Clima: Los aprendices de brujos del Banco Mundial y del FMI

Enero 2007

A fines de octubre de 2006, Nicholas Stern, consejero económico del gobierno británico envió al Primer Ministro Tony Blair un informe de 500 páginas sobre los efectos del cambio climático en curso y los medios para combatirlo. En su informe, Nicholas Stern afirma: «El cambio climático va a deteriorar las condiciones elementales de vida de la población de todo el planeta –acceso al agua, producción de alimentos, salud y medio ambiente»[1]. De manera implícita, el diagnóstico contenido en el informe constituye una condena de las políticas aplicadas por el FMI y el Banco Mundial, del que Nicholas Stern fue economista jefe[2]. El presente artículo confronta el informe Stern con las posiciones adoptadas por los principales dirigentes del Banco Mundial, del FMI y del gobierno de Washington, a lo largo de los últimos quince años. También retoma el informe que el Banco Mundial consagró en el 2006 a las catástrofes naturales. El Banco Mundial publicó un análisis que contradice lo que había afirmado hasta entonces. Intenta, como discurso, limitar la crisis de credibilidad que lo afecta pero sin abandonar en absoluto su orientación a favor de todo al mercado y su adhesión al modelo productivista destructor de los seres humanos y el medio ambiente. En cuanto al informe Stern, si bien contiene juicios muy interesantes, ni siquiera alcanza a esbozar una alternativa al modelo productivista y a la búsqueda frenética del crecimiento.



Cambio de posiciones de los dirigentes del Banco Mundial

Mientras que numerosas voces llaman la atención desde comienzos de los años ’70 sobre los peligros de un crecimiento sin límites y del consiguiente agotamiento de los recursos naturales, los dirigentes del Banco Mundial y del FMI afirmaban hasta hace poco que no había ningún peligro para la Tierra.

Lawrence Summers, economista jefe y vicepresidente del Banco desde 1991 a 1996 y a continuación secretario de Estado del Tesoro durante la presidencia de William Clinton, declaraba en 1991: “No hay (…) límites a la capacidad de absorción del planeta capaces de bloquearnos en un futuro previsible. El riesgo de un apocalipsis debido a un calentamiento global o a toda otra causa es inexistente. La idea de que el mundo corre hacia su perdición es profundamente falsa. También es un profundo error pensar que deberíamos imponer límites al crecimiento debido a los límites naturales; es además una idea cuyo costo social sería asombroso si alguna vez se llegase a aplicar”[3].



En una carta dirigida al semanario británico The Economist, publicada el 30 de mayo de 1992, escribía que según su parecer, e incluso tomando el escenario más pesimista: «Esgrimir el espectro de nuestros nietos empobrecidos si no enfrentamos los problemas globales del medio ambiente es pura demagogia». Agregaba: «El argumento según el cual nuestras obligaciones morales respecto de las generaciones futuras exige un tratamiento especial de las inversiones medioambientales es estúpido»[4].



Las posturas adoptadas por Lawrence Summers causaron un verdadero clamor de indignación en la época y, cinco años más tarde, en 1997, Nicholas Stern (futuro economista principal del Banco) lo escribió en el libro auspiciado por el Banco para describir su primer medio siglo de existencia: “El compromiso del Banco en el dominio del medio ambiente ha sido puesto en duda por algunas personas después de la publicación, a fines de 1991, por la revista The Economist de extractos de una nota de servicio interno escrita por Lawrence Summers, a la sazón economista jefe. La nota de servicio interno sugería la posibilidad de que los temas de medio ambiente fuesen sobreestimados en lo que se refiere a los países en desarrollo; esos países podrían reducir sus costos marginales comerciando o tolerando sustancias contaminantes»[5].



