La Habana vive su historia de antes y de hoy

«Allí se extendía la gran ciudad de La Habana, a lo largo de la costa» Y Cuba pasó a denominarse la Isla de la Libertad, y Fidel entró en caravana a la ciudad de La Habana el 8 de enero de 1959.

La Habana de hoy se prepara para celebrar el 16 de noviembre un nuevo aniversario de su fundación y espera con una efervescencia especial, el inicio de múltiples actividades importantes para la vida normal del país en sus relaciones nacionales e internacionales, a la vez que cura con manos creadoras y solidarias las heridas materiales y espirituales de áreas y poblaciones vulnerables. Engrandecer y embellecer La Habana es el propósito de los esfuerzos de todos o de la mayoría de sus más de dos millones de habitantes, convencidos que con ello se contribuirá a construir un espacio citadino para recrear la felicidad de los habaneros, los cubanos en general y de los extranjeros residentes o visitantes de la capital.

En esta ocasión es válido reiterar y renovar ideas que reflejen de alguna manera la realidad de una historia que, con sus fuentes en el pasado, tiene como estadios y rumbos certeros el presente y el futuro.

Una mirada a La Habana puede descubrir todo el mundo físico y espiritual acumulado durante los años y siglos sucesivos, su imagen cambiante con las épocas y de los habitantes asentados en su territorio o de los simples viajeros circunstanciales que la recorrieron con objetivos multifacéticos.

El 5 de febrero de 1851 una novelista sueca describía sus impresiones al arribar al puerto de La Habana y en días y meses posteriores relataría sus experiencias en su territorio y en otros de la isla de Cuba.

Su sensibilidad captaba las olas que se levantaban y rompían furiosamente contra el saliente cabo donde la fortaleza de El Morro se levanta con sus muros y torres y defiende la angosta entrada al puerto.

Allí se extendía la gran ciudad de La Habana, a lo largo de la costa, a la derecha según se entra al puerto, con casas bajas de todos los colores: azules, amarillas, verdes, anaranjadas, como un enorme depósito de cristales abigarrados y objetos de porcelana en una tienda de regalos; y ningún humo, ni la menor columna de humo daba indicios de la atmósfera de una ciudad. Grupos de palmeras se elevaban entre las casas. Entre las colinas verdes que se veían alrededor del puerto había grupos de casas de campo, y bosquecillos de cocoteros y otros árboles del tipo de las palmeras; y sobre todo esto se extendía el cielo más claro y suave. El agua del puerto parecía clara como el cristal. Entre los objetos que llamaron la atención de la ilustre extranjera se destacaban la fortaleza donde estaban encerrados los prisioneros, otra prisión y…la horca. Pero las bellas palmeras ondulantes y las verdes colinas, encantaron su vista.

Botecitos medio cubiertos, movidos a remos por hombres, rodeaban el barco, para llevar a los pasajeros a tierra.

Ya en el hotel, propiedad de un americano, la novelista se enteró de la presencia de la cantante sueca Jenny Lind, y pronto se encontrarían e intercambiarían amistosamente, algo que se prolongó durante dos días, que incluyeron también paseos en coche por los alrededores de La Habana. Un día la llevaron a los jardines del Obispo, un bello parque cerca de La Habana, donde pudo contemplar muchas plantas tropicales. Por la noche pasearon en coche por el paseo de Isabel Segunda que en su recorrido atravesaba amplias alamedas de palmeras y otros árboles, canteros de flores, estatuas y fuentes de mármol. Su mirada poética le permitió ver la luna en cuarto creciente que flotaba como un botecito sobre el horizonte.

En el transcurso de los días, sus experiencias continúan. Y refiere que en el hotel pagaba 5 dólares. Incursionaba en la plaza de Armas, donde el gobernador, el intendente y el almirante, los tres grandes dignatarios de la isla, tenían sus palacios, los cuales ocupaban tres lados de la plaza. El cuarto lado lo constituía un cercado plantado de árboles, y detrás un busto de Colón y una capilla. Describe en detalles a la plaza y señala la existencia de gran cantidad de bancos de mármol blanco, en los cuales se sientan las personas a la sombra de las palmeras. También en su recorrido estuvo en una terraza alta o explanada, llamada «la Cortina de Valdés», construida a lo largo del puerto en el lado opuesto al Morro.

En las noches es posible contemplar la luz del Morro, o sea la del faro del Morro, que se extiende y brilla como una estrella deslumbrante, fija con luz clarísima sobre el mar y la ciudad. Además, la visitante es prolija en señalar personajes de los estratos de la sociedad habanera y apuntar detalles sobre algunas de las costumbres de entonces. Una descripción especial versa sobre su asistencia a misa en la catedral, en que se funden todos los elementos humanos, físicos y de culto del entorno eclesiástico. Resalta las múltiples relaciones sociales con residentes extranjeros de distintas nacionalidades, que acogieron con calidez a la novelista y pintora sueca.

