¡Ironías del destino! Con dolor y con cierto grado de arrechera se puede escribir y, sólo a veces, se justifica siempre y cuando no se triture la verdad verdadera de manera que la ira no termine execrando la razón en el análisis. Aún estando insertado en aporrea el artículo que El Pueblo Avanza (EPA) le dedicó al camarada Herman Wallace, exmilitante de Panteras Negras, se difundió la noticia de su muerte sólo a tres días de su liberación. Un cáncer terminal en el hígado lo condujo al sepulcro luego de estar sometido a todas las vejaciones perversas en una cárcel estadounidense completamente aislado durante cuatro décadas. Eso fue el día viernes 4 de octubre y había abandonado el recinto carcelario el martes 1 de septiembre.
Ese negro maravilloso, revolucionario, marxista, propagador del internacionalismo proletario, fue puesto en “libertad” para que –sencillamente- no muriese en la prisión. Tal vez, la muerte en prisión, hubiese pesado mucho más en el oscuro historial de la injusta administración de “justicia” imperialista que verle dar algunos pasos en las calles confundido con esos miles de miles de hombres y mujeres de raza negra y morir –por lo menos- casi entre los brazos de seres que siempre lo han amado por encima de todas las vicisitudes. En otra latitud, bastante lejana en distancia de Estados Unidos, falleció también en Vietnam, más de tanto vivir que de enfermedad, el último genio del arte militar viviente en el planeta: el general Vo Nguyen Giap, quien merece muchísimos capítulos aparte.
Es tan larga el listado de inocentes que han sido juzgados y condenados injustamente en Estados Unidos que la política imperialista cada día más se ensangrienta, más se vuelve criminal de lesa humanidad en desmedro de todo el espectro jurídico que le hace abrir su boca para auto-galardonarse de “justicia”. Cada vez que se hace un recuerdo de un condenado por razones políticas la misma historia martilla la conciencia de quienes por encima o delante de mezquinos intereses económicos le arrebatan la vida y su libertad personal a hombres y mujeres que todo lo sacrifican por los sueños más sublimes de la humanidad: la libertad, la justicia, la fraternidad, la solidaridad, el amor, la ternura.
Recordemos, en este momento y en solidaridad con el camarada Herman Wallace, aquel célebre juicio, ilegal e injusto igualmente, que llevó a la muerte en prisión por electrocución a los camaradas Ferdinando Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti un 23 de agosto de 1927. Como al camarada Wallace, los camaradas Sacco y Vanzetti fueron juzgados por asesinatos que nunca cometieron. La venganza política del imperialismo, pisoteando todas las leyes o normas de la jurisprudencia, los condenó a muerte. De nada valieron la multiplicidad de críticas que llovieron torrencialmente contra el fiscal y el juez que complotados se prestaron para todas las marramuncias y mentiras que justificaran un fallo jurídico de culpabilidad de Sacco y Vanzetti. Como en casi todos esos casos, donde prima la injusticia sobre la justicia, fiscales y jueces dan pruebas irrefutables de conductas impropias para defender la xenofobia imperialista estadounidense violentando los elementales derechos humanos y, especialmente, el de la vida.
Las ¡ironías en la historia!, terminan –por lo general- revirtiendo el veredicto a lo largo del tiempo. Luego de medio siglo del criminal asesinato de los camaradas Sacco y Vanzetti el Gobernador de Massachusetts en 1977, Michael Dukakis, declaró que los mismos fueron juzgados y encarcelados de forma injusta, por lo cual exigía que “cualquier desgracia debería ser para siempre borrada de sus nombres”. Ya tenían 50 años de muertos. En un futuro inevitable en la historia de este mundo, seguro, no uno sino millones de millones de hombres y mujeres libres terminarán reivindicando para siempre la memoria de todos los inocentes asesinados por la administración de injusticia imperialista y serán condenados por siempre todos los fiscales y jueces que han condenado hombres y mujeres por exponer sus ideas revolucionarias.
Dicen, que el camarada Herman Wallace, quizás en un momento en que el dolor del cáncer fue doblegado por la alegría, dijo al poner sus pies fuera de la geografía carcelaria y mirar el horizonte sin rejas de por medio: “Soy libre, soy libre”. En menos de 72 horas luego, murió. Libre, como el viento, será su idea de inocencia, esa que defendió a capa y espada y no se le respetó. Libre será su recuerdo en la memoria de quienes siempre lo creyeron inocente. Libre será su verdad en la historia de Estados Unidos y del mundo. “Libre… libre…” será el mundo cuando ya no quede ni un solo vestigio de capitalismo pescando inocentes en los recodos de los caminos libertarios del comunismo. ¡Honor y gloria al camarada Herman Wallace!