El grupúsculo de Lima no tiene legitimidad ni moral alguna para cuestionar la asunción próxima al cargo de Nicolás Maduro, ya que esta es la definición que brinda el diccionario: "GRUPÚSCULO: Grupo poco numeroso de personas (también representantes de países, agrego yo), que intervienen activamente en algún asunto frente a otro u otros grupos mayores".
En la política como en el idioma se debe ser preciso, y para ello se requieren las definiciones más exactas. Un ejemplo que debiera enfatizar la prensa y los políticos de todas las banderías y, en particular, la prensa imparcial, objetiva y progresista, y mucho más los políticos revolucionarios, es la actividad francamente injerencista, la labor de zapa contra el latino americanismo y el papel de lacayos del imperio estadounidense, que desempeñan los gobernantes del mal llamado "grupo de Lima", surgido en agosto de 2017 ante la realidad de no poder alcanzar una mayoría calificada en el seno de la OEA (Organización de los Estados Americanos) para condenar a Venezuela, como era y es la manía demencial de su Secretario General. Fue una estrategia y un mandato salidos desde la Casa Blanca, allí donde despotrica a su antojo el dictador antojadizo Ronald Trump, que gobiernos obsecuentemente servidores, algunos pocos francamente indescifrables en sus motivaciones, se encargaron de materializar lo que para cualquier simple mortal era un remedo de la actuación reflejada por el dicho: "actúa como la gatita de María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano".
¿Acaso no resulta extraño que no integre los Estados Unidos de América esta mezcolanza de países, que cuenta, por demás, con Canadá, y ¿hasta México?
¿Se integrará algún día los Estados Unidos, ya que ha sido su inspirador y creador?
¿Se mantendrá México en esta facciosa unión, en posición ambigua, por su pertenencia original con el anterior gobierno, que está reñida con su definición tradicional y actual en los asuntos de política exterior?
Ahora abordaremos el nombre verdadero que debe darse a esa agrupación minoritaria de países. Si la analizamos en cuanto a su peso en las relaciones con el conjunto de países que integran la Organización de las Naciones Unidas, podemos apreciar su poquedad (14 hasta ahora) con respecto a Venezuela, cuyo Presidente Nicolás Maduro es actualmente el Presidente del Movimiento de los Países no Alineados, constituido por 120 países y 15 países con el status de observadores Esta organización decisiva a nivel internacional representa la mayoría de los 192 países integrantes de las Naciones Unidas.
Su nombre verdadero no es por tanto GRUPO. Y debe mencionarse como lo que verdaderamente es: GRUPÚSCULO.
Cualquier lector que se preocupe por este ¿POR QUÉ?, puede consultar el DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA LENGUA, edición de 2014.
Esta es la definición que brinda el diccionario: "GRUPÚSCULO: Grupo poco numeroso de personas (también basta añadir países, digo yo), que intervienen activamente en algún asunto frente a otro u otros grupos mayores".
Esta definición de GRUPÚSCULO viene como anillo al dedo de los 4 gatos, coalición que hoy integran Argentina, Brasil, México, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía.
El México "lindo y querido", el México de Juárez de: "el respeto al derecho ajeno es la paz", el México de los niños de Chapultepec, el México de tantas tierras arrebatadas por el avieso vecino del Norte, el México de la Revolución Mexicana, el México que por ser fiel a los principios inviolables mantuvo sus relaciones con Cuba a pesar de los edictos de los Estados Unidos y la OEA, y el México del Presidente Obrador, que rechaza las intromisiones en sus asuntos internos, esperamos que retome su papel de defensor de la soberanía y autodeterminación de los pueblos, rectifique históricamente y se aleje de esa alianza proterva made in USA y que se alimenta con su credo reaccionario, la actitud genuflexa y su vocación de vendepatria.
Si algún día los integrantes de este grupúsculo fueran mayoría en América o el mundo, muy mal estaría América Latina y el Caribe, como muy mal estaría el mundo. La sangre correría a raudales, proliferarían las invasiones foráneas, y habría que reiniciar la epopeya de Bolivar y del resto de los grandes libertadores de nuestros pueblos para liberarlos del "gigante de las siete leguas", y defender para siempre lo que fuera alerta de José Martí: "impedir que los Estados Unidos caigan con esa fuerza más sobre los pueblos de Nuestra América". Habría que incluir en esta idea cardinal a la plaga de los lamebotas y los lacayos. En fin, a los pequeños y grandes traidores de Nuestra América, siempre coligados históricamente con los imperios, los de antaño y los de la actualidad.