Se repitió la historia.
Hace muy poco tiempo atrás, los colombianos fueron invitados a votar para escoger representación parlamentaria y el fantasma, que podría ser un grito de rebeldía, de la abstención, le aguó la fiesta a toda la derecha colombiana; la de Santos y la de Uribe.
En aquellas elecciones que comentamos con cifras en la mano, la abstención estuvo en el 70 %. Entre los partidarios de los jefes que se disputan el poder ahora en Colombia, apenas alcanzaron entre los dos el 30 % de los votos depositados. Léase bien, de los votos depositados, no del total de votantes que era entonces, hace tres o cuatro meses, más de 32 millones de ciudadanos.
A esta cifra de abstención hubo que agregarle los votos blancos de quienes de esa manera manifiestan expresamente no estar de acuerdo con ninguno y los nulos cuyo significado no se conoce a ciencia cierta.
Lo real es que el actual Congreso de Colombia, no representa a la mayoría, aunque todos quienes concurren se unan. De aplicarle la lógica golpista de la derecha venezolana, los parlamentarios todos deberían renunciar porque el organismo del cual forman parte es ajeno a la oculta voluntad popular.
Se repitió la historia.
Quienes dijeron o pensaron para consolarse que aquella baja votación se debía a la poca importancia que los colombianos le daban a esas elecciones, un lugar común por cierto, no siendo presidenciales, para decirlo coloquialmente se cayeron de un coco.
Ahora en estas de ayer domingo 25 de mayo para escoger presidente, con Santos, y un títere de Uribe como candidatos, los números hablan el mismo lenguaje de poco tiempo atrás. De 33 millones de ciudadanos aptos e inscritos para votar, sólo lo hicieron esta vez 13 millones. 20 millones de colombianos dijeron de antemano no al sistema, los partidos y los candidatos. Pero es más, entre quienes votaron, un relativo alto porcentaje de votantes, cerca al millón, lo hizo en blanco, una manera de manifestar su desacuerdo. Así llegamos a la cifra de 21 millones inconformes, en desacuerdo, indiferentes o como quiera llamársele, ante la manera de manejar la godarria colombiana los asuntos de ese país. Esto sin contar la cifra importante de votos alcanzada por la candidata de la izquierda legal de ese país.
El candidato de Uribe Vélez obtuvo 3 millones 760 mil votos aproximadamente, para un 29 % y Santos 3 millones 300 mil, o el 25 %, del total de sufragantes. De los pocos ciudadanos quienes concurrieron a votar, sólo un poco más del cincuenta por ciento, lo hicieron por los candidatos que ocuparon el primero y segundo lugar.
De manera que si hubo algún ganador, esa fue la abstención; para decirlo en lenguaje hípico, les ganó a todos al galope. Los porcentajes de esta llegan, como tres meses atrás, a 70 %. La derecha colombiana es pues una ínfima minoría en aquel país, aunque gobierne y tenga en sus manos los resortes del poder político y la economía.
Dicho de otra forma, la determinante mayoría de los colombianos no quiere saber nada con los gobiernos y candidatos. Eso habla de frustración, pero también de una esperanza, que siempre existe, guardada en un recóndito rincón.
Si es cierto que la mojiganga que puso Uribe llegó de primero, lo hizo en condiciones lamentables y lo que es peor, los otros candidatos sumados cuadruplican su votación.
Pero para que el movimiento popular se desarrolle, organice y pueda pensar en despertar el interés de los colombianos por los asuntos de Estado, es fundamental la paz. Que todos puedan moverse y hablar con libertad sin los temores que la guerra y el narco-paramilitarismo allá imponen. Aunque la paz misma produzca desconfianza por las experiencias anteriores.
Eso le obliga a uno en ayudar que ese proceso se consolide y termine. Uribe no oculta su idea iracunda que su clase debe resolver el problema que representa la guerrilla mediante más guerra y está probado que eso es un disparate. Al contrario, según lo que uno lee proveniente de las Farc mismas, el proceso aunque un tanto lento, por lo difícil, marcha y genera esperanzas.
En un reporte que he leído por allí, Santos ha pedido a la candidata definida como de un sector de izquierda, quien obtuvo un porcentaje del 15 y más % , le apoye en favor de la paz y eso es bueno. Como lo es, que los otros candidatos, salvo el de Uribe, han manifestado su deseo que las discusiones de la Habana continúen.
Santos no es un santo, pero Uribe es el demonio en persona y es válido pensar que Zuloaga, como dijimos antes, no es más que un títere.