La segunda república española, la nacida el año 1931, el 14 de abril, que destituyó a Alfonso XXIII, de los mismos borbones que ahora reinan en España, nació pues tumbando al monarca, lo que puede representarse en una caída nada azarosa o accidental, pero sí en un "revolcón por los suelos", para decirlo acorde con el tremendismo que procura generar la idea que algo trascendente habrá de ocurrir. Pero la primera república también nació de un revolcón y quizás por eso, de allí en adelante, como por un atavismo, la monarquía española siempre está al borde de algo parecido y como vieja achacosa, decrépita, suela andarse por los suelos. De modo que esas caídas frecuentes de Juan Carlos, que le llevan de un quirófano a otro, por las que sus amigos reconocen muchas por culpa de Baco, tienen en parte un origen "histórico-genético".
Porque no fue esa la primera vez, ya en 1873, el 11 de febrero, el rey Amadeo I, de la casa Saboya y con buenos vínculos con la dinastía Bonaparte, a causa de la inestabilidad de su gobierno, se vio obligado a abdicar al trono, dando origen a una fugaz república que sucumbió frente a un golpe de Estado. Aquella se cayó y a esta la tumbaron. En todo caso, en ambos casos, se trató de caídas.
De manera que antes que los republicanos de comienzos del siglo veinte accediesen al poder, ya la corona española había mordido el polvo y dado paso a una república ahogada posteriormente por un golpe militar. República y monarquía se habían disputado el poder y hasta alternándose en el mismo, unos caían y a los otros les tumbaban.
Francisco Franco y Bahamonde, desató la guerra contra la república, justo cuando en Europa, la ultraderecha, el fascismo italiano y el nazismo alemán tomaban cuerpo y, terminó asumiendo el gobierno por un muy largo período. No hubo monarquía, pero tampoco república, sino un gobierno pretoriano, dictatorial, fascista, donde la ley fue el simple capricho del usurpador. A lo largo de su gobierno puso cuidado en proteger a Juan Carlos de Borbón, pese que ejerció un poder omnímodo, en el lapso en el cual, según la creencia de los propios monárquicos, debió gobernar el padre de aquel, quien hasta reclamó ante el gobierno nazi su "derecho" de hacerlo, viendo que Franco a quien en principio apoyó no le entregaba el coroto; reclamo al que Hitler no le prestó atención por su identificación política con Franco y porque éste le era más útil. Fueron franquistas y monárquicos, pero éstos más cercanos a lo primero, por el primitivo instinto de conservación, quienes cumplieron lo dispuesto por el mal llamado "soldado de Dios", de pese al largo gobierno no monárquico, que España volviese a la monarquía en la persona del Borbón domesticado de turno. Franco tumbó la república, que a su vez había tumbado a la monarquía pero, se quedó en el gobierno como "el enviado de Dios", disposición que significó un volver a tumbar la monarquía o no dejar que esta se levantase; sólo aceptó que ésta volviese, una vez que él estuviese momificado y domesticada ella, en 1975 en la figura del pusilánime Juan Carlos de Borbón. Por eso éste accede al trono de España genuflexo, atado a los designios del franquismo, pegado al suelo y con vocación marcada a caerse con demasiada frecuencia.
Llega al trono en una monarquía parlamentaria, donde todo estaba organizado para que se mantuviese bajo el control de los remanentes del franquismo hasta la llegada de Felipe González, quien pese proceder del PSOE, partido que lo fue de la clase obrera y definido como marxista por sus fundadores, también domesticado estaba, pero por el FMI, el gran capital gringo y europeo, en un momento que España atravesaba una de sus acostumbradas crisis cíclicas, pero menos grave que la de ahora.
Con Juan Carlos de Borbón, la monarquía no aprendió a estar de pie; cuando mucho camina zigzagueante o como decimos por acá, dando traspiés y sin poder hacer el cuatro. Para empezar, la idea y sentimiento republicano siempre han estado germinando en el suelo español. Ese es un pueblo igualitario, irreverente, tanto que se "caga en la hostia, en las seis mil vírgenes, el Papa" y cuanta cosa sagrada existe, como el rey, la reina, la infanta y, hasta con más razón, en el esposo de ésta, un ladronzuelo, nada inocente como aquellos de la literatura francesa, sino capaz de "morfarse", como dicen los argentinos, buenas cantidades de dinero de entidades respetables.
Justamente por esa mala conducta, quien fuese competidor olímpico, el esposo de la infanta, en uno de esos saltos o asaltos a dinero ajeno, cayó en desgracia; una caída que se llevó parte de lo poco que quedaba del prestigio del monarca, no sólo por padre y apadrinador o, mejor no digo la palabra porque no es nada majestuosa, sino por estar supuestamente también metido en la mordida. Esta cuestión, no la única, es causante del derrumbe o caída de este monarca, que lo es no por mono o uno, sino por simio.
El rey Juan Carlos se hundió, para no repetir lo de caída, más en la desgracia, cuando en medio de una farra se exhibió en una matanza de elefantes; menos mal para él, que "Tarzán de los monos" allí no estaba porque, la sensibilidad de éste, hubiese obligado al "Monarca" a arrodillarse ante Chita; pero aun así, no pudo impedir continuar "cuesta abajo y en la rodada". Por eso se vio obligado a abdicar en favor de su hijo Felipe tratando de salvar lo que queda, la botella vacía.
Pero las elecciones españolas recientes mostraron que la monarquía española no sólo está en declive moral, sino que no tiene respaldo en la opinión española como para que se mantenga a flote. Invito a leer nuestro trabajo de tiempo atrás sobre ese asunto mediante el siguiente link: http://www.aporrea.org/internacionales/a208479.html. Según esos resultados la monarquía está de capa caída también por las copas que se rompen en exceso y hechas añicos se deslizan por el suelo.
El respaldo a la monarquía es minoría en España pese los gestos hipócritas de quienes no se atreven. No obstante, quienes ahora gobiernan en Barcelona, una de las más importantes ciudades españolas y asiento de un sólido movimiento independentista, republicano y por supuesto antimonárquico, decidieron retirar del salón donde sesiona el ayuntamiento el busto de Juan Carlos; uno de ellos hasta agradeció a la alcaldesa, el haber "limpiado el salón". Lo que equivale decir que Juan Carlos y lo que él representa no sólo perdieron en España sino que están caídos. Sólo falta no un tsunami, lo que sería una exageración o tremendismo, sino un pequeño ventarrón para que se lleve a una monarquía, que no solamente es un adefesio institucional, sino que se expresa a través de personajes de poca templanza y equilibrio, tanto que desde tiempo atrás vienen rodando por el suelo. El delirium tremens es una vaina que pone hasta a un monarca a bailar como San Vito.