Un viejo militante por los derechos civiles, George Jackson, de los Panteras Negras, autor de un interesante libro titulado “Soledad Brother”, llamó a los suyos a entender y difundir la idea que el enemigo no era el hombre blanco, también víctima de las contradicciones sociales, sino el amo del capital y capataz de la Casa Blanca. Llamó la atención sobre el problema clasista y no sobre el color de la piel, asunto éste que el verdadero enemigo usaba para esconderse y hacer confuso el sentido y rumbo de las luchas del pueblo. Había pues que definir e identificar al enemigo auténtico y no tomar como tal a quien no lo fuese y viceversa.
La guerra de Vietnam impactó la vida norteamericana. Tanto que fortaleció y aceleró la lucha por los derechos civiles, bajo el aliento de aquellos jóvenes, blancos y negros que optaron por desafiar al Departamento de Estado y al Pentágono y no ir mansamente a guerrear allá lejos, donde ninguno de ellos tenía enemigo sino hermanos, como solía decir aquel personaje del mundo del boxeo que “volaba como una mariposa y picaba como avispa”, llamado originalmente Cassius Clay, quien posteriormente adoptó el nombre de Mumhamad Ali, también como un gesto de protesta o renuncia.
Marthin Luther King, comprendió también que su lucha debía ir más allá de por los Derechos Civiles y se vinculó a quienes desaprobaban y combatían por la paz en Vietnam, por dejar de agredir a aquellos hermanos del mundo y en su célebre discurso “Tengo un sueño”, expresó entre otras cosas, tomadas como peligrosas por los racistas, guerreristas y comerciantes de la guerra de su país:
“Cuando repique la libertad en cada ciudad, aldea, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: “¡Libres al fin! ¡Somos libres!”.
Porque cuando los hijos de Dios puedan unir sus manos se acabaría la discriminación, el enfrentamiento ciego entre los hombres y la guerra; con ella el despojo de los pueblos más débiles y el negocio armamentista.
King, ayudó a convertir al reprimido por el color de su piel en un combatiente contra la guerra y favor de la solidaridad de los hombres de buena voluntad y contrarios a la política internacional de USA. Por eso había que acallarle. Como la de Malcolm X, callaron la voz de Marthin Luther King.
Pero quedó la huella profunda y había que borrarla; la represión y los asesinatos por encargo no producían el resultado apetecido. Había que apelar a algo más creativo y hasta sutil, como después vinieron las revoluciones de colores.
Buscaron en la sociedad norteamericana, no sin cautela, alguien de la misma gente por la cual King y Malcolm X lucharon por sus derechos civiles que eran los mismos de ellos. Rebuscaron en todos los rincones, en las escuelas y universidades y hallaron a aquel joven, inteligente y carismático líder estudiantil. A partir de allí, el laboratorio creo el personaje y la idea que alguna que otra vez algún soñador o fantasioso puso a correr como cosa del futuro, futuro impreciso, un presidente negro – era así como decían, no afrodescendiente – que ayudase a revertir la corriente o actitud que habían creado Malcolm X y King, sobre todo lo relativo a las guerras. El sistema de EEUU no sabe cómo y tampoco puede convivir en paz con el mundo.
Entonces, a los luchadores por la libertad y la paz, que como dijo King debían ser negros, blancos, católicos, evangélicos, protestantes y hasta judíos, había que volverles al ideal del Pentágono, hacer la guerra para que el sistema de ellos subsista.
De manera que como las revoluciones de colores de ahora, la guerra por otros medios, que al final persigue fortalecer la guerra de las armas mortíferas, antes surgió un presidente negro. Hasta hijo de un emigrado africano. Se le instaló en la Casa Blanca, donde entró bajo la consigna de “borrar el pasado”, se le consiguió adelantado el “Premio Nobel de la Paz” y le pusieron a conducir la guerra. Hasta le convirtieron más agresivo que Bush. La idea era intentar convertir a quienes antes estuvieron al lado de Malcolm X y King en partidarios de la causa de la clase dominante. Le degradaron de manera tal que transmitieron al mundo su imagen mirando por un televisor como, en vivo y en directo, asesinaban a Bim Laden o a quien hicieron pasar por éste. Se dispuso convertir al afroamericano y sus partidarios blancos en cómplices de los planes del Pentágono o el gran capital.
Al pobre Obama, inteligente, brillante, le reclutaron de manera “forzada” y le llevaron a la Casa Blanca a hacer de Tío Tom, quien contribuye con la casta gobernante, la del dinero por montones, que humilla a su pueblo y los débiles del mundo, a seguir con aquello contra lo que combatieron Malcolm X y King. El, atrapado en la Casa Blanca y los círculos que le rodean, ve recrudecer de nuevo los atropellos a su pueblo de piel como la suya, en nombre de la democracia y libertad. ¡Como en el pasado! Que un policía blanco, incitado por el odio, mate a muchacho negro y se le declare inocente, volvió por sus fueros. Ya no es ni siquiera necesario que se encapuchen como las enfermas huestes del Kukuklan.
Como en la novela de Gallegos, uno al pensar en Obama, lo contrario en grandeza a Malcolm X y King, a uno le provoca decir ¡pobre negro!