El Viceministro Primero de Relaciones Exteriores de la Federación rusa, Andrey Denisov, declaró el 3 de abril que “Rusia hará todo lo necesario para impedir la realización de una operación contra Irán”. Es una manifestación enérgica de Moscú sobre su voluntad de mantener su status dentro del Sistema Internacional. Están concientes los ocupantes del Kremlin, que sin un ejercicio decidido del poder, tienen que circunscribirse, como Europa, a la novel condición de gran interlocutor independiente, que le limita el desarrollo pleno de sus intereses en la arena internacional. En el caso europeo, ello es explicable por la estrecha interdependencia de las economías de la Unión con la de EEUU, y sus afinidades político-ideológicas. También lo sería en el caso suramericano, de formalizarse una integración, dadas las condiciones de extrema pobreza existentes en los pueblos de este continente, que convertirían en irracional cualquier decisión de transformarse en un gran poder a escala mundial. Pero, Rusia lo es, gracias a su desarrollo militar, aunque hubiese experimentado el descalabro que le generó la guerra fría. Un fracaso que ha podido superar, gracias al liderazgo de Vladimir Putin; a su condición de gran exportador petrolero; y, a su industria militar, que le proporciona aliados estratégicos en el ámbito internacional, entre aquellos países que resisten el terrorismo bélico usamericano .
Ante esta recuperación, el gobierno ruso no puede consentir la repetición de la estrategia de contención, diseñada por George Kennan al inicio de la guerra fría. Una línea de acción que permitió su cerco, mediante el dominio de su “rimland” –su entorno externo inmediato- por parte de las fuerzas del Imperio capitalista. Ciertamente, ya el establecimiento de bases militares de la OTAN, en Ucrania, constituye una provocación suficiente para desatar una recia reacción por parte de Moscú. Y, a esta amenaza ya Moscú dio una respuesta contundente. La reactivación de sus investigaciones en el terreno nuclear y misilistico, conjuntamente con el redespliegue de su arsenal estratégico en estos campos del poder militar. Pero el caso de Irán, aun cuando esta comprendido en esta, en su condición de espacio fronterizo de la Federación, representa otro riesgo diferente. En principio, una acción contra Teherán sería convencional, para lo cual los misiles intercontinentales balísticos serían una respuesta irracional.
Pero la falta de acción implicaría una flaqueza que haría de la primera decisión un simple “bluff”. Una bravuconada. No obstante por un acuerdo tácito de la guerra fría, el cual impide la presencia directa de los dos adversarios en un Teatro de Operaciones, para evitar la escalada hacia la guerra nuclear, las fuerzas rusas están impedidas de actuar directamente en el Medio Oriente. Pero aun así tiene opciones. Una sería, constituirse en el proveedor logístico de Irán para mantener la continuidad de su esfuerzo de defensa. Un hecho que tiende a consolidar el régimen de Teherán, y generar confianza en sus aliados, conjuntamente con temores en los amigos de Washington. Otro, el colocar una amenaza, como lo intentó Krushev, en un área de interés para los EEUU, como la región de El Caribe. La primera ofrece una triple posibilidad de ganancia: mantiene abiertas sus fronteras; aumenta la credibilidad de su conducta, tanto entre sus aliados como entre sus adversarios; y, asegura su mercado petrolero; y, por consiguiente su influencia entre sus clientes europeos y asiáticos.
Esta declaración también reduce los riesgos de Venezuela, otro país amenazado por el terrorismo bélico yanqui. Compartiendo Caracas intereses con Moscú, en materias de política exterior, de política petrolera y, de política de defensa, es improbable que Washington haga válidas sus amenazas contra este país. De permitirlo graciosamente el Kremlin, no sólo perderá credibilidad, sino también desperdiciará la posibilidad de un área de ampliación para el desarrollo de su influencia política y de expansión de su economía, especialmente en el campo del comercio militar. Aparte de inutilizar una buena carta, dentro de una estrategia indirecta, en el marco de una escalada en la nueva guerra fría que le ha declarado la Casa Blanca. Ciertamente, Venezuela no es Cuba. Tanto por la extensión del país, como por su importancia geopolítica, dada su situación geográfica y su carácter de exportador petrolero, ella representa un importante aliado para Rusia en su búsqueda de un mundo multipolar, que le garantice su libertad de acción y el mantenimiento de un mercado energético libre de la presencia de oligopolios, y menos de monopolios, que restringirían una de sus fuentes principales de poder e influencia.