Cruel es el Dios de Israel. Los judíos fueron su “pueblo elegido”, elegido para sufrir, a juzgar por la historia. Esclavitud en Babilonia y en Egipto, diáspora, Inquisición, expulsión de España y Portugal, progroms en Rusia, Hitler y los horrores del nazismo. Yahvé inventó Polonia sólo para fastidiar a los judíos… y por eso dicen que los polacos fueron antisemitas antes de ver al primer judío. Y después del Holocausto, aburrido de verlos fieles y devotos tras milenios de daño físico, Dios decidió aplicarles el colmo de su crueldad y causarles el definitivo daño moral: les dio el Sionismo y el Estado de Israel.
El sionismo, movimiento del regreso a la Tierra Prometida, tiene más de 100 años, y para su fundador Theodor Herzl era condición necesaria expulsar a los nativos para instalarse en Palestina. Es decir despojar a los palestinos (los “filisteos” de la Biblia) de sus tierras y aldeas milenarias. Antes de la fundación del Estado de Israel en 1948, judíos y los palestinos convivían en relativa armonía.
Los agentes sionistas aprovecharon la tradicional hospitalidad local para hacer secretamente un inventario económico-social de las miles de aldeas palestinas, y en los meses que siguieron a la fundación de Israel fueron desalojadas, a plomo limpio, 1.800 de ellas y sus habitantes desterrados. Hoy hay 2.5 millones en Jordania, 800 mil entre Líbano y Siria, 250 mil en Arabia Saudí y unos 200 mil en Egipto y el Golfo Pérsico. En Venezuela 15 mil, en Chile más de 400 mil. Pero los poderosos de Sión no están contentos: quedan por expulsar los 5 millones que hoy viven cautivos en los guetos de Cisjordania y Gaza.
Y mientras los generales y sabios del gobierno de Israel calculan el tonelaje de bombas y los gramos de alimento necesarios para matar por metralla o hambre a un pueblo entero, mientras los centuriones de Israel arrancan las viñas y los olivos que dieron sombra por los siglos, cada niño que nace en Israel viene enmantillado en mil millones de maldiciones en todas las lenguas de la tierra, por atrocidades que no ha cometido y por el genocidio que ejecutan fríamente sus mayores.
Los generales y sabios del gobierno de Israel ignoran, con impune prepotencia, el daño total que causan a sus hijos a través del el daño relativo que causan a los palestinos. Los niños palestinos mueren o viven, según los caprichos del fósforo o la bomba, pero los niños de Israel crecen todos, sin excepción, moralmente lisiados por crueldad, brutalidad y barbarie de su Estado contra los niños palestinos.
Cuando se disipe el humo de los bombardeos, cantará el gallo de Gaza y se escuchará a las madres palestinas arrullando a sus hijos sin saber cuánto les queda de vida:
Qué guapa en la cuna, mi niña adorada,
para que la muerte cuando venga a verte
te encuentre acostada.
Cierra los ojitos, vida de mi vida,
para que la muerte cuando venga a verte
te encuentre dormida.
Duérmete, mi rosa,
para que la muerte cuando venga a verte
sea cariñosa.
Duérmete, ojos bellos,
si hay gatitos muertos por entre las ruinas
jugarás con ellos.
Duérmete, rubí,
y a ver si la muerte cuando venga a verte
se me lleva a mí.
CARLOS PIERA
Canción de cuna de Gaza