Con la consolidación de la sociedad de mercado, los mercaderes han concluido una labor que se remonta a algo más de dos siglos atrás. No obstante, para apuntar hacia el comienzo del proceso, habría que dirigir la vista mucho más lejos en el tiempo, cuando tuvo lugar la primera llamada de atención a la sociedad de los guerreros, en el sentido de que, a la larga, se produciría un cambio en el titular del negocio de la explotación de las gentes. Si en aquel lejano principio, el paradigma usado fueron las creencias, el asunto acabó en fracaso, porque la violencia siguió enraizada formalmente, aunque la sociedad de los guerreros salió debilitada por el efecto del nuevo modelo metafísico de vida. Aunque hoy subsiste, lo hace como anécdota, en entendimiento con el supuesto de racionalidad, sujeto al arquetipo que determina la existencia colectiva controlada por los mercaderes, es decir, el dinero.
Sobre tales soportes, para darse lustre, los mercaderes han concluido la labor de construir una sociedad modelo, sujeta a su control, que reniega de la violencia de otros tiempos —pero la practica— y se guía por la racionalidad comercial —aunque casi siempre en pugna con el sentido común—, esta sería esa sociedad de mercado, netamente orwelliana, que hoy se ha impuesto en los considerados países ricos. En ellos, la libertad en el cercado, los derechos de papel y la seguridad jurídica —en abierta oposición con la seguridad real— se respiran contaminados por un ambiente cargado de falacias, que pretende hacerse respetable, aprovechando la propaganda que los distintos medios, asalariados del sistema, permiten difundir para maquillar la decadencia y perfumar el olor pestilente. En cuanto a sus fundamentos, los dos puntos claves del desarrollo capitalista, bienestar y progreso, que las empresas se ocupan de llevar a la práctica por puro interés, son igualmente un engaño colectivo. Las masas demandan bienestar, y se las suministra dosis de bien-vivir —que es la apreciación personal del principio general del bienestar—, pero siempre que cumplan con la exigencia de entregarse a las reglas del mercado —el centro de las nuevas creencias en los tiempos de la razón—. Se habla de progreso, y lo facturan como mejora de la calidad de vida de las gentes, siempre que no se salgan del recinto espiritual del mismo edificio comercial. Así las cosas, todo marcha sobre ruedas, porque el capitalismo funciona a pleno rendimiento, y las masas, drogadas por el mercado, no son conscientes de la realidad de la situación, aunque eso no importa, si se goza de elevadas dosis de bien-vivir virtual.
Pese a disponer del control económico y social de este modelo de existencia, a los mercaderes no les resulta suficiente la sumisión del personal conforme a las prácticas del mercado. Aunque, centrados en esas sociedades que presumen de avanzadas en el terreno formal, se han ido desplazando, a través de sus empresas, hacia otros pueblos, que no gozan de tales privilegios, para obtener provecho, acudiendo al fenómeno llamado globalización. De tal manera, que se han creado modernas colonias para ser explotadas por las grandes empresas, extrayendo suculentos beneficios, que luego trasladan a la base para acrecentar su poder. La ambición de los mercaderes, debidamente dirigidos, no tiene límites, y han construido un imperio económico mundial. No sin ayuda, porque, como en tiempos pasados —cuando la fuerza bruta buscaba apoyo en la política y las creencias para legitimarse ante las masas—, ahora, en los tiempos de la ilustración para el mercado, ha sido preciso poner de su parte a la política, para consolidar su posición en la escala del poder.
Tomar el control exclusivo de la política, porque las creencias han perdido su primitivo valor, arrolladas por la tiranía de la razón comercial, ha sido fundamental. Por eso, los mercaderes han situado al frente de la política a sus peones, utilizando la democracia del voto, debidamente acondicionado a sus intereses, usando las herramientas que procuran los avances tecnológicos. En la política de la democracia al uso, basta con alentar ilusiones, despilfarrar dinero público entre los privilegiados desfavorecidos —pretendiendo disimular la pobreza, sembrando la apariencia de bien-vivir—, para que los peces piquen el anzuelo. El efecto mercantil es inmediato, porque se vende más, y el efecto político resulta serlo del mismo signo, puesto que quien más ventajas comerciales ofrece y trata de procurar a los privilegiados, a cuenta de las arcas públicas que se nutren del ciudadano común, le garantizan más expectativas de permanecer en el ejercicio del poder —a perpetuidad, si es posible—, contando con el voto agradecido.
Desde la sumisión política a los dictados de los mercaderes que tienen a su servicio la tecnología más avanzada, el control total sobre las masas está garantizado de manera efectiva. Basta que alguien salga del redil de los intereses capitalistas, para que se elabore una de tantas leyes, y todo resuelto, porque, al que no retorna, le espera el castigo. Aquello que un día se llamó libertad, en el sentido elemental de la palabra, hoy es pura fantasía, cuanto menos para el ciudadano de nombre —el pagador de la fiesta que disfrutan otros—, porque está reservada —lo poco que queda— a los grupos de intereses dominantes, amparados por esas leyes para la ocasión. No obstante, al igual que sucede con la democracia del voto, hablar de libertad y derechos sí que se puede, al menos para mantenerse en línea con las agendas redentoristas de las instituciones afines a los intereses del capitalismo, siguiendo así lo que no es más que pura pantomima, utilizando rótulos, que no responden a un contenido real, para estrechar el cerco a las masas e impedir que salgan del cercado sistémico. Así funciona el mercado político de las que presumen de ser sociedades progresistas, esclavizadas por los mercaderes.
Dicho brevemente, bastaría añadir que, para el ciudadano de a pie, condenado de por vida al silencio y al ostracismo, tratar de vivir en estos tiempos en un país del bienestar, realmente supone total sumisión al mangoneo político y económico, venerar a los privilegiados grupales de moda, respirar humo electoral en abundancia y disponer de libertades y derechos escritos en papel mojado. Mientras que, por el otro lado, la riqueza de los mercaderes aumenta, crece imparable el poder de la burocracia política y el capitalismo se desboca. Más o menos, esto es lo que se viene cociendo en los países prósperos en la época de los mercaderes.