El Prepotente y Presidente George Bush, a pesar de no contar con la aprobación de la ONU, hace que veinte países, con el reino Unido a la cabeza, se unan en la llamada, COALICIÓN DE LOS DISPUESTOS y el proceso de invasión a Iraq se puso en marcha el 20 de marzo de 2003. La capital de Iraq, Bagdad, cayó el 9 de abril de 2003 y apenas un mes después, el 1 de mayo, Bush declara el fin de la principal operación militar en el país. El éxito inicial de las operaciones estadounidenses aumentaron la popularidad de Bush, pero los invasores se encontraron con una creciente insurgencia, a menudo liderada por grupos religiosos. El discurso de Bush MISIÓN CUMPLIDA no tardó en ser tildado de prematuro. Entre 2004 y 2007 la situación se siguió deteriorando y algunos observadores alertaron sobre una posible guerra civil a gran escala en el país. Se exigió a Bush un calendario para la progresiva retirada de Iraq y un informe de 2006 de un grupo de trabajo designado por el Congreso gringo y formado tanto por republicanos como por demócratas, concluye que la situación en Iraq era grave. Mientras, Bush admitió errores estratégicos en las labores de estabilización en Iraq dijo no cambiaría la estrategia general. El 10 de enero de 2007, Bush anunció un incremento de 21.500 soldados en Iraq y un programa de trabajo para la reconstrucción del país por 1.200 millones de dólares. El 1 de mayo, Bush utiliza por segunda vez su poder de veto para rechazar un proyecto de ley que establecía una serie de plazos para la retirada, argumentando que aunque el debate sobre el conflicto era comprensible, la presencia de Estados Unidos en Iraq era crucial. En marzo de 2008, Bush elogió la valiente decisión del gobierno iraquí para atacar al ejército suyo en la batalla de Basora, lo que calificó como un momento decisivo en la historia del Iraq libre. En diciembre de 2008, dos meses antes de que Bush abandonara la presidencia, el Center for Strategic and Budgetary Assessments, calculó que la guerra de Iraq había costado 687.000 millones de dólares, convirtiéndose en el conflicto más caro de la historia de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Los costes totales hasta el final de la ocupación, en 2011, se calculan en casi 800.000 millones de dólares. 4.491 soldados estadounidenses murieron en la contienda y 174.000 iraquíes, a causa de la contienda (entre 2003 y 2013), de los cuales entre 112.667-123.284 serían civiles. Pero dejemos, por ahora, al presidente asesino gringo y volvámonos a nuestra gloriosa gesta emancipadora; que por sus particularidades es única en el mundo.
En realidad, el pensamiento político de Simón Bolívar contenía elementos con los que los actuales ideólogos pueden simpatizar, sobre todo con aquellos que están pendientes de que se favorezca, preferentemente, a la gente de escasos recursos económicos. En cuanto al enfoque de que Bolívar era dado a las mejores relaciones de amistad interamericanas, siempre la intromisión ambivalente de los gringos no permitieron una fluida relación de verdaderos hermanos entre las naciones latinoamericanas. Y como a Bolívar a menudo lo citan (con frecuencia fuera del verdadero contexto) en discusiones sobre las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, queda mucho por decir sobre lo que realmente pensaba con relación con el vecino norteño de la América Latina. Las palabras de Bolívar impactan a los latinoamericanos de hoy porque no hubo, después de todo, otro personaje cuyas contribuciones a la independencia de la región haya abarcado el período completo de la lucha, abarcado una área enorme de su territorio de cada país; y que fuera tan importante su intervención tanto en la formación política de las naciones como en el campo de batalla.
El cónsul norteamericano en Lima, William Tudor, de pronto cambia abruptamente su manera de ver a Bolívar y hasta lo tilda, reservadamente en sus despachos, de usurpador y loco hipócrita. Otro representante gringo en Bogotá Chargé Beaufort T. Watts aún se rehusaba a creer que Bolívar había traicionado al republicanismo y escribe una apasionada carta en marzo de 1827, implorándole a Bolívar que regrese a la capital colombiana desde Caracas, donde se estaba quedando, y asuma nuevamente la presidencia para salvar el país. Pero el siguiente representante de los intereses de Estados Unidos en Bogotá, el futuro Presidente William Henry Harrison, se entromete aún más notoriamente, como ministro estadounidense, en la dirección política del país. Harrison evitó la vergüenza de ser declarado persona no grata por su simpatía y asociación abierta con los enemigos de Bolívar, gracias a su reemplazo, rutina en los gringos cuando algún diplomático cumple cierto tiempo en un lugar. Durante la permanencia de Harrison como ministro en Bogotá, Bolívar acuña las palabras que se han convertido en la cita bolivariana favorita de los izquierdistas latinoamericanos contemporáneos: "Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad"