La agresión contra Evo y Bolivia, que lo es contra América Latina toda y todos los pueblos del mundo, es un reflejo de la magnitud de la crisis que azota al capitalismo y particularmente a Estados Unidos.
El triste acontecimiento se produce en medio de la debacle de la economía europea, sometida a los dictados del FMI y este a su vez a los de una economía en quiebra como la del país del norte.
Lo de Evo se enmarca formal y específicamente en un cuadro de histeria, dentro de una crisis mayor, desatado por el caso Snowden, quien no sólo denunció que la CIA intercepta comunicaciones de las personas dentro de su país, sino en el mundo entero.
Mientras el mundo, empezando por casualidad por Europa, reclama a EEUU su nefasto proceder, éste ha optado por convertir aquello en un espectáculo como cinematográfico alrededor de la captura del denunciante. Tanto que Snowden, aparece ante la opinión mundial y oficial, sobre todo en grandes países del capitalismo, primeras víctimas de lo que él denuncia, como peligroso delincuente a quien hay que detener a toda costa. Por supuesto, esto para impedir que siga divulgando lo que sabe.
Obama, el pacificador, a quien la Academia sueca dio por adelantado el premio Nobel, algo por demás insólito, se ha convertido en el más guerrerista de los presidentes gringos. Pero, no porque él lo ha querido, jamás lo soñó, sino por llegar a la Casa Blanca, en medio de una crisis planetaria y del capitalismo de grandes magnitudes que les plantea cambiar de sistema o imponerse al mundo entero por la fuerza.
Es esta la razón por la cual, pasando por encima de formalidades y a lo cowboy, a Europa arruinada, como cuando la post guerra, humilla el gobierno gringo por medio de la CIA, ordenándole violar normas internacionales e inherentes a la diplomacia y la condición humana, para de paso irrespetar a un presidente soberano.
