Por encima de todas las dificultades estarán siempre presentes la resistencia y la voluntad del pueblo y su revolución para vencerlas y triunfar.
En ocasión tan significativa como el 510 Aniversario de la fundación de la Villa Primada de Baracoa, el 15 de agosto no fueron posibles los festejos normales por la situación epidémica crítica de la Covid-19 en el territorio y el país. Hoy en día, en noviembre, la situación es completamente distinta y tanto la ciudad como el país reviven con un nuevo aliento.
La efeméride es propicia para el mensaje de reconocimiento por el trabajo creador y los progresos alcanzados en múltiples esferas de la sociedad baracoense, que han cimentado una cultura afincada en el terruño pero abierta a Cuba y al mundo.
Aunque alejado por las circunstancias de estudios y trabajo, he seguido durante estos años la vida y los avances de esta entrañable tierra, que es raíz y asiento de mi familia apegada todavía a la casa solariega de mis padres.
A lo lejos esta es mi visión de Baracoa, que expongo ahora brevemente, y que fuera recogida como introducción en mi novela "Y miro desfilar mi vida".
El mar está frente a la ciudad. Gracias al mar nació la ciudad en aquel recodo del litoral. Hace varios siglos era una casa, después varias. Con el transcurso de los siglos le nacieron casas y más casas a la antigua ciudad… El mar mira a la ciudad como a una hija que acuna en su regazo. La ciudad se lanza hacia el mar y otea el horizonte en busca de aventuras.
Los ríos se deslizan desde las montañas, corren traviesos entre las rocas, los barrancos y la tupida vegetación. Las aguas traen un rumor de voces ancestrales, telúricas. Los brazos de los ríos rodean a la ciudad y forman un collar de perlas huidizas que lo engalanan.
Las cordilleras rodean a la ciudad. Le atrapan la existencia callada y humilde que transcurre entre paredes y techos que ascienden desde las costas hacia las terrazas. La ciudad mira hacia arriba. Y las alturas unas veces se perciben lejos y otras parecen alcanzarse con las manos. La ciudad siempre mira hacia arriba. El Yunque siempre inclina su cabeza para mirar hacia la ciudad que queda a sus pies.
El castillo colonial parece un centinela en uno de los extremos de la ciudad. Se alza en un promontorio que destaca la imagen altiva y solitaria sobre el nivel del mar y los arrecifes. Sus vetustas paredes muestran las cicatrices dejadas por las guerras, las huellas de los hombres y las tormentas de los siglos. Sus murallas, almenas y cañones vigilaron el mar y contuvieron las arremetidas de los corsarios y piratas contra la ciudad. En sus fosos, celdas y pasadizos se derramó a ríos la sangre de criminales e inocentes, de gente mala y buena, que se precipitó a la muerte en un tiempo detenido entre sus muros.
La gente habita la ciudad. Si la ciudad respira, vive y crece es por su gente. No se concibe la una sin la otra, ambas se procrean y amamantan, forman una unión indisoluble más allá de la muerte. En realidad cada ser es como si fuera una parte vital de la ciudad. Historia y memoria de la ciudad y la gente, que se suceden desde los momentos mismos en que las primeras manos alzaron la pared o el muro de la primera casa, fortaleza o templo, para dar vida a la ciudad. La gente talla con su obra la imagen definitiva de la ciudad y ésta imprime su sello distintivo para configurar la imagen de su gente. El tiempo, con su magia telúrica, siembra de pasado, presente y futuro tanto a la ciudad como a su gente.
Por encima de todas las dificultades estarán siempre presentes la resistencia y la voluntad del pueblo y su revolución para vencerlas y triunfar.