Los sitios y viviendas que presentan mayor riesgo y alta probabilidad de ser arrasados por aluviones, marejadas, incendios forestales, o azotados trágicamente por ventoleras invernales, los gobiernos y los capitalistas los destinan a la gente pobre
Arturo Alejandro Muñoz
TENGO MUCHAS amistades de la cuales me siento orgulloso debido a su calidad académica y cultural, pero, sin duda alguna, Manuel Fernández Canque -Licenciado en Historia, Universidad de Chile, y Doctor en Historia Económica, por la Universidad de Glasgow- obtiene uno de mis mayores reconocimientos (* 1).
Este último temporal de lluvia y viento que afectó a nuestra zona central me hizo recordar, una vez más, los comentarios de Fernández Canque respecto de la responsabilidad, o el verdadero grado de responsabilidad, que en los hechos ciertos pudiera caberle a doña naturaleza cuando algunas de sus explosiones de furia y poder provocan muertes de seres humanos y destrucción de viviendas. Definitivamente, no es la madre natura la única y exclusiva culpable de los niveles de pobreza existentes en el mundo. Eso está claro y es innegable.
Siempre que se produce un evento de características catastróficas debido a la manifestación de los elementos del clima o, simplemente, por la explosión de cuestiones naturales como sismos y erupciones volcánicas, el resultado de ello provoca dolor y desgracia en una sola clase social: la de los pobres, los desvalidos, los que carecen de cuenta corriente bancaria, la que sirve al capitalista como mano de obra barata y desechable.
Pareciera que los gobiernos se esmeraran compitiendo en un torneo del clasismo, pues las poblaciones y villas de le gente menos favorecida económicamente las construyen precisamente- en los lugares geográficos donde resulta altamente probable que sean sacudidos por la madre natura. Y junto con ello, la mala calidad de la construcción de esas viviendas optimiza la desgracia ante un sismo o un violento temporal de lluvia y viento. Es, pues, un insulto a la inteligencia y una bofetada a la humanidad la manida explicación a que echan mano autoridades y prensa en general cuando se refieren a damnificados por el temporal (o por el tsunami, o por el sismo), a sabiendas que esas personas -y esas viviendas- constituían presas fáciles ante cualquier evento natural debido, exclusivamente, a las políticas clasistas y repudiables que todos los gobiernos (todos, sin excepción alguna) aplican con la hipocresía que bautizaron con el falaz nombre de desarrollo social, el que se expresa mediante bonos, menudos regalitos varios y, principalmente, a través de la mantención del statu quo para que esa clase social siga siendo lo que es, aunque, claro está, asfixiándole el grito libertario y la queja justificada.
Los sitios que presentan mayor riesgo y alta probabilidad de ser arrasados por aluviones, marejadas, incendios forestales, o azotados trágicamente por ventoleras invernales, son destinados a la gente pobre, a aquellos que la banca, la Bolsa, gobiernos y gremios empresariales califican con el despreciable mote de Clases Sociales D y E para evitar referirse a pobreza e indigencia respectivamente. De ese modo, los pobres ante la ingente necesidad de contar con techo para cobijarse, y producto del abandono a que les somete el desarrollo social oficial- se ven imposibilitados de obtener algo mejor y terminan aceptando vivir bajo la espada del riesgo inminente.
Si se revisa el mapa y se establecen las zonas donde socialmente los últimos eventos catastróficos acaecidos en Chile provocaron el mayor número de víctimas humanas y destrucción de viviendas, se podrá colegir que en tales lugares se encontraba mayoritariamente población perteneciente a las clases sociales señaladas en el párrafo anterior, y se observará que tales zonas presentaban (y seguirán haciéndolo) un riesgo mayúsculo ante la ocurrencia de fenómenos naturales.
Pero, a los gobiernos no les interesa ello sólo les mueve dar soluciones-parche gastando el mínimo de dinero en pago de terrenos, construcción, áreas verdes, sistemas de seguridad y similares. Por ello, si el grupo es clase social D o E, simple y claro: se le envía a las puertas del infierno, y si de ese averno surge un incendio forestal, un aluvión o un movimiento telúrico, el establishment dirá que la madre naturaleza ha dejado a cientos de damnificados ¡¡pero bien sabemos que no fue la madre naturaleza, fue la asociación de gobierno-empresas-prensa-banca quien, con su perenne clasismo y despotismo, envió a la muerte y al dolor a cientos de personas!! (*2).
