Sin sutileza alguna los máximos directivos de los principales gremios patronales rechazan a la derecha ‘tradicional’ encarnada por Evelyn Mathei y entregan su apoyo a la ‘nueva derecha’, la ex Concertación.
Arturo Alejandro Muñoz
NO BIEN SE conocieron los resultados estadísticos de la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), saltó a la palestra la duda que aun sigue sin respuesta convincente. ¿A quién pretendió favorecer el CEP con esa encuesta que huele a acción amañada? ¿O, por el contrario, la pretensión era perjudicar a alguien en particular?
Lo que no merece duda es el reconocimiento por parte de ese Centro -que recaba datos de opinión pública- respecto del fracaso electoral que caracteriza a la derecha en estos momentos. Los números, no solamente del CEP sino también de ADIMARK y otras empresas del área, señalan sin lugar a confusión cuán deteriorada se encuentra la coalición oficialista Alianza por Chile, carente de liderazgo significativo y todavía manejada , luego de 26 años, por la misma añeja, gastada y ya nada creíble directiva.
Debemos reconocer en el empresariado su innata capacidad de ‘olfatear’ acertadamente las situaciones políticas que son posibles de desarrollarse en el país. Ese sector de nuestra sociedad ha sabido no sólo mantenerse enhiesto frente temporales, bonanzas y crisis, sino, también, anticiparse a ciertos hechos que parecieran escapar de la visión general. Es lo que está sucediendo en Chile en estos últimos meses, pues sin sutileza alguna los máximos directivos de los principales gremios patronales no han dudado en manifestar, públicamente, su apoyo a Michelle Bachelet. El caso de Jorge Awad, presidente de la Asociación de Bancos, es clara muestra de ello.
Estamos frente al desarrollo de un importante hecho político, y no debemos perder el norte al respecto, ya que hasta este instante (reitero el término: ‘hasta este instante’) las movilizaciones sociales –masivas, potentes- han parido un solo resultado principal: el fin de la era “derechista tradicional” y el nacimiento de una nueva derecha, o centro derecha, constituida por partidos políticos otrora izquierdistas y/o progresistas que, formando un bloque musculoso, se han reconvertido a la fe neoliberal. Y bien sabemos que todo ‘reconvertido’ es, a la larga, más fanático que la feligresía habitual.
Si en tiendas como la UDI o RN las escasas mentes frías y preclaras que militan en ellas no han sido del todo acalladas por los talibanes que allí pululan, podrán certificar la veracidad de lo anterior, agregando que las escandaleras producidas por la “bajada” de Laurence Golborne, el retiro intempestivo de Pablo Longueira por una indescifrable ‘enfermedad’, y ahora el vergonzoso y escuálido nivel de aprobación con que cuenta la candidata Evelyn Mathei, obedecen a que con el actual gobierno se demostró cuán impopular es la “derecha tradicional”, asunto que en absoluto asegura al gran empresariado la paz social que requiere para seguir expoliando al país con costos exiguos y ganancias estratosféricas.
Personajes como Hinzpeter, Peña, Pereira, Labbé, Beyer, von Baer, Chadwick, Allamand, y ahora Mathei, provocan recelo en los gremios patronales, pues estos entienden que las enormes manifestaciones sociales habidas durante la actual administración derechista se repetirían –aumentadas geométricamente- si la Alianza ganara de nuevo la carrera hacia La Moneda.
Esos gremios –léase CPC, SOFOFA, SNA, SNM, etcétera- son conscientes respecto a que la ex Concertación (hoy, ‘Nueva Mayoría’) tampoco puede asegurar tranquilidad total a los explotadores, pero confían en que “la chusma” se calmaría con algunos beneficios menores desglosados de medidas más bien populares –aunque inocuas- tomadas por una coalición experta en engañar a sus electores. Ante la coyuntura de una forzosa elección entre dos males, el mega empresariado (y buena parte del universo electoral) optará por el menor de ellos, en este caso, Bachelet y su séquito.
Sin duda alguna, la CEP –representando en gran medida al sector patronal- jugó sus bazas en el mismo sentido: potenciar a los candidatos que representan a la “nueva derecha” (Michelle Bachelet y Franco Parisi), castigar a la “derecha tradicional” (Evelyn Mathei y el pinochetismo nostálgico), y además minimizar las alternativas de sectores progresistas e izquierdistas, como son los casos de Marco Enríquez-Ominami y Marcel Claude respectivamente, aunque, siendo honestos, hasta hoy el sistema imperante no se siente amenazado por esas candidaturas, muy por el contrario, pareciera que ellas lo reafirman involuntariamente, dado que constituyen el necesario “elemento disfuncional” que este sistema requiere para alentar y destacar sus ‘bondades y cualidades’.
Si Claude, por ejemplo, contara con un apoyo electoral superior al 30%, obviamente el andamiaje de esta estructura crujiría amenazando derrumbarse. Mas, con cifras menores al 10% es fantasioso suponer que el sistema se estremezca, se asuste o, en el mejor de los casos, abra puertas al diálogo para realizar cambios sustanciales en su armazón interna.
Por ello, la mirilla de las armas políticas del megaempresariado, de la prensa adherida a él y de empresas de opinión como CEP, apunta a los movimientos sociales, a la explosión popular en las calles y a la rebeldía de las redes sociales. Esos son los verdaderos adversarios que preocupan a quienes tienen en sus manos el país y la férula. Ellos saben dónde deben colocar sus fichas en este juego, y por cierto no ha de ser en los casilleros de la vieja y tradicional derecha, aquella aún nostálgica del pinochetismo, que representa el pasado, el fracaso y el olvido, pues en el escenario del neoliberalismo salvaje otro bloque ha entrado en juego, y a él sí apuestan confiados los grandes inversionistas, aquellos cuyo eslogan es “Dios, lucro y propiedad”.