Con la campaña plebiscitaria caminando, la sociedad colombiana saca a relucir sus mejores reservas políticas y democráticas para rechazar los pregoneros de la guerra y la mentira.
Crece la audiencia del Si a la paz en el Plebiscito del 2 de octubre.
Uribe Vélez y su camarilla viven el repudio generalizado de los colombianos. De la multitud entusiasmada con la reconciliación.
Coincido con la regla de oro del debate respetuoso y tolerante hacia el adversario, reconociendo su derecho a discrepar y a sustentar sus tesis y postulados.
El Plebiscito convocado para refrendar el Acuerdo de paz es uno de esos momentos en que tal conducta debe primar, por encima del señalamiento, la descalificación o el estigma.
Los del Si tenemos nuestros argumentos y reflexiones para pedir el apoyo ciudadano a los consensos alcanzados en la Mesa de diálogos de La Habana, que sobresalen por su fuerza ética y coherencia política, por su lógica y coincidencia con la realidad.
Los del No, cuando se trata de personas de buena fe, influidas por la desinformación o la mentira, los asumo en la diferencia y natural diversidad que acompaña la percepción e interpretación del proceso de la paz.
Sin embargo, encuentro absurda y disparatada la campaña adelantada por la ultraderecha que encarna el expresidente Álvaro Uribe Vélez y su núcleo más cercano.
Por más que el caudillo paisa se ufane de usar argumentos y razonamientos coherentes para demeritar los consensos de paz, las mentiras y la manipulación deliberada se pone de manifiesto a cada paso. Es un campeón del engaño y la falacia. Su deshonestidad brota por doquier. Es así con la cuestión agraria, para desconocer el sentido de justicia de lo pactado. O con el tópico de justicia cargada de verdad, rigor y audacia como instrumento contra la impunidad y la corrupción. Y con el tema de los derechos políticos, sociales y económicos consagrados para los combatientes revolucionarios comprometidos con la acción política sin armas en los escenarios proyectados para el denominado post conflicto.
Con el pasar de los días toda su utilería discursiva se ha ido al traste, se cae por carencia de fundamento moral. Por falta de respetabilidad. Por la evidente mala fe.
Me impresiona como con el paso del tiempo, la sociedad, su componente democrático expresado en el análisis de columnistas de los periódicos nacionales y regionales, se ha volcado para darle fuerza y potenciar la movilización que permita consolidar la paz y superar el momento aciago de la violencia.
Desde el momento en que se anunció el acuerdo, pasando por el trámite de la ley del plebiscito, se ha desatado en el aparato comunicacional de la sociedad una cascada de ideas, tesis, argumentos que explican y dan soporte a la paz concretada en los pactos de La Habana. Confirmación de la autopoiesis de la sociedad, que le permite reproducirse y mantenerse por sí misma con la red comucacional, desoyendo el veneno entrópico de quien jalona la autodestrucción.
El uribismo se desploma al ritmo del repudio social. Con el paso de los días se reduce a una escoria en la que resalta su lastre estructural. Es que está hecho de infames "falsos positivos", de masacre paramilitar, de odio hacendario, de vulneración de derechos, de saqueo a los campesinos, de montaje judicial y carcelario, de oscurantismo, de anticomunismo y de asalto a los trabajadores y sus derechos para incrementar la plusvalía de codiciosos piratas del capital.
El uribismo vive su ruina moral. Su declive histórico, después de que intento en falso regresarnos a periodos tenebrosos de terror y oscurantismo.
Llama la atencion el espectacular viraje, asi no se compartan sus argumentos sustantivos, de personas como Maria Isabel Rueda, quien, a su manera, ha dicho que votara por el Si a la paz el domingo 2 de octubre.
Vean su texto en el siguiente enlace donde dice Por que votare Si: http://bit.ly/2c5z3Ih
La avalancha popular del 2 de octubre por el Sí a la vida, sepultara definitivamente al Innombrable, como corresponde.