Edmundo Chirinos, ex catedrático, ex candidato a la presidencia de Venezuela, asesino convicto y ex psiquiatra de tres presidentes venezolanos, aseguraba que Carlos Andrés Pérez (que nunca fue paciente suyo) era un psicópata.
No hace falta ser psiquiatra para descubrir la enfermedad vestida de los ropajes del poder político y financiero. El psicólogo criminal canadiense Robert Hare desarrolló un test que diagnostica la psicopatía, en el que contempla 20 rasgos de la personalidad que delatan a un psicópata. El «encanto personal», la «locuacidad» junto a la inexistencia de sentimiento de culpa y de asunción de los propios errores, son algunos de los rasgos que delatan a un psicópata.
Megalómanos, ególatras y encantadores, el fin justifica todos su medios. Hare señala que la presencia de psicópatas en la sociedad apenas llega al 1 por ciento y se cuadriplica entre altos ejecutivos. La incidencia de la psicopatía entre las altas finanzas y la política es una constante en los resultados del estudio de Hare, que realizó entre 203 ejecutivos. Pero no es algo propio del empresario el ser un psicópata sino del empresario actual, sobre todo el empresario-ejecutivo que sale de las escuelas de negocios, los MBA etcétera. Sin una cultura firme y con un maní mental que oscila entre el coaching y el deseo de ascenso rápido en dinero y poder, las dramáticas consecuencias para la sociedad van desde el caos financiero de Estados Unidos, con las políticas de crédito e hipotecarias o con el fiasco de las empresas «punto com» o la salida en bolsa de Facebook, hasta la burbuja inmobiliaria-financiera (con la colaboración de los partidos políticos) en el Estado español, en la que directivos de entidades financieras intervenidas por el Estado (quebradas) se autoliquidaban con indemnizaciones millonarias mientras desalojaban de sus casas a familias por no poder pagar tres meses de hipoteca.
Aquellos que fomentaron esa crisis, políticos y ejecutivos, arruinaron la vida de millones de personas. Hoy los vemos despedirse de la política entre lágrimas (y ricos) o presentarse como salvadores desde el mundo financiero, pasando por la cárcel, dedicándose a la política.
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