Los políticos del duopolio Alianza-Concertación pretenden ignorar el ruido del torrente que susurra cada vez con más fuerza: Asamblea Constituyente
"Cuando el río suena piedras trae". Viejísimo refrán conocido incluso por los pequeños alumnos del primer ciclo básico de cualquier escuela chilena. Sin embargo, los políticos que conforman los dos bloques o coaliciones principales en nuestro país, Alianza y Concertación, prefieren hacerse los desentendidos, o mejor dicho, los sordos.
Se supone que toda persona cuya actividad y afanes rutinarios están intrincadamente ligados a la acción política, convertida esta en actividad profesional, vale decir, en trabajo remunerado, debe poner especial atención a lo que "murmura la calle", que es lo mismo que susurra el pueblo, la gente, el electorado, o como quiera que se le llame a nuestra sociedad civil. Todo político avezado -además de estar curtido por la experticia- sabe que tarde o temprano la rueda de la Historia dará paso a las exigencias populares concretando lo que las mayorías ciudadanas han puesto como asunto prioritario sobre la mesa de las decisiones.
¿Cuántos y cuánto tiempo se revolcaron en palabrerías y mensajitos pretendidamente civilizados y humanitarios aquellos congresales -senadores y diputados- que rasgaban vestiduras contra cualquier intento de legislar sobre el divorcio? El murmullo de ese torrente llamado 'opinión pública' los atrapó en su desmadre de aguas y, aun a contrapelo, tuvieron que aceptar el divorcio vincular y votar en su favor.
Hoy, en el Congreso Nacional, en los partidos políticos de la derecha, y en los otros, en esas tiendas beatas y fundamentalistas, muy pocas personas (me atrevería a asegurar que nadie, en realidad) osaría alzar la voz para proponer legislar en contrario. Algo similar está sucediendo con la diversidad sexual. Poco a poco, pero siempre in crescendo, las cofradías del poder político van legislando a favor de la unión de seres del mismo sexo ya que la presión de la calle se torna insostenible.
Sordos ante el murmullo del torrente popular, los políticos procuran sólo un asunto: retardar cuánto sea posible la legalización de cuestiones que -según ellos aseguran- no interesan a la gente, aunque el problema real estriba en que la mayoría de los parlamentarios y políticos desconocen absolutamente lo que la gente desea y piensa. Y si no lo desconocen, entonces se hacen los desentendidos afirmando que tales temas carecen de prioridad para el pueblo, aunque ese mismo pueblo se encuentre trinando por mejoras salariales y empleos dignos, educación pública sin lucro y de calidad, requerimientos que los políticos pareciesen escuchar con el oído derecho solamente.
Lo anterior se concentra en un sólo punto: el cambio drástico del sistema que oficia como poder legislativo. Un Congreso bicameral como el nuestro ha sido incapaz de satisfacer las más encarecidas necesidades del sociedad civil, ya fuese porque el sistema presidencialista que nos caracteriza resulta un freno para la democracia verdadera y para el progreso, o ya sea porque quienes son privilegiados por los partidos políticos como candidatos a una diputación o una senaduría no cuentan con el debido honor y seriedad que el electorado exige. El actual formato legislativo permite que un parlamentario decline representar los intereses de sus electores y cambie aquellos por los que su partido -o sus asociados en negocios varios- le sugieren u ordenan, sin que ello sea acreedor de sanción alguna ya que tampoco existe poder revocatorio para que el elector pueda cambiar la situación.
Agréguese a lo anterior el carácter 'familisterial' que ha adquirido el ascenso a cargos públicos de fuste, pues no son sólo uno o dos casos en los que emerge ese tan deleznable familisterio, sino que se trata ya de una conducta casi generalizada en nuestra política criolla, la cual ha permitido que 25 o 30 familias prácticamente copen el escenario del legislativo, y del ejecutivo en cargos de gobierno interior, e incluso judiciales, como bien se sabe.
Obviamente, esas 30 familias no moverán un dedo para que la situación experimente cambios, ya que el sistema binominal y la constitución impuesta a bayonetazos y crímenes por la dictadura les viene como anillo al dedo para seguir encaramadas en la cúspide de la pirámide, impidiendo, además, que el pueblo pueda informarse a través de prensa verdaderamente libre e independiente, muy en especial mediante la televisión. Esas asfixiantes fuerzas 'familisteriales' han puesto también atajo a la reinserción de asignaturas como Educación Cívica y Economía Política en las mallas curriculares de la enseñanza media.
Tal cual se encuentra el nivel de 'constitucionalidad' actual, lo anterior habrá de continuar existiendo, independientemente de que gobierne la Alianza o la Concertación, pues ambos bloques han sido socios ejemplares en el mantenimiento de un sistema atentatorio contra los derechos a desarrollarse y crecer con diginidad e igualdad real de oportunidades, que es en suma lo que impetra toda sociedad civil en un país medianamente democrático y civilizado. Pero, aliancistas y concertacionistas siguen trabajando unidos para impedir la creación o existencia de espacios que apunten al cambio de situación. Para ello, con el propósito de mantener a la gente obnubilada y bajo engaño, se disfrazan de arlequines, ángeles, bufones y hadas pero sus vestimentas ocultan la epidermis del familisterio que se enriquece hasta el hartazgo con una expoliación asentada en la venta del país a manos predadoras.
Entonces, tal como se subtitula este artículo, las aguas del torrente popular comienzan a elevar su murmullo transformándolo en exigencia. ¡¡Asamblea Constituyente para lograr equidad en el desarrollo e igualdad real de oportunidades para todos!!
Por mucho que la hipoacusia de los actuales parlamentarios aumente, la exigencia de las mayorías ciudadanas no perderá fuerza por el contrario, irá aumentando hasta convertirse en un grito de libertad y democracia auténtica, y no 'protegida' o 'maquillada' como la que nos rige, pues esta se asemeja más a una especie de 'dictadura perfecta' que a otra cosa.
Los políticos lo saben, los empresarios lo saben: cuando el pueblo ruge, clama e impetra, sólo se requiere la irrupción de la coyuntura para que el cambio se produzca. Y esa coyuntura está comenzando a delinear sus formas. Nunca, en país ni período histórico alguno, el clamor popular perenne y creciente resultó derrotado en el mediano ni en el largo plazo. Los hermanos en la política neoliberal (Alianza y Concertación) tienen claro que es imposible clavar la rueda de la Historia en un punto que les resulte conveniente únicamente a ellos y a sus intereses familiares.
Al igual que ocurrió con la formación de sindicatos, de partidos obreros, de redacción y aprobación de leyes laborales, del divorcio y de mil otros asuntos, también es un hecho cierto que Chile y su pueblo lograrán estructurar una Asamblea Constituyente que será el prolegómeno -por fin- de la redacción de una nueva y democrática Constitución Política, así como derribar el clasista e injusto binominalismo y, quizás (y sólo quizás) el cambio de un congreso bicameral por una Asamblea Nacional que contenga en su seno a personas que sean representantes verdaderos de sus electores, y no empleados de tiendas partidistas que están en manos de algunas de aquellas ya mencionadas 30 familias.
Quiéranlo o no ciertos políticos senescentes como Camilo Escalona, Iván Moreira y otros, lo anterior llegará ojalá más temprano que tarde.
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