Sólo a los mezquinos y más que eso, los interesados en prender la guerra en sur América por los enormes recursos que hay en ésta, como el gran capital internacional y la Casa Blanca, que se valen de personajes siniestros como Álvaro Uribe Vélez, se les ocurriría negar el inmenso aporte de Hugo Chávez y la izquierda venezolana, al proceso de paz que ahora avanza en Colombia, tanto que tiene, por primera vez, entusiasmado al presidente Juan Manuel Santos.
Es bueno insistir, para no olvidarnos de ello, que Álvaro Uribe, figura desde años atrás, antes de ser presidente de Colombia, en el puesto N° 82 de la lista de narcotraficantes elaborada por la DEA. De donde, no es difícil concluir, que por esa circunstancia, se le utiliza como marioneta para combatir de la manera más innoble a las buenas causas latinoamericanas en beneficio de los gobiernos de EEUU. Porque es obvio que a éstos y por supuesto a la DEA, el problema del narcotráfico no les quita el sueño, tanto que Colombia, el país de Uribe, la siembra y exportación de la droga funcionan viento en popa y el del norte opera como el espacio ideal para el tráfico y consumo. ¿Qué hace la DEA ante esa circunstancia? Al parecer nada, pues allí están los hechos.
Todo eso sucede, porque a EEUU y la DEA, lo de la droga y todo el aspaviento que con eso forman, lo usan como cortina de humo para lograr sus verdaderos propósitos nada ocultos, llegar a apoderarse algún día y bajo cualquier formulismo, de las riquezas de nuestra área.
Cuando mencionamos a Chávez, es para dejar constancia que para el proceso revolucionario de América hispana, particularmente de Colombia, la paz dentro de ese país y en todo nuestro territorio, es asunto de primer orden y de valor estratégico. Para los gobiernos de EEUU y personajes como Uribe, es todo lo contrario.
Anoche mismo, escuchamos como el presidente Juan Manuel Santos, de manera que pareciera entusiasmada, pese su proverbial dureza expresiva, dijo con énfasis:
“Debemos continuar. Debemos preservar. No hacerlo sería
traicionar la esperanza de millones de colombianos y de
futuras generaciones.”
Dijo aquello, después que desde La Habana, se anunciara que las partes habían llegado a acuerdos muy significativos en la búsqueda de la paz y la inserción de los combatientes de Farc en la legalidad política colombiana.
No dejó Santos de señalar la persistente prédica y campaña dentro de Colombia y fuera de sus fronteras de algunos personajes contra el proceso de paz y en favor de la ruptura de las conversaciones. Hay evidentes motivos para pensar que hacía alusión a Uribe Vélez y sus acompañantes de adentro y afuera.
Quien esto escribe, desde años atrás, unos cuantos más de lo que podría alguien imaginar, ha sostenido que la guerra en Colombia, tomando como referencia lo que ha sucedido en Venezuela, Bolivia y Ecuador – por sólo nombrar estos tres países – ha entorpecido el fortalecimiento del movimiento popular colombiano y jugado a favor de la política gringa. La represión, miedo y la generación de matrices de opinión a partir de la guerra y sus circunstancias, ha jugado a favor de la derecha, los latifundistas colombianos, aliados del imperialismo y hasta de la siembra y tráfico de drogas. La derecha suele manejar la guerra a su favor para amedrentar y reprimir, a todo aquel que muestra signos de inconformidad aunque no participe en esa contienda y hasta estando en contra de ella; sirve incluso para contener los reclamos derivados de los derechos sociales de las masas. Eso lo sabemos, porque mal lo sufrimos.
No nos cabe duda que el movimiento popular y revolucionario de América Latina está contra la guerra y por la paz. Todo lo contrario acontece con los Estos Unidos, el Departamento de Estado y los grandes inversionistas.
Todo lo anterior nos lleva a interrogarnos nuevamente sobre las bases militares extranjeras instaladas en Colombia. Es falso, de la manera más absoluta, que ellas existan para combatir la siembra y tráfico de drogas. Si fuese así, estaríamos diciendo que no habría nadie más ineficiente que el ejército norteamericano, a quien le pasan el contrabando ante sus narices y pese al empeño que ponen, no logran detectarlo.
Si existen para ayudar al gobierno colombiano a combatir la guerrilla y evitar como en el pasado, que las Farc llegasen a acorralar en veces las fuerzas del Estado, alcanzada la paz, no habría razones para que esos enclaves militares sigan existiendo. Llegado aquí, tendríamos que resaltar que, estamos en presencia de una afectación de la soberanía y aceptación de la intromisión de un extraño -¡qué bien los es!- en los asuntos del país vecino.
Pero bien sabemos para qué fueron instaladas esencial y estratégicamente. Han estado y estarán allí como vigilantes y fuerzas de avanzada para someter a cualquier pueblo de Suramérica que pretenda ejercer su soberanía. Lo que pasa en Asia, el Medio Oriente y África, es un reflejo de lo que aquí arman. Por ahora, vigilan y ponen en la mira a la propia Colombia, Bolivia, Ecuador y Venezuela.
De manera que esas bases no son más que enclaves de guerra, para nada se justifican ni nos benefician, aparte que quienes allí las tienen y administran no les asiste ningún derecho sino el abuso y el chantaje.
Por eso, tomando como muy buenas las palabras de Santos, acelerar las conversaciones de paz va en favor de “millones de colombianos”, y sobre todo como agregó el presidente, “de las futuras generaciones”. Él se refirió, en este caso, a los colombianos, pero no es nada incómodo agregarle lo hermoso que sería para las “futuras generaciones de suramericanos”. De manera que, es pertinente, esas conversaciones, pese a que pudiera no estar en la agenda, aborden el asunto peligroso para la paz continental de las bases, lo que sería una propuesta de todos los hombres de buena fe que nacimos, vivimos, luchamos y soñamos en estas tierras.
Es más, está llegando la hora que Suramérica, se ponga de pie no sólo para protestar contra el espionaje electrónico, sino también contra la intimidación y espionaje mismo que se ejercen desde esas bases.