El proceso de transición hegemónica
El mundo asiste a una transición hegemónica del capitalismo financiero globalizado como expresión del Occidente geopolítico, hacia el bloque asiático emergente. Una transición cuyos plazos quizás puedan verse alterados en uno u otro sentido, ya sea por la guerra comercial anunciada por Trump como por la reciente destitución del gobierno de Siria, y cuyo nivel de conflictividad es todavía impredecible. Sin embargo, se trata de una tendencia cuyo rumbo es inexorable. Tan inexorable como lo fue el ascenso a nivel global del Imperio británico durante los siglos XVIII y XIX a través de su proceso industrial y del dominio de los mares, y de los Estados Unidos en el siglo XX con su liderazgo cultural, militar, comercial, financiero y tecnológico.
La historia constata que el liderazgo en una etapa determinada lo ejerce quien tiene las capacidades suficientes para motorizar el intercambio y la inversión, establecer las rutas comerciales aéreas y marítimas, financiar la infraestructura de los puertos y encabezar la producción de nuevas tecnologías. En nuestros días, la capacidad para establecer esos grandes lineamientos mediante una serie de factores expansivos de corte no imperialista, la ostenta China.
Entre el gobierno de Cuba y el de los Estados Unidos existe una diferencia ideológica similar a la que separa al gobierno del Perú respecto de China. Sin embargo, mientras los Estados Unidos endurecen el bloqueo para ahogar al pueblo cubano, China construye el megapuerto de Chancay en las afueras de Lima y mejora la conectividad entre Sudamérica y Asia, lo cual puede ayudar al desarrollo de los pueblos. Con esta simple comparación, que podría extenderse a países de Asia o del continente africano, queda demostrada cuál es la tendencia ascendente en el mundo y adónde reside la progresiva pérdida de influencia y hegemonía.
La aceleración del fracaso
La imagen del Occidente geopolítico es la aceleración del declive. Tomemos algunos ejes de la campaña electoral en los Estados Unidos. En Oriente Medio (convención del lenguaje elaborado desde el prisma eurocéntrico) vemos, por un lado, el incremento del despliegue armamentista en sus distintas formas y, al mismo tiempo, el agravamiento del conflicto. La conclusión es que la clave militar no es la vía para calmar la situación: victoria parcial del complejo militar industrial y los fondos de inversión que lo sostienen, pero al precio de la degradación práctica, ética y política de la estrategia de Occidente. En el campo del combate al narcotráfico, vemos, por un lado, cómo se intensifican los mecanismos de control productivo, espionaje militar y disciplinamiento social. Y, al mismo tiempo, la expansión de las rutas y la sofisticación de las sustancias administradas por el narcotráfico y el crimen organizado. La conclusión es que la clave de la Administración del Control de las Drogas de EE.UU. (DEA) no es la vía para detener el fenómeno: nuevamente, victoria parcial de los dispositivos de espionaje, supervisión productiva y comandancia política militar del capitalismo financiero, pero al precio de la degradación práctica y ética de la estrategia de Occidente. En el área de las migraciones, políticas cada vez más duras y costosas fueron debatidas durante la campaña presidencial entre Trump y Harris. Y, al mismo tiempo, crece progresivamente el número de familias que se ven forzadas a migrar de sus territorios en Asia, África y América Latina: otra vez, degradación práctica y ética de la estrategia trazada por Occidente. Es decir, las principales políticas del capital financiero globalizado sobre sus áreas de influencia muestran un estrepitoso fracaso.
Disputa al interior del “deep state”.
La escasa participación electoral, el nivel de violencia, agresión semántica y polarización demostrados durante la campaña electoral en EE.UU., así como la disputa por el control del sistema judicial en detrimento de la división republicana de poderes, constituyen un signo más del deterioro del sistema de representación política del país norteamericano, que no es menor al que se está manifestando en diferentes países de Europa occidental.
