¿Quién les ha exigido la reparación debida a la humanidad ultrajada? ¡Nadie! Del grito de horror universal, de las imprecaciones, de las amenazas, sólo queda la memoria.
Carlos Manuel de Céspedes, Presidente de la República de Cuba en Armas.
Existen hechos históricos que por su naturaleza horrorosa constituyen hitos vergonzosos y tristes para los pueblos y toda la humanidad. Aunque la denuncia del crimen fuera realizada en su época por los coetáneos y ensalzada o silenciada por los gobernantes de países supuestamente civilizados y los individuos seguidores de causas injustas pero prevalecientes, dispuestos a arrasar con todo símbolo de las aspiraciones de los individuos y los pueblos a la libertad y a la independencia.
El hecho ocurrió el 27 de noviembre de 1871 en La Habana, Cuba, época en que se desarrollaba la primera guerra de independencia de Cuba que se había iniciado el 10 de octubre de 1868. Fue ese día de ignominia para las autoridades españoles que ocho estudiantes de primer año de medicina inocentes fueron condenados a la pena de muerte por fusilamiento y, por lo tanto, sacrificados a causa de la intolerancia, el odio y el deshonor, inculpados por el supuesto delito de profanación de la tumba del periodista español Gonzalo de Castañón. Lo indignante es que las propias autoridades estaban convencidas que no merecían tal sanción, y simplemente cedieron ante las presiones de una turba de voluntarios de las milicias, que exigían iracundos el derramamiento de sangre de parte de aquella decenas de estudiantes prisioneros. El final del juicio fue repartir las condenas: ocho a muerte por fusilamiento, y otros a penas de cárcel de distintos grados.
Fue uno de estos estudiantes, Fermín Valdés Domínguez, quien pronto inició el proceso de reivindicación de todos los estudiantes condenados, quien logró que el propio hijo del periodista español confesara que realmente nunca el nicho de su padre había sido violentado o profanado.
Pero fue Carlos Manuel de Céspedes, Presidente de la República de Cuba en Armas desde 1869, quien dejó para la historia un juicio de valor universal, cuando escribió esclarecida y justamente en su Diario el 28 de agosto de 1872, su opinión integral sobre este suceso tan sensible para los cubanos y la humanidad: "...Nueve meses han transcurrido desde el asesinato jurídico de los estudiantes de medicina en La Habana. ¿Qué les ha resultado a los españoles por este acto de feroz barbarie? ¡Nada! ¿Quién les ha exigido la reparación debida a la humanidad ultrajada? ¡Nadie! Del grito de horror universal, de las imprecaciones, de las amenazas, sólo queda la memoria. Entretanto los españoles siguen en su carrera de crímenes atroces que superan al que suscitó tanta indignación. Y entretanto para la filantrópica Inglaterra, para la civilizada Alemania, para la republicana Francia y hasta para la América independiente, la España es una nación constituida con quien no deshonra alternar, y los cubanos sino unos bandidos, cuyo contacto mancilla, unos rebeldes a quienes es lícito exterminar por cualquier medio. Para la primera los honores y los auxilios; para los segundos los desdenes y las persecuciones. ¿Qué importan esos inválidos, esos moribundos, esas mujeres, esos niños degollados a sangre fría? ¿Quién los mandó a que aspirasen a ser libres? ¿No sabían que de todos modos es preciso respetar el derecho de la fuerza? ¡Sufran, pues, y mueran¡ O sepan vencer; ¡que la victoria todo lo santifica!"
No existen argumentos más contundentes que estos, que si fueron válidos para su tiempo, todavía conservan su vigencia en nuestros tiempos, en que tantos acontecimientos del mundo son abordados por potencias y países menores con igual injusticia y cinismo.