El ministro de Interior español declaró, el lunes 20 de enero, que las protestas de los vecinos en Gamonal (Burgos), barrio obrero con una alta tasa de desempleo en el que la Alcaldía pretendía hacer obras especulativas a costa de obras sociales, y que terminaron con la retirada de las obras, eran un «ensayo revolucionario no exportable».
El Estado español nunca ha exportado revoluciones. Tampoco ideas políticas, ni filosofías, ni mucho menos ciencia. Las masivas manifestaciones del pueblo catalán contra el centralismo español y a favor de la independencia fueron calificadas por el presidente Rajoy como «algaradas».
Ese sí es un producto típicamente español: la algarada. A la algarada, que es una manera de hacer jaleo sin contenido, habría que añadirle el españolísimo «pronunciamiento», que es algo así como el golpe de Estado pero llevado a cabo por gente aburrida.
No fue hasta el golpe militar del filonazi Francisco Franco que los españoles no sufrieron en carne propia una dictadura, con sus muertos, sus exilios y su perpetuación disfrazada en una «democracia» a la medida de los vencedores golpistas.
Tampoco el filonazi Franco fue muy original en el golpe. Hasta la ideología vino importada de Italia y Alemania, países en los que se (de) formó la clase intelectual española desde 1940 hasta los años sesenta.
En fin, que teníamos una ilusión ante el complejo que nos produce toda esa gente por el mundo adelante que llega un día y dice que por las armas o por el medio que sea... esto no funciona y merecemos algo nuevo, algo perfectible, algo nuestro... algo mejor.
La marca España se quedó sin un producto, por decisión de un oscuro ministro, que hubiese tenido más seguidores que los productos estrella del pensamiento español: las películas de Almodóvar, las fragancias de Antonio Banderas, la fregona, el futbolín y los fichajes millonarios en un país lleno de pobres.
Pero tal vez no se equivocó el ministro en una cosa; tal vez esto sea un ensayo, y lo que venga atrás nos redima como pueblo.
