Cassius Marcellus Clay, Jr. no nació esclavo, o sí. Siguiendo el ejemplo de Malcom X, que adoptó esa letra como apellido para rechazar los apellidos impuestos por los compradores y propietarios de esclavos y la imposibilidad de recuperar los apellidos y nombres originarios africanos, Muhammad Ali cambió de nombre porque Clay era un apellido de esclavo que él no había elegido. Eligió la libertad de llamarse como un hombre libre quien aseguró que había empezado a boxear porque, para un negro, era la manera más rápida de progresar en Estados Unidos.
No deja de ser paradójico que, para ser libre en Estados Unidos, decenas de miles de afroamericanos optasen por el Islam, que los liberó material y espiritualmente y los acogió sin impedirles la entrada en sus mezquitas. En palabras de Ali: «Dios es como un hospital que admite toda clase de gérmenes».
Si Muhammad Ali se hubiese dedicado sólo a boxear, hubiese quedado para la historia como el mejor boxeador de todos los tiempos, eso está fuera de duda, pero él fue mucho más allá, no sólo boxeó, sino que pensó y habló, y todo aquello que dijo, todo aquello que hizo, lo encumbró como «el más grande».
«Volví a Louisville después de los Juegos Olímpicos, con mi medalla dorada resplandeciente. Fui a un bar donde los negros no podían comer. Quería ver qué pasaba. El campeón olímpico mostrando su medalla de oro. Me senté y pedí para comer. Me dijeron: -Aquí no servimos a negros. Respondí: -Está bien, yo no como. Me echaron. Entonces caminé hacia el río, el Ohio, y tiré mi medalla en él».
Palabras como puños que nos recuerdan que aquellos que van por el mundo entero «haciendo justicia» en nombre de la «libertad» y la «democracia» tienen su propia casa hecha una ruina. Aseguraba Muhammad Ali que «Cuando tienes razón, nadie lo recuerda. Cuando estás equivocado, nadie lo olvida". Nosotros nunca lo olvidaremos porque tenía razón.