En completa oposición con las tranquilizadoras declaraciones de Lawrence Summers, citadas más arriba, prediciendo que el calentamiento global no reduciría el crecimiento más que un 0,1% por año en el curso de los dos próximos siglos, Nicholas Stern afirma en 2006: «El informe estima que si no actuamos, los costos y los riesgos del cambio climático en conjunto representarán el equivalente de una pérdida de por lo menos el 5% del PNB mundial cada año, actualmente y para siempre. Si se toma en consideración un abanico más amplio de los riesgos y de los impactos, las estimaciones de las pérdidas podrían alcanzar hasta el 20 % del PNB o más”. Es una desmentida áspera pero tardía de las afirmaciones de Lawrence Summers.



Las afirmaciones del tipo de las de Lawrence Summers no constituyen un fenómeno aislado: reflejan la posición dominante del gobierno de Washington en relación con las decisiones del Banco Mundial y del FMI. Estas posiciones, que niegan que el modelo productivista cause graves daños al medio ambiente, y que también niegan que un cambio climático esté en curso, han sido expresadas por Washington al menos hasta hace poco.



Los numerosos discursos de Anne Krueger, economista jefe del Banco Mundial durante el mandato de Ronald Reagan y, más tarde número dos del FMI desde el 2000 a 2006, aportan la prueba. En uno de ellos, pronunciado el 18 de junio de 2003 con ocasión del 7º Foro Económico Internacional de San Petersburgo, Anne Krueger declaraba: «Tomemos esta inquietud inmemorial de que un crecimiento rápido va a agotar los recursos de combustible y que si ello se produce, el crecimiento tendrá una parada neta. Las reservas de petróleo son más importantes hoy que en 1950. En esa época, se estimaba que las reservas mundiales de petróleo se agotarían en 1970. El pronóstico no se cumplió. Hoy, las reservas conocidas pueden durar 40 años con la tasa actual de consumo. No hay duda que cuando lleguemos a 2040, la investigación y el desarrollo habrán tenido nuevos avances en la producción y la utilización de la energía”.



Esta afirmación está en contradicción con todos los resultados de investigaciones sobre las reservas de petróleo. Desde el comienzo de los años ’90, el volumen de nuevos yacimientos es inferior a la progresión del consumo[6].



Anne Krueger continuó diciendo: «Tampoco causamos daños irreparables al medio ambiente. Es claro que después de una fase inicial de degradación el crecimiento económico lleva a continuación a una fase de mejora. El punto crítico, a partir del cual la gente elige invertir en la prevención de la polución y la limpieza de las zonas contaminadas, se sitúa alrededor de 5 000 dólares de Producto Interior Bruto (PIB) por habitante».



Este último parágrafo contiene dos errores (mentiras) manifiestos. Primero, los hechos demuestran que se han causado daños irreparables al medio ambiente. Segundo, no es cierto que después de “una fase inicial de degradación” del medio ambiente, “el crecimiento económico lleva a continuación a una fase de mejora”. Los países más industrializados han superado hace tiempo los 5 000 dólares de PIB por habitante[7] y sin embargo, la mayoría de ellos continúan con una política que implica un aumento de la polución.



Hubo que esperar las consecuencias del huracán Katrina de agosto de 2005 para que la Casa Blanca comenzara, con desgano, a reconocer la evidencia.



El CADTM, así como otros movimientos, no ha esperado una catástrofe como la que golpeó a Nueva Orleáns para reprochar al Banco Mundial y al FMI las políticas que han favorecido el cambio climático y que han debilitado la capacidad de los países en desarrollo para hacer frente a las calamidades naturales. El CADTM denunció la promoción hecha por el Banco Mundial y el FMI de políticas que favorecen la deforestación y el desarrollo de megaproyectos energéticos destructores del medio ambiente[8].



