El invierno en la vida de un ser humano puede ser tan triste como cuente o no con la comprensión de sus seres queridos. Pero si la enfermedad le toma por asalto, la vejez tiende a recruceder el final de sus días. Cuando esa enfermedad conduce a ese ser hacia las cavernas del olvido, no solo pierde los referentes del pasado, sino que se torna extraviado en el presente y sin márgenes para el futuro inmediato. La pérdida de la memoria es no solo un zarpazo letal en la identidad individual, sino que es un golpe en la idiosincracia y en los lazos afectivos que son surcados por el olvido que devora a todos sin cesar y sin piedad.
Es la trama del filme británico titulado El Padre (The Father), estrenado en el año 2020, dirigido por Florian Zeller y que deriva de la adaptación que realiza con Christopher Hampton de la obra teatral del mismo nombre. Protagonizada por el titánico Anthony Hopkins, El Padre narra la historia de un anciano atacado por la demencia senil que se enfrenta a los proyectos personales y sentimentales de una hija en edad madura que pretende dejarlo bajo el cuidado de una asistente o bien recluirlo en un asilo. En ese trance, Anthony Hopkins coloca al espectador ante el desafío de la misma enfermedad introduciéndonos en la perspectiva de quien la padece, así como en los laberintos que deambulan en su mente para extraviarnos al ritmo en que el personaje pierde la dimensión de la realidad hasta caer en la confusión, la desesperación y el desaliento.
El problema de la enfermedad en medio de la vejez no solo invade y trastorna a quien la padece, sino que los seres queridos que lo rodean se enfrentan al desafío de lidiar con ello y con decisiones que pueden resultar irreversibles y lastimar al enfermo. Entonces aparece en escena la angustia que ataca a quienes no saben qué tipo de decisiones tomar para enfrentar el olvido, el extravío y la orfandad en que se hunde progresivamente el familiar enfermo. En El Padre, la mirada subjetiva de quien es invadido por el olvido interioriza en las fragilidades y debilidades de la senectud, al tiempo que nos acerca al valle del sinsentido que se cierne sobre seres que experimentan la dependencia pero que su orgullo y dignidad les hace rechazarla pese a su incapacidad y la degeneración de sus facultades mentales.
El séptimo arte –una vez más– nos posiciona de golpe y de manera frontal no solo ante la realidad, sino ante problemáticas de la vida cotidiana que experimentamos a flor de piel cuando la existencia misma de los individuos y las familias es trastocada por la enfermedad, el desámparo, y el implacable e irreversible transcurrir del tiempo. Ante ello, surge el tema de los cuidados como derecho humano de quien experimenta la minusvalía o el olvido. ¿Cuál tendría que ser el papel de la familia ante semejantes desafíos que se ceban sobre adultos mayores? ¿Es una salida canalizarlos a las residencias de ancianos para su atención profesional? ¿Cómo cubrir la necesidad de comprensión, afecto y protección que muestra el anciano en su desamparo? ¿Cómo redefinir las funciones del Estado ante estas probelmáticas que, solo en apariencia, son privadas?
Son temas familiares éstos, pero que hunden sus raíces también en el ámbito de las políticas públicas y en la urgencia de replantear las estrategias de cuidados orientadas a la vejez. Más cuando la pandemia del Covid-19 hundió a este sector de las sociedades en el naufragio y la invisibilización, situándolos entre sus principales víctimas conforme la pauperización, el abandono y la falta de expectativas se cierne sobre amplios contingentes de adultos mayores.
El filme de El Padre condensa las mejores artes de la cinematografía y de la dramaturgia, hasta alcanzar un equilibrio magistral en el retrato de temas vitales que es preciso denunciar, más porque en ellos se expresan fenómenos lacerantes como la exclusión social, la pobreza, los límites de las políticas sociales y el desamparo a que sometemos a los ancianos. En este caso, nos acerca a las secuelas del olvido y la desorientación que predomina conjuntamente con la incongruencia, el deterioro mental y la erosión de la identidad individual en medio de la realidad, el desvarío y la fantasía dada por la desmemoria. La película es un llamado a reconocer la hostilidad que envuelve a la vejez, a comprender por qué causa molestias y cómo abre cauces al resentimento de quien experimenta el rechazo. La fragilidad del ser humano es puesta de relieve cuando se torna incapaz de recuperar los recuerdos pasados para (re)orientarse en el presente y no diluirse en medio de la nada conforme deviene el futuro.