No obstante provenir de conglomerados financieros en algunos casos diferentes, los aportes corporativos a ambos candidatos ascendieron a varias decenas de miles de millones de dólares, lo cual nos insta a formular dos interrogantes. El primero, si un ciudadano o ciudadana de a pie podría acceder a una candidatura. El segundo, en nombre de cuáles intereses gobernará la persona electa, cuya campaña fue solventada por semejantes grupos de poder.
En suma, además de la sobreextensión de sus intervenciones militares y del deterioro de su capacidad de influencia comercial y política a nivel global, los Estados Unidos muestran una imagen muy deslegitimada de su sistema político, al cual presentaron siempre como el estandarte moral que justificaba su liderazgo.
Este clima de decadencia —declive catastrófico en términos de la Rand Corporation (Research and Developement)— y pérdida progresiva de capacidad de influencia y estabilización política y económica, repercute inevitablemente al interior de las élites de poder de EE.UU. desde una perspectiva multidimensional. El anuncio de Trump de detener la guerra en Ucrania lo enemista con el complejo militar industrial reavivado por Biden en las últimas semanas de 2024, y con los fondos de inversión que lo financian. Simultáneamente, la acentuación de una guerra comercial con China irrita a las firmas estadounidenses que tienen a ese país oriental como su contraparte comercial número uno, o como la sede principal de sus inversiones y de sus ventas.
Trump ha amenazado a China, México y Canadá con duplicar los aranceles a las importaciones, a lo que China respondió con “arancel 0” a su intercambio comercial con los países del Sur Global. Este litigio entre la apertura al mundo y el proteccionismo defensivo es otra muestra de cuál es la tendencia dominante.
Ahora bien, si Trump concretara su promesa de atemperar los conflictos bélicos en diversas zonas del planeta para concentrarse en relanzar la economía interna y en su disputa con China, va a necesitar inevitablemente reforzar el control militar y político sobre América Latina y el Caribe, sumado a la apropiación de los recursos estratégicos de la región. Lo cual agravará el enfrentamiento con los gobiernos que decidan no alinearse con el suyo. Todas las designaciones de Trump en el área de su política exterior, así como la agenda de quien sea el secretario general de OEA para el próximo mandato, confirman este postulado
¿Segunda mitad o primer tercio del siglo XX?
Todos los documentos derivados del Plan Estratégico de Seguridad Nacional que presenta anualmente el presidente de Estados Unidos están construidos desde la perspectiva de que estamos transitando una nueva edición de la Guerra Fría. Lo certifica la designación de China y sus acciones “malignas” como la “amenaza” principal, así como el descrédito y el enfrentamiento con Rusia, las conspiraciones y desestabilizaciones de los gobiernos cercanos a dichos países y las sanciones políticas y financieras a los gobiernos latinoamericanos como Cuba, Nicaragua y Venezuela, a los que califican de dictaduras promotoras del terrorismo.
Sin embargo, la realidad demuestra estar muy alejada de la existencia de dos grandes bloques totalmente desconectados entre sí como sucedió en la segunda posguerra. Hoy la tecnología de la comunicación, el arte, la interdependencia económica y financiera, las cadenas globales de valor, expresan una interconexión que desalienta cualquier similitud con la segunda mitad del siglo XX.
Además, lejos de tratarse de dos grandes bloques que disputan la hegemonía a nivel planetario, acudimos al surgimiento de Estados emergentes que aspiran a incidir a nivel regional en términos políticos y económicos, como la India, Pakistán, Turquía, Irán, y algunos países africanos como Mali, Níger y Burkina Faso, que toman distancia de la metrópolis francesa.
Asimismo, la aparición de organizaciones de países como los BRICS desafían la hegemonía del capitalismo globalizado de origen anglosajón, pero no en términos de una nueva bipolaridad, desde el momento en que están integrados por países que no han roto en absoluto su vínculo con Occidente, e incluso prevé el acercamiento de Turquía, que es miembro de la OTAN.
