En este mundo de lucha de clases agudas, tensas, graves y violentas la ambición personal de los líderes es de tanta importancia como el ideal que se pregona. Nelson Mandela, mejor conocido como Madiba, es uno de esos líderes que transcienden en la Historia no por predicar una Revolución que transforme de pies a cabeza la estructura y superestructura de un modo de producción. No, transciende porque metamorfosea un factor superestructural, de conciencia, que se entroniza en la lucha política para que en adelante la lucha de clases se enrumbe hacia objetivos ya de carácter de revolución.
A Madiba le correspondió ser, nada más y nada menos, el líder de una larga y cruenta lucha política para ponerle fin al Apartheid (racismo) y al bochornoso y despótico sistema político que sobre esa segregación racial se sustentaba en Sudáfrica. Por eso, las ideas y la obra de Madiba transcendieron, igualmente, mucho más allá de las fronteras sudafricanas. Su ejemplo se ha universalizado aunque en el mundo siga existiendo racismo. De allí que la personalidad y el liderazgo de Madiba hay que explicarlos mediante el proceso histórico sudafricano y no lo histórico a través de la personalidad y el liderazgo de Madiba. El marxismo es universal aunque el capitalismo aún se ufane de seguir gobernando el mundo y su mayoría de gentes por tiempo indefinido.
Madiba siempre en su lucha fue guiado por una ambición personal muy grande, muy sin fronteras, esa que iba mucho más allá de la conquista de la liberación racial de su pueblo para salir del despotismo, el desprecio, la explotación y la opresión del blanco racista, esa que se universaliza en la conciencia de todos los pueblos por la hermandad y solidaridad de razas. La ambición personal de Mandela no era por su propia liberación ni el logro de prebendas para él, su familia o sus más allegados camaradas de lucha. No, era para su pueblo que estaba siendo víctima de las tropelías de un régimen de segregación racial sostenible sólo por la fuerza bruta y de la represión, por la muerte y la tortura, por el encarcelamiento o el ostracismo.
Si Madiba aceptó, luego de trastocado y de la insostenibilidad del régimen del Apartheid, ser candidato a la Presidencia de Sudáfrica no fue para complacerse de sus triunfos ni vengarse de sus derrotas; no fue para satisfacer un capricho personal o asegurarse ser el líder indiscutible del pueblo sudafricano; no fue para cobrar –como líder- el derecho o el deber de dirigir la nación ni para que el mundo le reconociese su legado. No, fue –simplemente- para asegurar que el Apartheid no volvería a levantar su cabeza en Sudáfrica; que la negritud no fuese a cobrar venganza por sus propias manos; que el racismo con tentáculos de poder en otras naciones no extendiera sus intenciones de maligna solidaridad con los pocos que se sentían defraudados con una dirigencia blanca sudafricana convencida que ya no se podía sostener el régimen de segregación racial y que Sudáfrica empezaría un nuevo destino donde el racismo ya no representaba peligro alguno como enemigo. Por eso, creo, que Madiba aceptó ser el Presidente de los sudafricanos. El, encarnaba la esperanza, la seguridad, la continuidad de un nuevo amanecer, una nueva forma de vida sin racismo aunque con muchos de las realidades socioeconómicas heredadas del pasado y que son propias del capitalismo. Madiba no era Dios ni podía serlo como tampoco lo será jamás. Simplemente, Mandela es Madiba o Madiba es Mandela, el hombre de su tiempo, de hermosos ideales, de ejemplar visión de futuro, símbolo de amor y de solidaridad pero también de odio y de combate contra el racismo y esas expresiones de gobiernos incompatibles con la dignidad del ser humano.
Si Madiba hubiese ambicionado poder personal, gozar de los privilegios de gobernante, hubiese aspirado continuar siendo el Presidente de los sudafricanos y nadie, absolutamente nadie, estaba en capacidad de vencerlo. Sencillamente: la ambición personal de Mandela era que otros ocuparan su lugar y no se presentó para el nuevo proceso electoral que eligió a otro como Presidente de la nación. Sin duda, demasiado hermosa la ambición personal de Madiba porque esa es la que se mezcla –con igual dimensión- con la que significa: todo lo bueno para el pueblo, nada de beneficio para mí, salvo aquel que emane de los mismos beneficios del pueblo. ¡Viva Madiba!
Madiba ha cumplido 95 años de edad internado en un centro de salud aspirando sanar para volver a las calles, a los campos, a las fábricas, a las escuelas, a las carreteras, a los centros deportivos, a las bibliotecas, de su nación. Ya no es aquel tiempo del Madiba encarcelado. No, es la época del Madiba amado por negros, blancos, amarillos, políticos de izquierda, de derecha, de centro, ideólogos de diversas tendencias del pensamiento social. Todos los sudafricanos (salvo aquellos que siguen con su odio racial metido entre sus bolsillos) trataron de hacer algo bueno como tributo al líder enfermo pero inmensamente amado. ¡He allí la grandeza de un político cuando su ideal es parte del horizonte de la humanidad!
En Sudáfrica el 18 de julio se celebra como el día de Mandela y la consigna de este año fue: “Pasa a la acción, inspira el cambio. Haz de cada día un Día de Mandela”. Como quisiera ser un milagroso de la medicina para con solo pasarle la mano por el rostro de Madiba devolverle toda la salud necesaria para que viva, por lo menos, un siglo más. Pero, igualmente, lo haría con Fidel y con tantos otros hombres y otras mujeres que se merecen el largo tiempo para que larga sea su enseñanza a la humanidad. Pero, en verdad, ni siquiera creo en brujería aunque sí un poquitín en la sabiduría empírica del curioso. ¡Viva Madiba!