Hace una semana, cuando lanzamos nuestra candidatura a las presidenciales de EE.UU., les pedí a todas las personas del país que se uniesen a formar parte de esta campaña de acción popular sin precedentes. La respuesta del pueblo estadounidense ha sido histórica. En seis días, más de un millón de personas han respondido al llamado.
Estadounidenses de absolutamente cada distrito en el país se han apuntado para colaborar en el liderazgo hacia un movimiento que no solo busca derrotar a Donald Trump, el presidente más peligroso de la historia moderna de América. También se trata de constituir un Gobierno basado en unos principios de justicia económica, social, racial y medioambiental.
Esta tarea no va a ser fácil. Hoy en día, la desigualdad en las rentas y la riqueza alcanza la cifra más alta desde la década de 1920: las tres personas más pudientes del país acumulan más capital que la mitad de nuestro país. Pese a una tasa de desempleo relativamente baja, millones de personas se ven obligadas a pluriemplearse porque sus salarios no les sacan de la hambruna. 34 millones de americanos no cuentan con seguro médico y somos el país que más paga por medicamentos prescritos en el mundo.
Mientras gastamos casi el doble per cápita en asistencia sanitaria que cualquier otro estado, nuestros resultados médicos son peores y la esperanza de vida está en declive. Ya es tiempo de que nos unamos al resto de potencias y garanticemos la atención sanitaria que se merecen y que tienen por derecho, porque no es un privilegio, a través de un programa de sanidad pública (Medicare For All).
Vergonzosamente, tratamos a la gente más vulnerable con desdén. De entre las naciones más desarrolladas, tenemos el índice de pobreza infantil más alto y un sistema de cuidado de menores que no solo no funciona, sino que la mayoría no se puede permitir. La mitad de la población anciana no tiene jubilación y, mientras, hay muchos republicanos que quieren recortar la Seguridad Social.
Entre tanta desgracia, tenemos un presidente que miente patológicamente, que es un fraude, que es racista, xenófobo y machista. Un fanático religioso que está llevando al país hacia el autoritarismo.
Vamos a tener que enfrentarnos a los intereses concretos y basados en el poder que dominan nuestra esfera económica y política: enfrentarnos a Wall Street, a las compañías de seguros médicos, la industria farmacéutica y la de los combustibles fósiles, a las infraestructuras industriales militares, la industria privada de las prisiones y a las corporaciones multinacionales. Es la única manera de vencer, de establecer un Gobierno y una economía que funcione para la mayoría. Estos intereses especiales gozan de un poder extraordinario y estarán dispuestos a gastarse indecentes cantidades de dinero para sostener sus status quo y su riqueza.
La única manera de vencerlos a ellos y a Donald Trump, quien se nutre de este sistema, es a través de los movimientos populares. Movimientos que no se han visto jamás en la historia de Estados Unidos. Hombres, mujeres, negros, blancos, latinos, indios americanos y asiático-americanos, gays y heterosexuales, jóvenes y mayores, nativos y migrantes debemos permanecer juntos y afrontar los desafíos que nos atañen como nación.
En un momento en el que nuestra infraestructura se desmorona y atravesamos una crisis de vivienda, podemos crear millones de puestos de trabajo bien pagados si reconstruimos nuestro país. Juntos, podemos incrementar el salario mínimo a un sueldo digno de 15 dólares la hora, asegurar la igualdad salarial entre hombres y mujeres y garantizar a los trabajadores licencias médicas para ellos y sus familias.
No podemos permitirnos esperar más para hacer frente de una vez por todas al la amenaza existencial del cambio climático. Debemos alejar nuestro sistema energético de los combustibles fósiles y derivarlos hacia las renovables y el rendimiento energético.
Por increíble que parezca, hay mucha gente joven que no puede permitirse ir a la universidad: la deuda de préstamos estudiantiles ha alcanzado la cifra de 1,5 billones de dólares. Está en nuestra mano reducir esta cantidad tan atroz y fomentar las universidades públicas.
EEUU tiene la tasa de encarcelación más elevada del mundo y los afroamericanos son encerrados hasta cinco veces más de promedio que la gente blanca. Nuestro deber es acabar con la destructiva "guerra contra las drogas", abolir las cárceles privadas y las fianzas en metálico y reformar al completo los departamentos policiales.
En vez de demonizar a las personas indocumentadas como hace nuestro presidente, lo que deberíamos hacer es luchar por implantar una reforma migratoria asentada, que facilite la vía para tramitar la ciudadanía y otorgue de forma inmediata el estatus legal para los menores que quedan adscritos al programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia. También para proteger en términos humanitarios a aquellos que solicitan asilo en la frontera.
Tenemos que defender a las mujeres y su derecho a decidir sobre su propio cuerpo, especialmente en un momento en el que no solo este sino muchos otros están siendo atacados a nivel local, federal y estatal.
Para hacer frente a la epidemia de violencia por armas, necesitamos acabar con la Asociación Nacional del Rifle, ampliar las investigaciones por antecedentes, poner fin a las lagunas legales y prohibir la venta y distribución de armas de asalto.
Y, finalmente, debemos eliminar el apoyo que ha fundado Trump hacia los líderes autoritarios. Estamos necesitados de una política exterior que se enfoque en la democracia, los derechos humanos, la paz mundial, la igualdad global en riqueza, el cambio climático y la evasión fiscal a gran escala.
En 2016, nuestra campaña comenzó la revolución política. Las ideas por las que luchábamos, que entonces se tacharon de "radicales" y "extremas", ahora son avaladas por la sociedad estadounidense. Por lo tanto, es ahora el momento para derrotar a Donald Trump, culminar esa revolución e implementar la visión por la que tanto hemos luchado.
Traducido por Naiara Bellio