Desde Aylwin al segundo mandato de Bachelet, las administraciones han esquivado la responsabilidad principal como mandantes. No han gobernado para Chile, ni menos aún para los chilenos.
Arturo Alejandro Muñoz
En estos últimos meses (tal vez han sido años) los chilenos han identificado por fin el verdadero continente del alma de la inmensa mayoría de políticos y autoridades, sean del bando que sean.
A los ciudadanos les resulta doloroso confirmar lo anterior, en especial a quienes confiaron en las cualidades y promesas de las actuales hordas de senadores, diputados y componentes del gabinete presidencial -incluyendo a la Mandataria- al privilegiarlos ya fuese con un irrestricto apoyo o con el sufragio y, a guisa de postre, haberles defendido a ultranza desde el momento mismo que surgieron las críticas tempranas que preconizaban el descalabro.
La sociedad chilena tiene herido el ego. Luego de tanta interesada publicidad que políticos y mega empresarios internalizaron en el consciente colectivo vendiéndole una falsa realidad, ahora, esa misma sociedad es consciente de cuán similar resulta nuestra república a aquellas naciones hermanas que de manera irresponsable criticó la prensa canalla (aquella perteneciente a los poderosos que gobiernan abrazados a sus patrones transnacionales), al tildar veleidosamente a sus gobiernos de “corruptos” y ‘tercermundistas’, como si Chile no fuese propietario también de esas características.
La gente ya no duda, pues mientras el actual sistema mantenga sus variables principales, es cosa sabida que la corrupción llegó para quedarse. Pese a la multiplicidad de informaciones, indesmentibles todas ellas, que señalan las tropelías e ilícitos cometidos por parlamentarios y dirigentes de tiendas partidistas pertenecientes al viejo duopolio, se observa una clara disposición –de los componentes de esas cofradías- a perseverar en la expoliación del electorado y en el desdén hacia los intereses y necesidades de la comunidad nacional.
Esto último es cuestión palpable emanada de las declaraciones que diputados, ministros, subsecretarios y senadores explicitan como respuestas a las proposiciones de las organizaciones sociales, haciendo no sólo caso omiso a las impetraciones de la gente sino, además, manifestando en los hechos ciertos, un desdén hacia ella, poniendo en tela de juicio (de mal juicio) la capacidad de millones de chilenos que no están insertos en el familisterio político partidista.
A este respecto, la presidenta Michelle Bachelet parece ser hoy la abanderada de los grupos recién mencionados. Ante cualquier entuerto que pudiese involucrarla directa o indirectamente, la mandataria guarda ominoso silencio… y si las presiones son demasiadas y tiene que hablar, generalmente recurre a la misma cantinela: no lo sabía… o se enteró por vías que no son oficiales (generalmente, a través de la prensa).
¿Y para qué están entonces los asesores, los ministros y subsecretarios? ¿Qué hacen las autoridades del gobierno interior, léase intendentes, gobernadores, seremías? ¿Y la ANI, sirve para algo más que no sea cahuinear con asuntos de escasa monta, mientras miles de ex soldados israelíes levantan cartografías en la Patagonia, decenas de militares estadounidenses se atrincheran en Concón, y medio centenar de enriquecidos latifundistas hacen las de “quico y caco” en la Araucanía, violando los acuerdos –históricos y oficiales- que el Estado chileno protocolizó con la nación mapuche en los asuntos de tierras ancestrales?
No caben más vacilaciones, ni hay espacio tampoco para “segundas oportunidades”. Llegó el momento de abandonar los cuidados lingüísticos para ir directo al grano. Definitivamente, este actual Parlamento, así como también todos los gobiernos de nuestra seudo democracia –desde Aylwin al segundo mandato de Bachelet- han esquivado la responsabilidad principal en su calidad de mandantes. No han gobernado para los chilenos ni para Chile en cuanto país supuestamente soberano e independiente.
Es que este sofrito de democracia y este charquicán político donde se entrelazan y mezclan los intereses familisteriales de derecha y centroderecha en carácter de tropelías, tampoco funcionan como gobierno ni como sistema. Por ello, cabe preguntar ya sin eufemismos: ¿para quién o para quienes trabajan ustedes, damas y caballeros de la Nueva Mayoría y de la Alianza y sus colgajos (Evopoli, PRI, etc.)?
Más claramente aún: ¿quién es su patrón, señora Bachelet? ¿Y cuál es el de ustedes, actuales y ex ‘honorables’ Jorge Pizarro, Jaime Orpis, Jovino Novoa, Fulvio Rossi, Isabel Allende, Marcelo Díaz, Juan Pablo Letelier, Sergio Súnico, Alberto Undurraga, Máximo Pacheco, Nicolás Eyzaguirre, Marta Isasi, Javiera Blanco, Sergio Bitar, Iván Moreira?, además de un largo etcétera que cubre casi todo el Congreso Nacional, el gabinete ministerial y gran parte de las tiendas partidistas del duopolio.
Los nombrados, en absoluto reconocen al pueblo como su verdadero y soberano mandante. Claro que no; ellos obedecen a jefaturas dueñas del capital y la tecnología, vale decir, a personas y empresas que muestran nulo interés por este país y su gente, pues se preocupan sólo de expoliar los recursos naturales y hacer dinero a manos llenas… hasta el momento en que no haya siquiera un gramo de cobre ni un gajo de uva para echar a la bolsa.
Si ese instante llega, los predadores se marcharán -imitando a las plagas de langostas- llevándose el dinero y las ganancias, pero dejando acá lo baldío y lo mísero.
Muy pocos de los actuales parlamentarios pueden exigir que se les reconozca su patriotismo, toda vez que la mayoría de ellos ha demostrado hasta la saciedad una permanente disposición a traicionar al país, a legislar en beneficio de los intereses económicos de grupos empresariales que, sin duda alguna, tienen una creciente responsabilidad en la acumulación de indignación que, convertida en ira, va llenando poco a poco la pipa nacional con tabaco amargo.
Todas las leyes principales emanadas de las últimas cinco administraciones, así como ocurre también con las ‘letra chica’ de cada uno de los proyectos de reforma impulsados por el actual gobierno, atentan contra el bienestar e interés de dieciséis millones de personas y contra el debido resguardo de nuestra delicada realidad medioambiental, ya que la legislación apunta casi en exclusiva a perpetuar los privilegios de los grupos económicos que ofician de patrones de la casta política y de las autoridades principales. En palabras simples, de esos grupos que fungen como dueños del país.
Los últimos seis gobiernos, los componentes del Congreso Nacional y las mesas directivas de todos los partidos políticos que forman parte de las dos coaliciones principales (Nueva Mayoría y Alianza, amén de los ‘colgajos’ de cada una), son responsables directos e incuestionables del actual estado de cosas reseñado en estas líneas.
No pidan lo que no merecen ni se han ganado. Respeto. Para millones de chilenos, ellos no son ya autoridades, pues progresivamente se han ido deslizando hacia el vertedero de la delincuencia. Es asunto incuestionable que a muchos de los mencionados en esta nota, la Historia los ubicará en el cuadro de los “profundamente errados”… o en el de los traidores a su patria y a su pueblo… vaya uno a saber