Más bien, deberíamos reflejarnos en el primer tercio del siglo pasado, cuando el mundo se posicionaba en las antesalas del fascismo. A semejanza de aquel momento, asistimos a una crisis estructural del capitalismo acompañada de la transición hegemónica. El sistema-mundo establecido por el Occidente geopolítico desde la caída del Muro de Berlín ya no posee la pujanza de las décadas anteriores, y la crisis que exhiben tanto Estados Unidos como Europa occidental agudizada por las guerras y la inmigración creciente, los acerca al colapso económico, la inestabilidad política, la polarización social y la pérdida de legitimidad del sistema de representación política.
Otro síntoma de agotamiento del “orden internacional fundado en reglas” que inauguró la globalización financiera en los años noventa es la crisis del multilateralismo y del derecho internacional. Ambos acabaron por mostrar en el presente el semblante fallido que el pretendido éxito de los años iniciales procuró disimular. En realidad, se trataba de un multilateralismo de superficie, mediante el cual se comprometía a un conjunto de países con la firma de Tratados y Convenciones internacionales, que establecían un orden formalmente decidido por el conjunto, cuando en realidad se trataba de una homologación colectiva de los intereses de la potencia dominante y los grupos financieros beneficiados por el sistema. ¿Por qué la crisis? Por dos razones muy sencillas: nadie cumple las reglas y nada de aquello condujo a un mundo más justo.
Este conjunto de situaciones propias de un sistema que ya no alcanza para todos, agudiza la disputa entre las élites de poder y crea las condiciones para un discurso racista y discriminador. El sistema que se preciaba por su capacidad de construir la prosperidad universal, hoy está reservado sólo para los grupos dominantes, restringe la incorporación de nuevos actores y segmenta a la sociedad en franjas bien demarcadas en cuanto a la distribución del empleo y los niveles de ingreso, y los consumos de bienes materiales y culturales.
Cuando no hay lugar para todos, sólo hay lugar para quienes, por distintos factores, se sienten superiores. Lo expresa la economía y la política, pero también la comunicación, el cine, el arte y la cultura en general. El triunfo de Trump está expresando en parte este orden jerárquico en la escala de valores.
Hasta la primera elección de Obama, en 2008, la comunidad latina de EE.UU. votaba más cohesionada; el inmigrante “latino” que lograba integrarse al sistema le tendía una mano al latino marginal para incorporarlo. Hoy le pisa la cabeza porque no hay lugar para ambos y puede convertirse en un competidor. Este es uno de los signos culturales que enmarcan la etapa, y expresa una creciente tendencia al racismo, más allá de cuál fuerza política resulte triunfante en una elección.
En el llamado Occidente, la conocida relación entre el centro y la periferia se revela hoy anacrónica e insuficiente, desde el momento en que muchos de los problemas propios de las antiguas periferias como la pobreza y la aparición de una sociedad estamental, están carcomiendo áreas cada vez mayores de los que hasta ayer se manifestaban como los grandes centros del poder mundial. El discurso supremacista, la tendencia a la preservación individual ante el acecho creciente de la exclusión, van tomando forma y creciendo masivamente en Occidente, y se instalan —como hace un siglo cuando confluían fenómenos similares— inevitablemente en el campo de la política.
Estamos ante una multipolaridad en construcción, no ante una bipolaridad concluyente. Los procesos de transición hegemónica nunca fueron lineales, sino que se enmarcan en una serie de conflictos donde conviven formas viejas y nuevas, como podrían ser la presencia de ejércitos privados en los territorios físicos, como el papel de las redes y plataformas en los territorios simbólicos.
La derecha crece más en lo cultural que en lo electoral
La incidencia negativa de las redes en la formación del malestar general y la fragmentación y polarización social se presenta ante nosotros, como parte de la cultura de occidente, con independencia de cuál es la fuerza política que triunfe en las elecciones.
No hay un crecimiento exponencial de las ultraderechas en el terreno electoral; así lo muestra el desempeño del laborismo en el Reino Unido, la Francia Insumisa, la permanencia del PSOE en España o la crisis de la alianza de centro en Alemania. En América Latina, la presencia del Frente Amplio en Uruguay, Boric en Chile, Lula en Brasil, Petro en Colombia y Sheinbaum en México, entre otros, no parecen sugerir un riesgo electoral de las ultraderechas. Tampoco vemos que los pueblos se inclinen mayoritariamente en forma estricta hacia la ideología y la gestualidad de las derechas radicales.
