La globalización como eufemismo

Escribo esto al recordar lo sucedido en Nueva York en una fecha como la de hoy, 11 de setiembre, en 2001, año en que comenzaba el milenio en que nos encontramos. Por cierto, un hecho trágico espectacular, casi de factura cinematográfica de aquel Hollywood fábrica de films "americanos" que inundaban las naciones del planeta. El formato, a la medida de la aparatosa e inmadura mentalidad de los estadounidenses…

Pues bien, desde hace décadas se ha dado en llamar globalización (supongo que el inventor o inventora de la palabra es del mismo origen), a un eufemismo. Pues la palabra más apropiada es anglosajonización. Es, decir, un estrechamiento de las relaciones comerciales, tecnológicas y culturales entre las naciones de Occidente, al que se unen otras no necesariamente judeocristianas. Pero eso sí, bajo la batuta del Reino Unido sin que lo parezca, no siendo en realidad preciso solapar su liderazgo, pues la fuerza de sus antecedentes militares y políticos rematados por las nuevas tecnologías del progreso de las que son sus inventoresson suficientes para explicar su hegemonía. Como lo es el cada vez más acusado predominio de su lengua por la inevitable cibernética asimismo creada entre ellos y sus parientes estadounidenses, en perjuicio y detrimento de la mayoría de las lenguas nacionales… Cada vez son más infrecuentes los letreros comerciales en la lengua del país, de los locales comerciales urbanos, y cada vez más acusado el inglés en la publicidad con la dosis suficiente de la mentalidad británica o estadounidense. Así como cada vez son más frecuentes las costumbres, adaptadas o no, de ambos países anglosajones desplazando a las costumbres y usos del lugar… Quizá son, todo ello, algo inevitable. Pero me parece tan importante ser consciente de ello, como importante evitar en lo posible la influencia subliminal de cualquier efecto psicológico.

A partir del descubrimiento del Nuevo Mundo, los británicos lo tuvieron claro. Se dieron cuenta qué debían hacer en adelante, y lo hicieron. Habitaban una región del planeta muy pobre en recursos naturales. Allende la metrópoli, debían hacer lo que, a medida que iban pasando el tiempo y los siglos, fueron haciendo y consiguiendo. Vivir casi exclusivamente de la agricultura y de la pesca no podían admitirlo porque lo dijese el destino. El destino, debieran ser ellos quienes lo escribiesen y forjasen. Así, con esa intuición colectiva empezó su epopeya hasta hoy. Así es cómo no hay espacio del globo terráqueo, ni continente donde no tengan una presencia superlativa. Ellos y el espíritu que les anima. Controlan por derecho y de hecho de uno u otro modo varios estrechos. Tienen enclaves y estados asociados en todas partes. En 1926 crean una Mancomunidad de naciones, la British Commonwealth de Nations, compuesta por 56 naciones soberanas que abarcan 31 millones y medio de kilómetros cuadrados y una población de 2 millones y medio de habitantes. Semi continentes, como Estados Unidos, son una prolongación de su idiosincrasia, con las diferencias precisas para ser ambas poblaciones complementarias entre lo más tosco y lo más refinado de un talante colectivo, pero, hasta ahora, que empiezan a competir con otra organización incipiente paralela, la de los BRICS, sin competidores significativos, al menos en el espacio de su influencia y de su potencia. Oceanía es un continente prácticamente anglosajón, con una Australia y una Nueva Zelanda cuya extensión y población predomina sobre el resto. Forman parte de la Commonwealth y, como todas esas naciones que forman parte de ella, llevan en su bandera las típicas barras y color británicos de la suya. El imperio británico fue el antecedente de la Commonwealth. El mayor imperio hasta fecha. Y para colmo, la mayoría de los juegos de pelota y de mesa interesantes aceptados en la mayoría de los países, son de origen asimismo británico. El legado tangible del imperio es la creación de la Angloesfera y la Mancomunidad de Naciones citada.

El imperio se ha convertido así en un emporio donde florecen el comercio, las ciencias, las artes, etc. y el sistema económico de Mercado, cada vez menos sujeto a limitaciones que no sean impuestas por los anglos según su conveniencia. Podríamos decir que el sistema de Mercado "es" Gran Bretaña. Ningún británico se queda sin empleo, y su facilidad para encontrarlo está en la extensión de ese ámbito por algo denominado Angloesfera. Si no en la metrópoli, en otras naciones donde su presencia o influencia son determinantes. Todo responde a una construcción social de estructura casi metafísica; a la organización de una sociedad de una vasta población angloparlante, que no encuentra problemas que no resuelva con una eficacia sin igual, tanto en el plano individual como en el colectivo…

Los anglosajones no cometen el error de proclamar tan directamente como hizo Hitler en su obra escrita Mein Kampf, la superioridad sajona y sus intenciones de conquista. Se han limitado a ponerla en práctica, y la informática, su configuración, utilidad y una lengua, sin tildes, de semejante morfología no podía ser mejor instrumento para situar al universo anglosajón en mejores condiciones para dar el golpe de gracia a una preponderancia hegemónica, por ahora imposible de superar. Con eso les basta.

Pero estamos en un momento crítico para cuyo desenlace habrá que esperar aunque dada mi edad no espero verlo. China, Rusia y las demás naciones que integran los BRIC, con la paciencia que caracteriza a individuos, países y naciones talladas en la capacidad de sufrimiento y en la hartura del dominio de otras sobre ellas, que desde no hace mucho se aprestan a una contraofensiva para sacudirse de encima la opresión del universo anglosajón…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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