Hemos recibido la última de ustedes con la sangre que nos martilla duro las sienes, y sabiendo al menos que ustedes se encuentran más o menos bien, porque hemos visto noticias horribles de lo que le ha pasado a algunos de nuestros compatriotas en Colombia, México, Chile, Perú Ecuador, España y Estados Unidos. Esas terribles noticias nos han causado gran indignación y repulsa, mis queridísimos muchachos. Qué países más ingratos, nosotros los venezolanos que siempre hemos sido, quizá, la nación más generosa del planeta. Venezuela, ¡carajo!, que acogió con amplia solidaridad a tantos españoles una vez que el vil caudillo Franco arrasó con los republicanos en aquella monstruosa guerra civil; toda aquella turba de harapientos italianos y portugueses que llegaron a nuestros puertos sin una locha en el bolsillo y que luego aquí hicieron fortunas, y que luego pudieron regresar a sus tierras y muchas veces sin llegar a tener la menor consideración hacia nosotros que todo se lo dimos.
Qué decir de esa Colombia santanderista que como nadie en este mundo nos lo debe todo (que fuimos la genitora de su libertad) y que todavía pretende seguir siendo nuestra más bestial y esquilmadora sanguijuela.
Ese Perú que fue un Virreinato plagado de nido de víboras, de los más espantosos traidores, canallas y miserables de esta América Latina, sustentado en la casta de aquellos Kuczynski y Toledo que fueron los Rivagüero, Lamar y Gamarra a la cabeza, que después que le dimos la libertad nos declararon una guerra (que Sucre les hizo pagar bien caro en la batalla de Tarqui).
Y qué decir de los chilenos que llegaron a esta tierra por cientos de miles con una mano adelante y otra atrás después del asesinato de Allende. Y que acogimos dándoles trabajo y beneficios sociales en todos los terrenos. Hasta la misma ingrata Isabel Allende que forjó su gloria literaria en esta tierra, luego la vimos perorar en defensa de los criminales pinochetistas que a ella y a su familia, torturaron y echaron de Chile.
Al menos, queridos hijos, esta crítica situación por la que estamos pasando nos ha permitido ver lo miserable, desagradecido y malvado que es la Europa, esa América Latina envilecida por el cinismo inculcado por el indolente sensualismo o materialismo propiciado por Jeremías Bentham (doblegada todavía al stick de míster Teodorito Roosevelt el que le robó a Colombia el Canal de Panamá) y ese Norte de nuestro hemisferio, plagado del mercantilismo que tanto maldijera nuestra Libertador Simón Bolívar.
Ustedes, queridos hijos, deben aprender mucho de estas lecciones que nos está dando la historia, y ojalá no se dejen embobar por los rutilantes rascacielos ni el boato de las soberbias avenidas o centros comerciales, y más bien puedan visitar buenas bibliotecas, y hacer amistades con gente humilde, sabia o preparada. Ojalá puedan hacer como nuestro glorioso Francisco de Miranda que aprendió lenguas para mejor conocer las razones grandiosas de nuestra cultura indígena y nuestros valores espirituales. No vayan ustedes a cometer la estupidez que hace casi todo el mundo que emigra de sus países, que es acumular virguerías digitales o electrónicas, vainas del último grito de la moda para luego traerlas como grandes cosotas y metérselas por los ojos a los pobres pendejos frívolos que pululan en nuestras ciudades. Todo eso es bagatela, queridos hijos, que al primer soplo el tiempo rápidamente las vuelve rancias y las hace trizas.
Bolívar y Simón Rodríguez, José Martí y Rubén Darío, José de San Martín y Antonio Nariño fueron notables viajeros (que tomaban nota de todo) pero sólo para nutrirse espiritualmente y luego dedicarse a sembrar de lo más valioso de lo aprendido en sus propias tierras. Nunca fueron tontos copiones de lo que hacían los gringos o los europeos, más aún en lo político no querían para nada parecerse a ellos y los llegaron a criticar severamente. El Decreto de Guerra a Muerte fue un experimento terrible para tratar de hacer desaparecer en América Latina todo rastro de lo que aquí dejaron los criminales y monstruosos europeos.
Bueno, querido hijos, a lo mejor esto no era lo que les quería contar, pero me ha salido del alma en esta hora tan dura por la que pasamos. Porque es necesario que no vayamos a perder el pulso ni el tino de nuestro destino, y porque no quiero que cuando los vuelva a ver los encuentre perdidos en las turbulencias de las quejas y de las lloronas que muchos cobardes y débiles venezolanos cargan en sus endebles espíritus.
En otra carta hablaremos de lo inmediato que nos abruma, y que es parte del nacimiento de otro mundo, doloroso, como todo nacimiento lo que nace diferente.
Besos amados hijos, besos y mil abrazos, no se abandonen, dureza en la autocrítica y fuerza en las adversidades.
Jacinto y Julieta, quienes le aman con la locura que a ustedes tanto les gusta.
POSDATA: todos los loquitos de la cuadra les mandan apuchurramientos y estrujes feroces; Sócrates mueve la cola y ladra con furor cada vez que les nombram