Latinoamérica declara su independencia

Cinco siglos después de las conquistas europeas, Latinoamérica reafirma su independencia. Especialmente en el cono sur, desde Venezuela a Argentina, la región se alza para derrocar el legado de dominación externa de los últimos siglos y las formas sociales crueles y destructivas que ella ayudó a establecer.

Los mecanismos de control imperial (la violencia y la guerra económica, que en Latinoamérica dificílmente serían recuerdos perdidos) están perdiendo efectividad, señal del giro hacia la independencia. Washington está ahora obligado a tolerar gobiernos que en el pasado habrían provocado intervención o represalias. A través de la región, un vibrante conjunto de movimientos populares brinda las bases de una democracia con sentido. Como si volvieran a descubrir su herencia precolombina, las poblaciones indígenas son mucho más activas e influyentes, especialmente en Bolivia y Ecuador.

Estos sucesos son en parte el resultado de un fenómeno observado durante algunos años en América Latina por especialistas y organismos de investigación: a medida que los gobiernos electos se hicieron más formalmente democráticos, los ciudadanos fueron expresando una creciente desilusión por la forma en que funciona la democracia, así como “ poca fe ” en las instituciones democráticas. Han buscado construir sistemas democráticos basados en la participación popular más que en la dominación de los extranjeros y las elites.

El cientista político argentino Atilio Borón ha brindado una convincente explicación de la pérdida de fe en las actuales instituciones democráticas. Borón observó que la nueva oleada democratizadora en América Latina coincidía con “reformas” económicas dictadas desde el exterior y que socavan una democracia efectiva.

Los conceptos de democracia y desarrollo están estrechamente ligados en muchos aspectos. Uno consiste en que tienen un “ enemigo común ”: la pérdida de soberanía. En un mundo de naciones-estados, es verdadero por definición que la pérdida de soberanía conlleva una declinación en la democracia y una merma en la capacidad de llevar a cabo políticas sociales y económicas. Eso perjudica a su vez al desarrollo, una conclusión confirmada por siglos de historia económica. El mismo registro histórico revela que la pérdida de soberanía conduce consistentemente a la liberalización impuesta, a favor por supuesto de los intereses de aquellos que tienen el poder para imponer este régimen social y económico. En los últimos años, al régimen impuesto se le llama habitualmente “ neoliberalismo ”. No es un término muy bueno: el régimen socioeconómico no es nuevo ni es liberal, al menos como entendían el concepto los liberales clásicos.

En Estados Unidos, la confianza en las instituciones también ha estado declinando sostenidamente, y por buenas razones. Una gran brecha se ha abierto entre la opinión pública y las políticas públicas, de la que rara vez se informa, aunque las personas no dejan de estar conscientes de que sus opciones políticas son desdeñadas.

Resulta instructivo comparar las recientes elecciones presidenciales en el país más rico del mundo y en el más pobre de Sudamérica, Bolivia. En la elección presidencial estadounidense de 2004, los votantes debieron optar entre dos hombres nacidos entre riquezas y privilegios, que asistieron a la misma universidad de elite, que frecuentaron la misma sociedad secreta donde los jóvenes privilegiados se entrenan para ingresar a la clase gobernante. Ambos pudieron competir en la elección porque fueron apoyados por casi los mismos conglomerados del poder privado. Sus programas eran similares y consistentes con las necesidades de su constitución básica: riqueza y privilegio. Estudios de opinión pública revelaron que en un conjunto de temas importantes, ambos partidos están bastante más a la derecha que la población en general... y la administración Bush dramáticamente más. Debido en parte a estas razones, hay temas que no figuran en la agenda electoral. Pocos votantes conocían la posición de los candidatos ante los temas. Los candidatos son envasados y vendidos como dentífricos, autos y drogas de moda, por las mismas industrias consagradas a la decepción y al fraude.

Como contraste, considérese a Bolivia y la elección de Evo Morales en diciembre último. Los votantes estaban familiarizados con los temas, temas muy reales e importantes, como el control nacional sobre el gas natural y otros recursos, que tiene abrumador apoyo popular. En la agenda política figuran, entre otros, los derechos de los indígenas y las mujeres, así como los derechos a la tierra y el agua. La población eligió a uno de los suyos, no a un representante de los reducidos sectores privilegiados. Hubo participación real, no una agitación que se promueve por una vez cada ciertos años.

La comparación (y no es la única) plantea algunas interrogantes acerca de si son necesarios programas de “ promoción de la democracia ”. Dado su nuevo ascendiente, América Latina podría encargarse de algunos de sus más graves problemas internos. La región es notoria por la rapacidad de sus clases ricas, ajenas a la responsabilidad social. Estudios comparativos entre el desarrollo económico latinoamericano y del este asiático, muestran que en este aspecto América Latina se acerca al peor índice del mundo en materia de desigualdad y Asia del este al mejor. Lo mismo es válido en general para la educación, la salud y el bienestar social.

Las importaciones latinoamericanas se han orientado fuertemente hacia el consumo de los ricos; en el este de Asia se orienta a la inversión productiva. La fuga de capitales desde América Latina se aproxima a la escala de la deuda, lo que sugiere una manera de superar esta carga aplastante. En el este asiático, la fuga de capitales ha sido rigurosamente controlada. Las economías latinoamericanas han estado también más abiertas a la inversión extranjera que el Asia. Según la Unctad, desde los años 50 las multinacionales extranjeras han controlado en América Latina porciones mucho mayores de la producción industrial que en los capítulos exitosos del este asiático. El Banco Mundial informó que la inversión extranjera y las privatizaciones han tendido a sustituir otros flujos de capitales hacia América Latina, transfiriendo el control y enviando afuera las ganancias, al revés del Asia del este.

Mientras tanto, nuevos programas que se llevan a cabo en Latinoamérica están revirtiendo los modelos que se remontan a la conquista española y que se caracterizan por la vinculación entre las elites latinoamericanas con los poderes imperiales, pero no entre ellas mismas. Por supuesto, este giro no es para nada bienvenido en Washington, por las razones tradicionales: Estados Unidos esperaba contar con América Latina como una base segura de recursos, mercados y oportunidades de inversión. Y, como los planificadores lo han enfatizado por largo tiempo, si este hemisferio se sale de control, ¿cómo puede esperar Estados Unidos resistir desafíos en otras partes?

Texto Original publicado por “The New York Times Syndicate”


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Noam Chomsky / Rebelión


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