El Marchante

Aquella mañana de fin de semana sonó el timbre del apartamento. Eran los finales de 1987. En ese entonces residía en un inmenso edificio ubicado entre las esquinas de Truco y Cardones, muy cerca de la Baralt y del Guanábano. Al escuchar el timbre pensé que se trataba de mi vecina Gloria, pero no.

Unos hermosos ojos verdes enmarcados en negrísimas pestañas estaban frente a mí, incrustados en un rostro viril. Era un hombre alto, como de unos 35 años, delgado, blanca la tez y con una pequeña maleta en una de sus manos.

- Buen día señora.

“No es de por acá”, pensé inmediatamente, dado el acento en sus palabras.

-Batas, sábanas, manteles, toallas, todo barato, y lo puede pagar por partes, dijo el señor con voz de barítono y, repito, acento de lejanía.

“Déjeme ver qué trae, le dije, y enseguida el señor puso la maleta en el piso, en el pasillo, y comenzó a sacar telas y telas mientras yo me preguntaba cómo hacía para tener tanto en tan pequeño bártulo.

Había unas lindas sábanas, pero en verdad más por ayudarlo que por ayudarme le dije que me interesaban un par de sábanas y que cómo haríamos.

-Me las puede pagar hasta en cuatro partes, dijo esbozando al fin una sonrisa que dejó ver blancos dientes, y que cambió la seriedad de su rostro.

“Listo. ¿Quiere un café?”

-No, no señora, gracias. Y sacó un fajito de tarjetas de las cuales una dedicó a mi naciente cuenta.

Recibió la primera cuota de mi pago, recogió con esmero las telas, y cerró su maleta.

-Paso el próximo sábado.

“Bien. Hasta el sábado. ¿Cuál es su nombre?”

-Hasan, me dijo.

Él ya sabía el mío, por la cuenta.


II

Fueron muchos sábados los que Hasan tocó a mi puerta. “Soy el marchante, señora”. Siempre traía alguna novedad en tela, y mi cuenta nunca decrecía. Como al quinto sábado me aceptó el café y como al séptimo aceptó pasar a la sala del apartamento. Tenía otros clientes en el edificio y por lo visto, le iba bien.

Un sábado le pregunté: - Hasan, ¿de dónde es usted?

Sus ojos verdes se hicieron más verdes todavía. Su rostro enserió mucho, pero sólo me dijo con su castellano dificultoso:

-Yo soy árabe.

A la semana siguiente, mientras le pagaba y le ofrecía café, le pregunté:

-Hasan, ¿de qué zona árabe es?

Fue entonces cuando me dijo: -Yo soy de Palestina, soy palestino. Y se puso ansioso.

“Palestina está en guerra, Hasan, está en guerra. ¿Sabe algo de los suyos?"

Creo que esa pregunta fue la llave que abrió su corazón, pues a partir de ese momento y durante varias semanas más pudimos conversar acerca de su tierra, de su gente, de su lucha.

Siempre fue comedido. Era como si se sintiera perseguido o como si estuviera delatando un gran secreto. Su maltrecho castellano se agolpaba en su garganta y dejaba en evidencia su angustia militante. Nunca me contó cómo había logrado salir de su tierra y mucho menos quién le ayudó a ingresar y residenciarse en nuestro país, o quién le daba las telas que vendía.

Nunca me habló de cuánto sufría. No hacía falta. Sus ojos verdes eran espejo y libro.


III

Ya no tenía más telas que comprarle a mi marchante. Redujimos los montos de los pagos como forma de ampliar el café sabatino. Me faltaban como dos cuotas cuando un sábado Hasan tocó a la puerta. –Soy el marchante, señora. Abrí y le saludé. No traía la maleta, sino una bolsita de papel.

-Hoy no vengo a ofrecerle nada nuevo ni a cobrarle. Vine sólo a traerle un pequeño regalo.

Le hice pasar y le ofrecí café mientras él, de la bolsita, extraía su obsequio.

Era una franela. Una franela usada. Una franela con la bandera de Palestina en tamaño mediano, sin letras ni consignas.

-Es para usted. Sé que la apreciará.

Cuando la iba a poner en mis manos, Hasan besó la bandera de la franela, y lloró.

Fue la única vez que puse mi mano en su hombro, para darle aliento.

Luego, en silencio, tomó su último café conmigo.

Nunca más regresó.

Por Hasan llegué al corazón de Palestina. Por Hasan ese corazón de Palestina llegó hasta mí. Por seres como Hasan el afecto se ha instalado en el mundo dando la mano a la justicia y a la solidaridad. También a la indignación y a la angustia.

Todos estos días he pensado mucho en Hasan. ¿Dónde estará?

Mi franela palestina ya está viejita y no la puedo usar.

Pero la conservo, y beso su bandera.


lacotalil2013@gmail.com

@lildelvalle


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Lil Rodríguez


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