Pero al mismo tiempo, no puede negarse la capilaridad con que han penetrado en nuestras sociedades algunos de los comportamientos afines, o al menos funcionales, a dicha ideología (que tiene similitudes y diferencias con el fascismo clásico): la irritabilidad y el individualismo, la tolerancia a la agresión y el agravio como formas habituales de relación social.
Y, al mismo tiempo, cabe preguntarnos en qué medida los gobiernos que no son de derecha cumplen con la formulación de un programa alternativo, no tanto respecto de respetar garantías y derechos fundamentales de algunos actores sociales, porque esa faceta se materializa en términos generales, sino respecto a la ruptura de los lazos de dependencia económica y financiera que nos subordinan a los poderes fácticos, tanto al interior como externos al Estado. De no cumplirse con el compromiso electoral y en caso de que los votantes progresistas se decepcionen por ver evaporarse las expectativas de una vida mejor, habrá, más temprano que tarde, consecuencias electorales.
Trump, Argentina y América Latina
La economía de los Estados Unidos atraviesa un momento difícil, muy alejado de la liquidez financiera internacional de los años noventa.
Si Trump focaliza su estrategia externa en la guerra comercial con China, tenderá a la relocalización de capitales, atraídos por el proteccionismo y el aumento de la tasa de interés. En el caso de Argentina, la mayor complementación entre ambas economías, estará en la entrega de nuestras cuencas gasíferas y petroleras, nuestra minería y nuestro litio: Trump lo necesita y Milei está dispuesto a cederlo, en una nueva edición del modelo de saqueo de recursos naturales y valorización financiera.
El otro campo donde puede prosperar la relación entre Trump y Milei es en la formalización de una internacional de ultraderecha, a partir del eje de afinidad entre Trump, Bolsonaro, Milei y el presidente del Paraguay Santiago Peña, la cual buscará expandir su ideología hacia el conjunto del continente. Intentará la victoria en Chile en las elecciones de noviembre este año y aprovechará la crisis de reservas y la disputa interna del MAS en Bolivia.
Adonde no logren consolidar una fuerza electoral propia, financiarán la polarización social y la inestabilidad crónica del sistema político, para constreñir a la política a resolver su crisis endogámica y, de ese modo, evitar que incida en la distribución social de la riqueza. La insustentabilidad permanente de las instituciones políticas en Perú en medio de una sólida macroeconomía, es un ejemplo de cómo aquellas no pueden morigerar la renta descomunal de las corporaciones de pesca, agro-negocios y minería y de los fondos de inversión que las sostienen, mientras el pueblo sufre la pobreza y la desigualdad.
Corolario
Es aquí donde cabe reafirmar la necesidad de establecer programas claros de neto corte popular por parte de las fuerzas políticas no-neoliberales. Porque de lo contrario contribuiríamos a una nueva fase de insatisfacción democrática que nos alejará del ejercicio del gobierno y desembocará en un prolongado letargo y descomposición.
Para que eso no suceda es fundamental completar las instituciones de la democracia liberal que se ha demostrado profundamente insuficiente y mucho más permeable a las presiones de los grandes poderes fácticos que a concretar la voluntad de las mayorías empobrecidas, con instituciones que aseguren mucho más activa y de modo más influyente la expresión soberana de las mayorías populares. El futuro debe contar con las medidas económicas adecuadas, pero también con un nivel apropiado de concientización política acerca de las mismas, para garantizar su irreversibilidad.
Y también efectuar una clara lectura del actual momento geopolítico, para no equivocar la inserción internacional. El proceso hacia un mundo multipolar en construcción representa una gran oportunidad para nuestra región, en la medida que sus liderazgos populares lleven a cabo la unidad tan soñada y tantas veces ensayada, pero nunca concretada con la profundidad necesaria.
*Abogado, docente universitario, ex diputado y, entre 2019 y 2023, embajador argentino ante la Organización de Estados Americanos (OEA)