Cuando se inician diálogos por la paz y, especialmente, si en los mismos se muestra disposición evidente de lograrla, los amantes y negociantes de la guerra y enemigos declarados de la paz recurren a todos los subterfugios y maniobras posibles para ponerle una tranca a los diálogos, colocarle un candado y botar la llave de manera que haya frustración y rompimiento de los mismos. En Colombia hay más cosas que en la viña del Señor. Se puede entender a algunos financieros industriales oponiéndose a un diálogo de paz, porque si ésta es firmada eso les acaba con el ilícito negocio de las armas, de los arrebatos de tierras a los campesinos y pequeños propietarios, del robo a riqueza ajena, del monopolio en fabricación y venta de urnas y de casas velatorias, del negocio de las de medicinas, de botas de goma, de alimentos a precios elevadísimos. En fin, de todas las mercancías que entran –por necesidad imperiosa- en el frente de la logística sin lo cual todo bando que haga guerra está perdido de antemano. Lo lamentable es que en Colombia existen demasiados periodistas o comunicadores sociales que se prestan para vender las mentiras y triquiñuelas de los oligarcas amantes de la guerra y enemigos de la paz. Incluso, existen medios de comunicación que disfrutan de tanto poder que ponen o quitan gobernantes y hasta son acusados de hacedores de guerra.
Los ideólogos de la guerra creen, siempre, que los pueblos son incultos o ignorantes de pies a cabeza, que nunca son capaces de interpretar correctamente las realidades y, mucho menos, en diferenciar una mentira de una verdad. Lanzan sus conclusiones como si nadie sabe que detrás de ellas es imprescindible el análisis. De esa manera tratan de hacer creer que las FARC iniciaron una guerra porque les salió del forro a Manuel Marulanda, Jacobo Arenas y otros líderes campesinos; que comenzaron la violencia por resentimientos sociales, envidias y odios personales contra los que se han hecho rico con el sudor de sus trabajos; que la iniciaron contra un Gobierno que garantizaba la paz con verdadera justicia social y que no violaba ni un solo de los derechos humanos del pueblo colombiano; que izaron la bandera de la guerra para que cada guerrillero se convirtiera en un hacendado expropiando los latifundios de los ricos más respetuosos y humanos habidos en el mundo entero; que no tomaron en cuenta la felicidad en que vivían los colombianos y las colombianas sabiendo que la minoría era dueña de casi toda la riqueza y la mayoría tenía que repartirse en la pobreza las migajas que sobraban en la distribución de los recursos económicos colombianos; que dieron comienzo a la violencia porque Manuel Marulanda y Jacobo Arenas eran unos enfermos que no podían vivir sin disfrutar de la muerte de oficiales y soldados del ejército colombiano; en fin, la guerra en Colombia es la única en este planeta que no tiene causas sino, simplemente, motivos personales de un pequeño grupo de bandoleros, desadaptados, criminales, delincuentes que la inició, hace casi medio siglo, sin justificación histórica de ninguna naturaleza. Esa es la visión política que tienen la rancia oligarquía, el frenetismo militar y la extrema derecha colombiana del conflicto armado y político.