También relata su estancia durante días en una residencia campestre, en el pueblecito o villa del Cerro, que estima situado a un par de millas de La Habana. Allí anduvo de excursiones exploratorias de los alrededores. Y señala que caminó sola por las soberbias alamedas y por los bosquecillos silenciosos, donde centenares de brillantes mariposas, desconocidas para ella, se levantaban de la hierba húmeda. Y exclama: "¡Qué feliz fui esa mañana!".

Después de su retorno a La Habana, sus anfitriones la llevaron en coche a Guanabacoa, de cuya villa señala que le contaron que era la más vieja en la isla y que conservaba todavía recuerdos de los primeros habitantes, los dulces y pacíficos indios que poblaban a Cuba cuando los españoles llegaron. Y su espíritu justiciero se enaltece con estas frases: «La sangre de sus inofensivos aborígenes masacrados clama todavía desde la tierra, pero sus voces son una bella melodía, y han bautizado el más hermoso valle de Cuba con el nombre de «Yumurí».

Cuenta sobre la conservación del agua en vasijas de barro para mantener fresca el agua de beber. Y apunta que sólo en los grandes hoteles de La Habana se usa el hielo para enfriar el agua.

En relación con Guanabacoa, afirma que el pequeño pueblecito le recuerda una miniatura de la Habana: las casas construidas y pintadas de la misma manera, con los mismos techos y las mismas azoteas adornadas con urnas, pero todo menor y más bajo.

Durante sus últimos días en La Habana, la novelista conoció al eminente botánico Felipe Poey, quien la recibió cortésmente y le regaló algunos ejemplares de mariposas cubanas, y entre estas, la que se considera como la más bella, la urania, que tiene un bello color verde oscuro y un brillo como de terciopelo.

Sus juicios sobre Cuba son encomiásticos en extremo, ya que señala que es la patria de la belleza, y se sorprende que todavía sea tan poco conocida. Los naturalistas, los arquitectos, los pintores y los poetas deberían venir aquí, en busca de nuevos conocimientos y de nueva inspiración.

Y no falta su mirada esclarecida y escrutadora que le permiten ofrecer su testimonio sobre los males de la administración española en la isla, con sus monopolios, injusticias y robos cometidos en todas partes, a partir de escuchar historias casi increíbles. Y como colofón señala que sigue habiendo trata de esclavos, aunque ocultamente. La administración lo sabe, pero recibe treinta o cincuenta pesos por cada esclavo que es traído de África, cierra los ojos ante el tráfico y hasta lo favorece, según se decía. Y concluye con esta afirmación contundente: «¡Ay, que este paraíso terrestre haya de estar siempre envenenado por la vieja serpiente!» «El 22 de abril diré adiós a esta Cuba tan bella, aunque mordida por la serpiente»

Sobre la rebelión de los esclavos afirma que esos negros fugitivos viven en esas montañas y se han hecho tan fuertes en sus innumerables grutas y cuevas, que nadie se atreve a perseguirlos. Se han construido viviendas, se han conseguido armas de fuego, y se dice que, en un tiempo, eran tan.numerosos –al parecer, varios miles- como para infundir temor a los españoles. Estos esclavos rebelados prefieren morir allá, libres entre las montañas libres y duras, antes que vivir entre los hombres, aún más duros.

Y en su diálogo epistolar con su hermana, resultan reveladoras estas ideas: «Pero -me dirás- ¿y los esclavos, la esclavitud en torno a ese Edén?». Sí, lo sé. La esclavitud desaparecerá y las cadenas de los esclavos caerán; más la bondad de Dios y su gloria serán eternas. Viví aquí esta visión. El esclavo lo hará también un día.»

¡Después de este vaticinio, sólo debieron transcurrir 17 años para que la liberación por la fuerza de los esclavos se hiciera realidad con el levantamiento libertario de Carlos Manuel de Céspedes, ocurrido el 10 de octubre de 1868 en su ingenio La Demajagua.

Este sólo es un testimonio mínimo de la novelista sueca Fredrika Bremen (1801-1865), quien al concluir su periplo por La Habana, Matanzas y Cárdenas, concluye los apuntes sobre su visita el 8 de mayo que luego integraron su libro titulado Cartas desde Cuba, con una frase reveladora de sus ideas libertarias y emancipadoras: «He aspirado una nueva vida en Cuba, pero vivir aquí no podría. ¡Esto sólo podría hacerlo donde exista y crezca la libertad!»

Esa libertad se hizo realidad a puros empujones, arremetidas y combates sucesivos de guerras que duraron muchos años, hasta que un día, en tiempos mejores y presentes, Cuba pasó a denominarse la Isla de la Libertad, y Fidel entró en caravana a la ciudad de La Habana el 8 de enero de 1959.



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Wilkie Delgado Correa


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