La Cumbre de Puerto Iguazú, del 4/5/06, aparte de avanzar en la consolidación de una región geoestratégica en Sudamérica, fue un reto para el trilateralismo (la alianza de los actores transnacionales) y su punta de lanza, el complejo industrial-militar que tutora el gobierno de los EEUU. Ciertamente, los presidentes de Argentina, Bolivia, Brasil y Venezuela, pusieron de manifiesto su voluntad para marchar unidos hacia la formación de un polo de poder en el subcontinente, dentro de una concepción multipolar del orden mundial. Es un reto a la idea de la unipolaridad (el Imperio), sostenida por el movimiento neoliberal globalizado, y en especial para Washington y su política sustentada en su primacía militar. En ese lance se pone en entredicho la persistencia de los gobiernos -considerados como “democráticos” por la hiperpotencia- asentados en el área andina, que juegan al papel de contención al “populismo” –como gobierno de las mayorías- considerado como amenaza a la construcción de un mercado planetizado, ordenador de la vida humana. Pero no es solo esta dirigencia política la que esta en peligro. El riesgo fundamental lo confronta el Imperio en ciernes. Si se le suman a esta voluntad, la ya manifiesta de China, la India, la rusa e, incluso, la europea, la idea de ese ámbito económico, sin límites espaciales ni temporales, esta muerta. Los flujos internacionales, especialmente el comercio, estarían regulados por la negociación política, y no por una oferta y demanda condicionada por los medios militares.
Se esta creando una situación dilemática para la Casa Blanca, en la cual Bush tiene que escoger entre el incremento del poder militar desplegado directamente en la región, y el fortalecimiento de los ejércitos de sus socios andinos, con un gasto considerable; y, el aumento de la eficacia de esos gobiernos para satisfacer las expectativas de las masas populares descontentas, con un costo mucho menor. Si escoge la primera opción, necesariamente tiene que favorecer las oligarquías en control del poder en esas sociedades –lo cual está haciendo mediante los TLC- y extender la represión, incluyendo un ataque directo a Venezuela, convertida en objetivo estratégico. Si se inclina por la segunda, las oligarquías dominantes tendrían que negociar con unos sectores populares fortalecidos, que terminarían controlando el poder en sus países, e incorporándose al esfuerzo unificador sudamericano. Y en esa decisión tiene que considerar lo que ya ha perdido los EEUU con su política unilateral. Mermas que incluyen la disminución evidente de su capacidad disuasiva, reflejada por el fracaso militar en Irak, y, el declive del dólar en el mercado internacional. Hechos que revelan las limitaciones y vulnerabilidades de su poder militar y la debilidad de su sistema económico, expresada por su déficit crónico de sus balanza de pagos y de su balanza fiscal. Pero lo que esencialmente ha perdido Washington es su aceptación del papel de líder mundial de los EEUU. Y eso es particularmente dramático en Sudamérica, su tradicional “patio trasero”, donde, desde Iguazú, se le negó ese rol.
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