La derecha tiene claro que sus adversarios pueden ser fuertes y peligrosos sólo si tienen sólidas organizaciones basadas y refrendadas por una ideología política.
En política el mundo debe rotar alrededor de las sociedades civiles y girar sobre sus diferentes ideologías. Así ocurrió durante siglos, especialmente luego de producirse el período que la Historia conoce como “Revolución Industrial” (desde 1750 en adelante). Hoy, avanzando el siglo veintiuno, en plena época cibernética y de exceso comunicacional, ese mundo se ha detenido.
Para estas nuevas generaciones, las de los chicos “millenials” (nacidos entre 1982 y 1994) y también los de la “generación z” (nacidos entre 1995 y la actualidad), el asunto de la “ideología” les resulta algo antiguo, a la vez que ambiguo en relación a sus intereses de consumo tecnológico. Quiérase o no, ello se ha trasladado a materias políticas-partidistas donde, como reza el viejo tango, se impone el criterio de “lo mismo un burro que un gran profesor”, pues el interés se centra (para esos partidos) exclusivamente en mantener en sus manos una o más riendas de los potrillos llamados “poder” y “privilegios”.
No importa ya qué piense tal o cual candidato en cuestiones relevantes para la sociedad; lo que interesa es sólo tener la certeza de que esa persona cuenta con apoyo electoral suficiente para disponer de un voto más en la toma de decisiones legislativas. La ideología no constituye hoy un soporte que sea condición sine qua non para ningún partido ni referente político. ¿Es lamentable o es más sano? El tiempo lo dirá.
Desde finales de los años 40 la rivalidad “capitalismo-comunismo” se expresó en una especie de “gallito” de fuerzas entre EEUU y la URSS, el que más allá de haber tenido al mundo al borde una catástrofe nuclear sirvió para evitar que una de esas dos potencias se agenciara el planeta completo, aunque intentos siempre hubo; fallidos, afortunadamente, debido a la igualdad de fuerzas y al apoyo de centenares de gobiernos que profesaban la ideología de uno o de otro bando.
No es un despropósito afirmar que al finalizar la década de los 80, con la caída de los muros, cayó también la ideologización de la política. Se perdió el equilibrio de fuerzas que constituían el fiel de la balanza. Ahora, ambos platillos se inclinan hacia el mismo lado.
Desparecidas del mundo político, las ideologías arrastraron en su derrumbe a las lealtades. No sólo a ellas, también a los grandes valores que movieron a la política durante décadas. Con la caída de los muros ideológicos y del socialismo real, hicieron su irrupción –junto con el fenómeno de la globalización- la bancarización de las naciones, el consumismo desatado, el individualismo (replicado por la carencia de solidaridad interna y externa), las mafias políticas, la apropiación de los medios de comunicación por pocas (y las mismas) manos, la muy desigual distribución de la riqueza, etc.
Todo lo anterior permite entender el fenómeno de la circulación de votantes -en cortos períodos- deambulando de una tienda partidista a otra, sin arrepentimientos ni reflexión respecto de aterrizar en un sector que, en su historia partidista, fungía como enemigo declarado de aquel otro en el cual ese ciudadano participaba. ¿Lealtades? Ninguna. Para la derecha económica ello es miel sobre hojuelas. La única lealtad, aseguran allí, debe ser aquella que se tiene con la tarjeta plástica, de débito o de crédito. La única ideología, afirman también en ese mismo lugar, es la que no tiene relación con la política partidista, pero sí con aquella que se desglosa de la valoración de la Economía como ciencia y como modus vivendi.
¿Y la Democracia?, ¿cuál democracia? ¿Aquella mencionada por Pericles en el siglo quinto antes de Cristo, o esa otra impuesta por Jaime Guzmán Errázuriz a un lote de generales y coroneles ‘agorilados’? ¿Libertad de prensa en nuestro país? Acá en Pelotillehue el 90% de los diarios pertenecen a uno de los dos grandes consorcios periodísticos: EMOL o COPESA, primos hermanos en lo económico y socios en lo político. Además, si le echamos un ojo a la televisión abierta constataremos que todos los canales están mecidos por la misma mano… de derecha, obviamente. Una misma línea editorial para todos ellos. Una misma forma de prospección informativa. Una misma política periodística y un mismo objetivo principal: preservar el statu quo que mantiene a la sociedad chilena engrillada al interés económico de nueve o diez poderosas familias.
Chile lleva más de 40 años usando una política carente de ideología. El sistema ha ganado los principales desafíos políticos sin recurrir a otra ideología que no sea aquella que mencionamos líneas atrás. No es poca cosa lo anterior, pues incluso el partido comunista se encuentra hoy instalado al interior del bloque oficialista (Nueva Mayoría), coadyuvando en la administración del neoliberalismo. ¿Cómo pudo ser ello?
El problema es que la Derecha se conoce muy bien a sí misma y también a la izquierda…. mientras que esta es analfabeta en ambos casos, ya que desconoce sus fallas y aún no aprende que la Derecha es inmutable, pues aunque pasen años, décadas y siglos, es siempre la misma… independientemente de los colgajos que de vez en cuando se desprenden –de forma temporal y programada- de su tronco principal.
Para la derecha la ideología es el mercado y la privatización de todo bien o servicio que satisfaga necesidades económicas. Esa misma derecha tiene claro que sus adversarios pueden ser fuertes y peligrosos sólo si tienen sólidas organizaciones basadas y refrendadas por una ideología política. Y sabe además que sin sustento ideológico ninguna organización puede sobrevivir políticamente mucho tiempo.
Por ello, hoy día, en medio del vendaval que se produjo al obtener menos del 40% de los votos, los viejos patricios derechistas entienden que la moda necesaria se llama “republicanismo”… asunto que detestan, claro está, pero enviarán al campo político a sus escuadrones para marear al electorado mientras ella seguirá esforzándose en lograr un alto abstencionismo invocando la necesidad de “no ideologizar” los comicios de la segunda vuelta electoral.
Ya lo ha logrado en otras ocasiones; de hecho, para muchos chilenos, abstenerse de votar constituye una forma válida de mostrar su rechazo al actual sistema económico y político. El 54% de abstención en estos recientes comicios alienta a aquellos que pontificaron durante semanas respecto de las ‘bondades’ del ausentismo en las mesas electorales, mostrándolo cual gran triunfo de la democracia en favor de sí misma y de su futuro como institucionalidad republicana.
Pero, en estos relevantes asuntos soñar hace mal. Sólo basta ver esta simple cuenta. De los 7,7 millones de abstencionistas reales, unos 4 millones no son revolucionarios ni nada que se le parezca; allí hay lumpen clásico, lumpen fascistoide-pinochetero, ignorantes o idiotas cívicos (en el sentido griego del término), flojos, apáticos, individualistas pro mercado anarco y sin regulación, etc. ¿Y ciudadanos informados?... hasta ahora muy pocos.
Es el triunfo del no a la ideología, del sí a nutrir cualquier referente político que permita seguir utilizando a destajo –aún a riesgo de joderles las vidas a hijos y nietos- esa tan ‘revolucionaria’ arma letal que es la tarjeta de crédito, madre del endeudamiento feroz y del individualismo sin escalas ni fronteras.