente: superguay-genial-quebrado.
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