Los amantes de la guerra y enemigos de la paz, olvidando por completo las causas de profundas injusticias y desigualdades sociales capitalistas que generaron la guerra en Colombia, envalentonados e inspirados en las ideas terroristas del expresidente Uribe, han lanzado sus cinismos apolíticos y sus aberraciones ideológicas para que de una vez por todas se ponga fin al diálogo por la paz que se realiza en La Habana, señalando que las FARC desbordaron todos los límites, que desean negociar toda la agenda nacional, que hablan como si fueran un ejército vencedor, que dan largas sin excusa válida a la concreción de acuerdos puntuales, que rechazan cualquier castigo penal, que no quieren hablar de dejación de las armas y que se oponen a pedir perdón a la sociedad colombiana. Pero esos mismos amantes de la guerra y enemigos de la paz no han dicho ni pío sobre las verdaderas causas de la violencia; ni pío sobre las masacres y genocidios cometidos por el Estado colombiano; ni pío contra el holocausto que ejecutaron para exterminar a la Unión patriótica que actuaba y participaba legalmente en la política colombiana; ni pío sobre los miles de crímenes conocidos como falsos positivos; ni pío sobre la impunidad dada por el Estado a criminales de lesa humanidad; ni pío sobre la larga historia de la violación a los más elementales derechos humanos del pueblo colombiano; ni pío sobre la política violenta que ha creado el desplazamiento obligado de miles de miles de colombianos y colombianas para que los latifundistas, algunos militares y algunos políticos se apropien de las tierras y las aguas; ni pío de los asesinatos de dirigentes políticos, sindicales, campesinos, estudiantiles e intelectuales; ni pío de la creación y subsidio de paramilitarismo para que cometiesen crímenes y masacres abominables contra la población civil que no participaba directamente en el conflicto armado y político; en fin, para esas crudas y terribles realidades no tienen palabras ni de rechazo ni de condena los amantes de la guerra y enemigos de la paz. Por esos elementos señalados es que, en gran parte, algunos oligarcas, militares y políticos de extrema derecha de Colombia respondieron con virulencia al llamado que hizo el doctor Humberto de La Calle, jefe de la delegación del Gobierno en los diálogos por la paz que se realizan en La Habana, a los empresarios colombianos para que apoyen el proceso de paz. No es la insurgencia quien lo está solicitando, es el propio Gobierno colombiano lo cual implica que sí existen poderosos enemigos de la paz y amantes de la guerra en la sociedad colombiana y, especialmente, en las altas esferas de la economía, de la política y de la ideología.
Los amantes de la guerra y enemigos de la paz creen, y saben en demasía que es por conveniencia, que todo diálogo que se realice por la paz debe ser culminado en tiempo récord como si medio siglo de violencia social pudiera dirimirse en un juego de fútbol, de básquet o de tenis de campo o, hablando del azar, en una partida de póker o de dominó. En Colombia, está harto demostrado, existe una dualidad de poderes y en esa prolongada guerra no ha habido ni vencedor ni vencido, lo cual implica –si se quiere lograr paz en el sentido de cese a la violencia- diálogos que vayan a las raíces de los hechos y traten, como mínimo, de encontrar fórmulas de gobernabilidad que impliquen superar un buen número de injusticias y desigualdades sociales dentro del contexto del modo de producción capitalista que impera en Colombia. Eso tampoco lo quieren los amantes de la guerra y enemigos de la paz.
No es fácil buscar paz por medio de diálogos en una nación donde la experiencia ha sido fatal para los grupos y organizaciones políticas, alzados en armas, que han firmado acuerdos con el Estado colombiano entregando las armas y desmovilizándose para crear organización política que participe legalmente en la vida política colombiana. El EPL y el M-19 son los mejores ejemplos de esa verdad. Demasiados muertos de esas organizaciones o grupos -luego de firmar acuerdos de paz- prueban que existe una cultura de la guerra que requiere –como lo dijo el doctor Humberto de la Calle- unos cuantos años para que cesen los apetitos de venganza y eso se logra con verdaderos hechos de justicia social –especialmente- para las mayorías explotadas y oprimidas por el capital. Y eso deben entenderlo los empresarios, los dueños de los grandes medios de producción como también el Estado colombiano.
Cuando los amantes de la guerra y enemigos de la paz plantean que las FARC –especialmente sus comandantes- deben ser sometidos a juicios jurídicos y condenados a castigos penales no hacen otra cosa, aunque no lo digan abiertamente, que solicitar el rompimiento de los diálogos. Sería una inocentada o un masoquismo extremo que las FARC participen en un diálogo de paz para aceptar, que luego de firmado los acuerdos que pongan fin al conflicto armado y político, esposarse las manos y sin necesidad de gendarmes presentarse (tranquilos, resignados y pacíficos) a las puertas de las cárceles para vivir años detrás de las rejas. ¿Y por qué los amantes de la guerra y enemigos de la paz no piden lo mismo para quienes han dirigido todos los gobiernos y todas las instituciones que han participado en la prolongada guerra gozando, hasta ahora, de impunidad? Claro, son quienes garantizan condiciones para la seguridad de los intereses económicos de la oligarquía colombiana y de la oligarquía foránea.
El acuerdo, firmado por el Gobierno colombiano y las FARC sobre participación política, ciudadana y movimientos sociales hace pocas horas, ha generado taquicardia y hasta una buena dosis de desespero en los amantes de la guerra y enemigos de la paz pero, igualmente, ha creado muchas expectativas y esperanzas en la mayoría de la sociedad colombiana sobre futuros acuerdos definitivos sobre la paz.