Con los países del tercer mundo sucede algo similar. No faltará quien salga al paso de estas líneas argumentando que eso no es así, ya que la existencia o inexistencia de determinados recursos (naturales y humanos) marcan en definitiva el carácter económico de una nación. Me permito discrepar de tamaña opinión. Para ello, de nuevo, recurro a mi amigo Manuel Fernández Canque (doctor en Historia Económica, no lo olvide amigo lector), quien escribió una acertada y asertiva columna respecto de la pobreza en Haití demostrando que no es la naturaleza, sino los gobiernos o los reinos (especialmente aquellos poderosos, soberbios e imperialistas) son quienes determinan con su proceder el futuro de un pueblo.
Escribe Fernández Canque respecto de la actual pobreza de Haití
Durante el largo periodo colonial se cometió un gran crimen histórico con los numerosos esclavos africanos y sus descendientes que los colonialistas franceses brutalmente transportaron a Saint Dominique (así se llamaba Haití originalmente) para trabajar en las plantaciones de azúcar, café y tabaco. Cuando en otras partes de Hispanoamérica aun no se luchaba contra el dominio colonial exceptuado el formidable levantamiento de Tupac Amaru- en Haití los ex esclavos comenzaron su gran lucha por la independencia en 1791 que culminó en 1804 cuando las fuerzas de esclavos superaron con su estrategia y su táctica a los colonizadores locales y a los refuerzos enviados por Napoleón. Los ex-esclavos triunfaron en su gran batalla y construyeron la nueva nación, todavía frágil en su conformación y políticamente inestable por muchos años. Cuando Haití estaba controlada por tales gobiernos, Francia impuso a la nueva nación, bajo presión de los antiguos esclavistas y con amenazas de una invasión armada, el pago de 150 millones de francos oro, suma que luego se redujo marginalmente pero que Haití pagó puntualmente desde 1825 hasta 1947. La suma total que Haití pagó a Francia fue de 90 millones de francos oro, equivalente hoy día a US$22 billones (US$22.000.000.000). A todas luces, la suma pagada por Haití no se puede justificar en modo alguno. En efecto, el presidente Jean-Bertrand Aristide encargó a un equipo de juristas en 2004 la misión de demandar jurídicamente en tribunales internacionales a Estados Unidos (sus bancos participaron en la expoliación) y Francia para obtener la devolución de los 22 billones de dólares históricamente mal habidos. No es de extrañar que tal justa operación jurídica contribuyera a la destitución de Aristide con la complicidad de la Naciones Unidas.
Ni la naturaleza ni el clima son culpables principales de las muertes de cientos de seres humanos y la destrucción de pueblos enteros. Ni tampoco la naturaleza y el clima son responsables de la existencia de pobres y explotados sobre la faz de la tierra. Algo parece ocurrir en el alma de aquellos que logran escalar a posiciones de alcurnia en lo político o en lo económico, ya que bástales alcanzar un lugar de privilegio en la pirámide del poder para que se trastoquen sus antiguos parámetros humanos y sociales.
No se si la psicología social, o la sociología, habrá analizado e investigado lo suficiente este fenómeno, pero a objeto de explicarlo de buena forma me remito a lo que ocurrió en Ciudad de México cuando la revolución villista-zapatista alcanzó el triunfo y sus tropas de pelados y obreros se apoderaron de la ciudad.
El 6 de diciembre de 1914, la Ciudad de México vivió uno de los momentos más trascendentales de la historia de la Revolución mexicana; ese fue el día en que los ejércitos de los generales Francisco Villa y Emiliano Zapata entraron victoriosos a la capital del país: la División del Norte (Villa) y el Ejército Libertador del Sur (Zapata) desfilaron en una marcha triunfal por el Paseo de la Reforma para arribar al Zócalo y luego entrar por la puerta grande al Palacio Nacional.
Fue entonces que el general Villa, mostrándole el sillón presidencial, invitó al general Zapata a tomar asiento en él para una fotografía. Pero Emiliano Zapata declinó la invitación expresando estas sabias palabras:
No, mi general muchas gracias, pero no. Mire que todo aquel que se sienta en este sillón, se sienta bueno pero se levanta malo.
(*1) http://www.unap.cl/p4_inte/site/artic/20101001/pags/20101001131913.html
(*2) Camila Vallejo (Geógrafa, egresada, en proceso de titulación): Si seguimos urbanizando la precordillera aumentará el riesgo de aluviones e inundaciones en la población. Los riesgos no son naturales sino autoproducidos