Del mismo modo, pidió al Banco Mundial abandonar el apoyo a los proyectos destructores de las protecciones naturales de las costas tales como los manglares que amortiguan los efectos de tipo maremoto (tsunami)[9]. El CADTM ha exigido igualmente que el Banco Mundial suspenda sus préstamos en el sector de las industrias extractivas. Finalmente el CADTM ha criticado la decisión tomada por la Conferencia de Río de 1992 de confiar al Banco Mundial la gestión de un fondo mundial de protección al medio ambiente. Eso lleva sin duda a confiar al zorro el cuidado de las gallinas.


El cambio de dirección iniciado por el Banco

Sin la menor autocrítica, el Banco Mundial publicó en abril de 2006 un informe consagrado a las catástrofes naturales. Su autor, Ronald Parker, escribe: «Hay un aumento de las catástrofes relacionadas a la degradación del medio ambiente a lo largo y a lo ancho de todo el planeta»[10].

Mientras que la cantidad de terremotos permanece casi constante, la cantidad y la amplitud de las catástrofes naturales relacionadas al clima están en fuerte aumento: de un promedio anual de 100 en 1975, pasaron a más de 400 en el año 2005. El Banco reconoce que el calentamiento global, la deforestación y la erosión del suelo han aumentado la vulnerabilidad de regiones enteras. El Banco estima que los países en desarrollo sufrieron daños de al menos 30.000 millones de dólares por año. Como lo declara Lester Brown, director del Earth Policy Institute: «Ese Informe resalta que, aunque continuemos calificando a las catástrofes como “naturales”, ellas son a veces claramente de origen humano»[11].



El informe de Nicholas Stern sobre el calentamiento global

Nicholas Stern es bien claro: los países menos industrializados, aunque menos responsables del calentamiento global, serán los más afectados: «Todos los países serán afectados. Los más vulnerables –los países y poblaciones más pobres– sufrirán más y más temprano, aunque hayan contribuido mucho menos al cambio climático». Agrega, en completa contradicción con la filosofía de los partidarios de la mundialización neoliberal, que: “El cambio climático es el fracaso más grande del mercado que el mundo haya conocido e interactúa con las otras imperfecciones del mercado”.

Dicho esto, Nicholas Stern no propone en absoluto alternativas al modelo productivista y al mercado capitalista. Al contrario, su informe tiene por objeto hacer sonar las campanas de alarma a fin de que fondos suficientes sean consagrados a los gastos de reconversión industrial y de protección del medio ambiente, de tal manera de permitir la continuación de este crecimiento ciego. Afirma que la humanidad puede ser al mismo tiempo “verde” y “pro-crecimiento” (“green and growth”)

Explica que el mercado de la protección del medio ambiente va a ofrecer un nuevo nicho de mercado al sector privado para obtener beneficios. Y para coronar todo ello, explica que dado que los PED contaminan menos que los países industrializados, sufriendo al mismo tiempo más los efectos del calentamiento global, podrán vender a los países ricos derechos para seguir contaminando. Con las ganancias provenientes de la venta de los derechos, podrán financiar la reparación de los daños sufridos por su población.

Conclusión

Una vez más, los partidarios del modelo productivista dominante han comenzado por negar la existencia de un problema crucial, en este caso el de los daños medioambientales y del calentamiento global, y han continuado promoviendo con fuerza políticas que agravarían la situación. Más tarde, cuando la situación se tornó insostenible, lanzaron la primicia en los medios internacionales publicando un informe sobre el tema, intentando otorgar crédito a la idea de que las instituciones internacionales y los gobiernos de los países más industrializados han tomado conciencia de ese grave problema, de hecho voluntariamente ocultado durante decenios. En resumidas cuentas, los defensores del sistema actual hacen creer que el sistema está en condiciones de aportar una solución al problema del cuál es la causa fundamental, permitiendo así su propia perpetuación. Es urgente comprender que la sola solución justa y duradera pasa justamente por el cuestionamiento de este sistema capitalista productivista, estructuralmente generador de daños medioambientales y de desigualdades galopantes.

Traducido por Guillermo Parodi. Revisado por Griselda Pinero.

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Eric Toussaint


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