Perú y Colombia

En los ámbitos de la contrarrevolución nacional y mundial hay estruendos de campanas en vuelo por los resultados de las elecciones en Colombia y Perú. Derrotado Chávez, golpeado el bolivarianismo, herida la integración continental... ¡Viva el Alca! ¡Viva nuestro modo de vida! ¡Viva Bush! Amos y lacayos se refocilan y sacan cuentas de triunfo.

Pero veamos... ¿Perú? Si bien el comandante Humala no accedió a la presidencia por ahora, pues la guerra sucia de máxima intensidad desatada por el imperio y sus desnacionalizados agentes pudo confundir a una parte del electorado (y haciendo abstracción del sistema electoral allí imperante, manual, inauditable, propicio para el “acta mata votos”), del reciente proceso surge una vasta porción de pueblo, del pueblo más humillado y excluido, con una fuerza que no tiene otro destino que la victoria. Con unidad, conciencia, organización, presencia institucional y liderazgo confiable, sólo requiere decisión y persistencia. El enemigo del pueblo peruano, que es el mismo de todos los pueblos, ha obtenido una ganancia pírrica, del más alto costo, al tener que unirse en torno a un político desprestigiado, ladrón y con prontuario. Muy pocos sufragaron por él (ni por su partido, que apenas ha aplazado el encuentro con el destino de sus congéneres), la determinante mayoría de los votos por García resultaron del conchabamiento contra Ollanta. Fue la entente del miedo, la desesperación del pasado que siente moverse la tierra bajo sus pies: algo parecido a lo del escualidismo contra Chávez, sólo que aquí el grueso del pueblo ya cortó el nudo gordiano de la manipulación. En cambio, los votos de los peruanos de abajo fueron por el candidato en que creen, por el futuro que se proponen conquistar, por la inclusión social y la justicia, por la democracia auténtica participativa y protagónica, por la integración y la hermandad de los pueblos, por la ruptura de las coyundas imperiales y oligárquicas, por fundir en una sola esperanza combatiente a todos los explotados y oprimidos, por restituir a las etnias originarias quinientos años de historia arrebatada. ¿Cómo va a poder el pasado contra esa arremetida del porvenir?

El señor García tiene bien pocas consigo. Frente a un pueblo que demandará, exigirá y luchará con claridad creciente, nada valdrán los paños tibios, los cambios gatopardianos, las semirreformas demagógicas que agotarán los límites de lo que a ese gobierno le permitirán sus mandantes. El pueblo peruano seguirá tras lo suyo y su victoria será una gloria de nuestra América.

¿Colombia? No es igual, pero hay similitudes. Se derrumbaron los partidos tradicionales y eso indica que ya no se puede seguir como antes. La poderosa votación de la izquierda, la más alta de su historia, y su conversión en segunda fuerza electoral, marca la presencia de una plataforma desde la cual es dable avizorar una posibilidad de victoria. Victoria que debe pasar por la construcción de una paz justa, cuyos términos es preciso arrancar a la feroz oligarquía y a sus valedores imperiales y que implica dar una oportunidad a la política. Tarea ardua, si las hay, pero que parece la única para ir poniendo en manos de las mayorías populares la solución de los problemas que le competen, solución con planes patrióticos auténticos, no digitados en inglés, dignos de la historia que compartimos en común.

Una Colombia en paz sobre bases de justicia es vital en primer lugar para su pueblo, pero también para sus hermanos vecinos y para la integración suramericana. La conquista de esa Colombia luce como la principal tarea de la nueva izquierda y de todos los colombianos de buena voluntad, y desarrollar la fuerza necesaria para enfrentar a sus implacables enemigos parece haber entrado en el orden de lo realizable.


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Freddy J. Melo


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