Nadie en sus cabales, consciente de la fuerza destructiva del fanatismo, debería emplearlo como herramienta política, pero lamentablemente así pasa y con frecuencia. Los fanáticos parten de que las ideas contrarias a las propias no tienen cabida, porque existe una sola propuesta valida, que es la suya. Una sola verdad. Axiomática.
El fanático empieza enfrentando a quien piensa distinto exponiendo sus argumentos con insistencia. Pero si no logra pronto su objetivo, poco a poco las diferencias se vuelven antagónicas, y la pasión se convierte en odio. Al llegar a esta condición ya no hay vuelta atrás, porque no es posible razonar y menos aún conciliar desde posiciones de odio. Así nacen las guerras civiles, desde situaciones de río revuelto, donde la ganancia es para los pescadores que con artificios agitaron las aguas.
Aquí en Venezuela sabemos bastante de eso, porque gente con gran poder económico-mediático y ética ausente, que durante la cuarta república solo se interesó por las personas de los barrios en épocas preelectorales, llevó la lucha de clases inherente al capitalismo, al plano de una supuesta venganza de los cerros, cuando sus habitantes concientizaron su peso político, estimulados por la aparición de un Hugo Chávez irreductible, que supo canalizar el descontento acumulado pero sistemáticamente reprimido durante décadas, y que nos sorprendió a todos no solo por su comportamiento tan distinto al de los demagogos de oficio, sino también por su capacidad de dialogo franco, de tu a tu con la gente del pueblo, y por ser autocrítico.
Por el odio fueron quemados vivos varios jóvenes venezolanos cuando las turbas fanáticas convocadas por el patético promotor de "la salida", en 2017, generaron una ola de violencia racista y de clases, financiada desde afuera, y que bajo consignas como "hay que matar a los chavistas" o "tiene que morirse ese chavista", dejaron centenares de víctimas que aún claman justicia. Odio no exento de miedo, si recordamos los protocolos de defensa y ataque que desde varios años atrás, se divulgaban en urbanizaciones habitadas por la autocalificada "gente decente y pensante", ante una supuesta bajada de personas de los cerros.
El fanatismo es usado en la religión y la política como herramienta para controlar las masas y orientar eventos hacia una dirección prevista por quienes ejercen el poder real. ¿A quien favorece despertar la ira del fanatismo islámico en el inicio de un nuevo ciclo de violencia en Francia? ¿Por qué ampliar la dimensión local de un asesinato a la escala de una guerra confesional y terrorista?
Es inadmisible el asesinato de un ciudadano francés a manos de un joven tunecino y musulmán, porque fue una respuesta desmedida e irracional ante una provocación desde la parte gala. No es la primera vez que eso ocurre, como tampoco es la primera vez, que la violencia crece, en atención a declaraciones oficiales soberbias y desacertadas, que la retroalimentan. De la víctima inicial la cifra aumentó a cuatro en pocos días, porque el brillante Macron defiende la libertad de caricaturizar la figura sagrada del islam, porque occidente es quien manda y Francia es católica. Aquí cabe preguntarse, porqué, si de lo que se trata es de mostrar la irreverencia occidental en contraste con la rigidez oriental en el tema religioso, ¿por qué no se ilustra caricaturizando las imágenes sagradas propias? Los resabios coloniales parece que no cesan.
Pero, por otra parte, por mas lamentables que sean los citados hechos, son noticia porque se trata de Francia. Aquí al lado hay asesinatos diarios de líderes comunales, campesinos, indígenas, ambientalistas, afrocolombianos, a manos de sicarios y paramilitares, sin que nada trascienda ni se califique como terrorismo. Según Duque, tales matanzas no son masacres sino asesinatos colectivos. El vecino narco-gobierno finalmente va derrotando valientemente a la guerrilla, después que esta última se desarmó, pero los cientos de exguerrilleros asesinados luego de la firma de los acuerdos de paz que malgastaron un premio Nobel tampoco causan revuelo alguno. La barbarie en el sur no es importante, puede obviarse, siempre que genere ganancias económicas y políticas al norte.