Diez jefes de Estado estuvieron ausentes en la Conferencia Iberoamericana que se instaló en estos días en Panamá. Como dato muy significativo, al inicio destacaremos que no asistieron – el orden no significa nada – Dilma Roussef, Pepe Mujica, Evo Morales, Rafael Correa, Raúl Castro, Cristina Fernández y Nicolás Maduro, entre otros.
Cada uno de los nombrados, se justificó en razones de “agenda de trabajo”. Cristina, bien sabemos todos, mantiene estado de reposo estricto por razones de convalecencia; aunque, estamos seguros que también hubiese tenido “sobrados motivos de agenda” para no acudir a esa cita.
En América Latina, casi todo el mundo está convencido que ese evento es un adefesio. No tiene ningún sentido y sí un olor intenso al viejo colonialismo; es como una indecente concesión a eso. ¿Por qué nuestros países en conjunto, a esta altura de la historia, tienen que reunirse de manera especial con España? ¿Qué sacamos o ganamos con eso? ¿Si creamos el CELAC y tenemos planteado deshacernos de la OEA porque nos es ajena, no es sino el “Ministerio de Colonias gringo”, para qué seguir en esa “Conferencia Iberoamericana”, donde solo se va a hacer u oír discursos y hasta calarse los arranques post etílicos del rey de Borbón, como aquella vulgar e indecente expresión, propia de quién se cree por encima de gobernantes electos por sus pueblos, “¿por qué no te callas?”.
¿Qué de bueno podría pegársenos allí?
Estoy seguro, que los gobernantes suramericanos arriba mencionados, ausentes “por razones de agenda”, lo expresaron bien. En sus agendas, aquel encuentro no tiene ninguna significancia ni merece importancia alguna. Por esto no fueron.
¡Ah! Algo muy importante; hubo una muy lamentable ausencia, la del rey de Copas, Juan Carlos de Borbón. Este si es verdad que no se hubiese perdido la farra. Pero su estado de salud, una reciente operación de cadera, derivada de sus dificultades, en determinadas circunstancias, para mantener el equilibrio, lo obligó a quedarse en reposo en su regio palacio. ¡Sabrá Dios dónde!
La inasistencia forzosa de Juan Carlos, privó a los asistentes de escucharle hablar de su rica experiencia en dos asuntos claves y dignificantes. La de cómo proteger a un familiar, en este caso a un yerno, desde lo más alto del poder, para que se haga rico haciendo trampas con sólo levantar el teléfono. Pero también, la más hermosa y generosa, a la que le dedicaremos especial atención, en base a lo que sabemos, sobre su habilidad y sutileza para asesinar elefantes.
HIELO NO SE HACE FALTA PORQUE LO TOMA SECO
Juan Carlos llega al Africa seguido por una corte que le lleva de todo. Hielo no le hace falta porque lo toma seco. En el coto de caza, le tienen un bunker preparado, allí no entra ni coquito, menos una estampida de elefantes. Hay una habitación matrimonial muy bien cuidada, donde pernoctará con su compañera de caza, es como una dama de compañía, porque la Reina quedó al frente de sus duros deberes. No decimos sustituta porque sonaría como muy feo, pudiera parecer una “ofensa” a la dignidad real.
En la mañana, no muy temprano, se aposta en un punto del bunker desde donde puede ver la sabana. Sus hombres, ya se han encargado de colocar dentro del radio de observación un elefante, llevado allí como se llevan los toros al matadero. Pese su tamaño, el paquidermo aún se mueve con exceso de velocidad para la “puntería” del Rey. Por eso, se escenifica en el desierto, frente al bunker, una extraña corrida de elefantes, sin matador en la arena, sino siempre detrás del burladero. Aunque ese es un bunker y un burladero puede ser una simple cerquita de madera.
Sale un jinete sobre corcel hermoso y empinado, de ágil y rápido galopar. Es un rejoneador, como le llaman en la “fiesta del toreo”, un eufemismo para no decir “acto de tortura”. Armado de su lanza puntiaguda y afilada, hace todas las “artes” inherentes a su rol. Menos matar al enorme y lento animal. Su misión, debilitarlo y hacerle más lento de lo que es. Hunde su lanza cuantas veces se le antoja, la cual puede retirar con la misma velocidad que la introduce para mantenerse a salvo de cualquier ataque del atacado y luego se retira para regresar armado de banderillas enormes que coloca en cuanto sitio del cuerpo de aquel ser vivo e indefenso pueda. Cumple su tarea, sólo que no lo mata; eso se lo dejaran al “ungido”.
Pese al estado lamentable del elefante, a quien así llamaremos siempre de aquí en adelante, porque hay tantos animales a su alrededor que uno se confunde, todavía le creen con mucho movimiento o un blanco nada fijo.
Sin que suenen los clarines y timbales, los dejaron en España para que el yerno los vendiese a buen precio, otro soberbio caballo, protegido como si fuese atravesar un rebaño de puercoespines, sale hacia los terrenos del elefante herido. Sobre su lomo el terrible picador. Un asesino, sádico de profesión, quien porta una lanza más pesada y contundente; aprovechando la casi inacción del elefante se le acerca y le hunde su arma una y otra y otra vez, hasta que su brazo se cansa y su sadismo se medio satisface.
El elefante ha caído. Su trompa rueda por el suelo del desierto y queda frente al bunker, justo en la dirección del punto, ahora muy cercano, a un tiro de piedra, desde donde su alteza observa y espera.
Juan Carlos, pide a su compañera, dama de compañía dijimos, le sirva el del estribo, tomando como referencia, nada definitiva, el momento en el que habrá de ejecutar su hazaña. Apunta bien, mientras mira por dispositivo telescópico y dispara un potente y hasta explosivo proyectil. El elefante muere. El animal queda vivo. Vuelve a empinar el codo.
Ahora sí; en un acto de deslumbrante valentía y arrojo, sale del bunker, posado su brazo izquierdo sobre los hombros de la acompañante, en la derecha la descomunal arma, se colocan frente al elefante muerto y sonríen para el flash. Las copas no salen en la “toma”.
Por todo lo anterior se me ocurre al final preguntar: ¿Dejaría de venir Juan Carlos por qué en Panamá no hay elefantes? ¿Pero no es la Conferencia Iberoamericana un elefante blanco?