Donald Trump concretó su amenaza de aplicar aranceles a todo el mundo con porcentajes superiores a lo que se esperaba, y otros socios comerciales como China respondieron pagando con la misma moneda. El presidente norteamericano cumple sus promesas de hacer todo lo posible para subvertir las condiciones bajo las cuales EE. UU. ha venido perdiendo posiciones de poder. Pero estas coordenadas fueron las mismas con las que los magnates de EE. UU. ganaron como nunca extendiendo los tentáculos de la extracción de plusvalor por todo el planeta, y se resisten a darlas por muertas. El pánico de los mercados, reflejado en el desplome de los valores de las acciones y los commodities expresan el desconcierto ante la incursión en un terreno desconocido.
El 2 de abril, el presidente de EE. UU. Donald Trump concretó la aplicación de aranceles generalizada que había anunciado semanas antes. Los países menos perjudicados, pagarán un 10 % por el ingreso de sus productos al mercado norteamericano. Pero las alícuotas aplicadas llegan hasta 50 %, de acuerdo al criterio de responder de manera recíproca a las trabas arancelarias que supuestamente aplican los demás países para la importación de productos desde EE. UU. Los países de la UE, socio histórico de EE. UU., afrontarán aranceles adicionales de 20 %, mientras que para China serán del 34%. Estas alícuotas se suman a los aranceles que ya estaban vigentes.
Los mercados, que ya desde finales de febrero venían mostrando nerviosismo con las medidas de Trump, entraron en pánico con la confirmación del rumbo proteccionista por parte del presidente de EE. UU.
¿Qué busca la administración de Trump con su política de aranceles, qué es lo que puede conseguir, y cuáles pueden ser los efectos que producirá a su paso?
Sin precedentes
Con los aranceles aplicados por Trump, la economía estadounidense pasará a tener el mayor nivel de aranceles de los últimos 130 años. Durante el giro proteccionista de los años 1930, que fue uno de los factores determinantes de la reversión de la globalización económica –junto con las devaluaciones competitividad de las monedas y los estragos de la depresión iniciada en 1929– los aranceles tuvieron niveles promedio inferiores a los que rigen desde el 2 de abril en EE. UU.
La fórmula con la que se produjeron las alícuotas que afectan a los distintos países no está directamente relacionada con impuestos, subsidios o barreras no arancelarias que estos apliquen a las exportaciones estadounidense. Su determinación fue mucho más simple y arbitraria: surge de dividir el tamaño del déficit comercial de EE. UU. con cada país por el tamaño de las importaciones estadounidenses de ese país, que es luego dividido por dos. Un piso de 10 % de arancel rige para todo el comercio de bienes –los servicios no están alcanzados por los aranceles aplicados– con unas pocas excepciones, como Rusia, Bielorrusia, Cuba y Corea del Norte. Ni siquiera territorios habitados exclusivamente por pingüinos como las islas Heard y McDonald se salvaron de la furia arancelaria de Trump. México y Canadá no están en la lista de países afectados, pero los despachos de automóviles, acero y aluminio desde esos países serán alcanzados por los aranceles específicos que entraron en vigor el mismo jueves.
La arbitrariedad de la fórmula hace difícil que los países puedan revertir “aranceles recíprocos” que no están aplicando. El economista Michael Roberts lo explica con el ejemplo de Vietnam:
Estados Unidos tiene un déficit de US$123 mil millones con Vietnam, de donde importa US$137 mil millones. Por lo tanto, se considera que tiene barreras comerciales equivalentes a un arancel de importación del 90 %. La fórmula de EE. UU. aplica un arancel recíproco de la mitad de eso (45 %) para reducir el déficit bilateral a la mitad. Problema: Vietnam no tiene un arancel del 90 % sobre las exportaciones estadounidenses, por lo que no puede evitar una reducción en las ventas a EE. UU. acordando reducir sus “aranceles” sobre las exportaciones estadounidenses.
¿Golpear y negociar?
El presidente Trump considera que los aranceles generan poder de negociación para llegar a acuerdos. Es más fácil imaginar que, tras una serie de aranceles punitivos, socios comerciales como Europa y China se vuelvan más receptivos a algún tipo de acuerdo monetario a cambio de una reducción de aranceles [1].
Esto escribía en noviembre del año pasado Stephen Miran, economista que desde marzo ocupa la presidencia del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca. El autor se ubica entre quienes abogan por utilizar los aranceles como arma para obligar a otros países a aceptar un nuevo sistema financiero “Bretton Woods”. Para Miran la fortaleza del dólar, que es consecuencia del lugar que tiene el dólar como moneda de reserva mundial, fuertemente demandada por inversores y bancos centrales de todo el planeta, debe ser corregida para atraer nuevamente inversiones de sectores productores de bienes a EE. UU. En línea similar, Scott Besset, designado Secretario del Tesoro, predecía el año pasado un gran “reordenamiento económico, algo equivalente a un nuevo Bretton Woods”. Besset afirmaba que si bien el abandono por parte de EE. UU. del sistema de comercio internacional sería “un gran error estratégico y económico”, era urgente la adopción de “políticas dirigidas a corregir las causas de los desequilibrios en la economía internacional”, privilegiando “intervenciones a nivel macroeconómico, como los aranceles de base amplia” [2].
La aplicación de aranceles, si este fuera el diseño que las guía, no sería el objetivo, sino un medio para modificar, en favor de EE. UU., las reglas del sistema económico mundial. Si así fuera, el caos actual está guiado por objetivos bien concretos, que no están en la implementación de barreras comerciales duraderas, que de persistir en el tiempo podrían descomponer severamente la integración económica mundial y aumentar los costos en todas las cadenas productivas globales.
Si el objetivo buscado es este, sería un intento de repetir lo que ocurrió en los años ‘80 con los Acuerdos Plaza. Llamados así por el hotel donde se desarrollaron las tratativas, estos llevaron al compromiso por parte de Japón y Alemania, los mayores competidores económicos de EE. UU., que eran también estrechos socios en materia de seguridad, de llevar a cabo políticas tendientes a fortalecer el valor de sus monedas frente al dólar. Los funcionarios de la actual administración fantasean con unos “Acuerdos de Mar-a-Lago”, en los que, para salir de la encerrona de los aranceles recíprocos, los principales competidores y socios comerciales de EE. UU. acepten contribuir a un abaratamiento del dólar. Pero no se trata solamente del valor de la moneda, sino que el objetivo es negociar una depreciación del dólar respecto de las demás monedas sin que se vea perjudicada su preeminencia indiscutida como moneda de reserva mundial, que es lo que le otorga a EE. UU. una capacidad inigualable para tomar decisiones sobre su economía (y las del resto del mundo) sin las restricciones que afrontan otros países. Un nuevo sistema monetario podría surgir si otros países aceptan atar la cotización de sus monedas al dólar, a niveles de paridad de las mismas mayores que los actuales.
Para Miran “si el dólar pudiera debilitarse para equilibrar el comercio, no tendríamos tantos déficits comerciales. No tendríamos muchos de los problemas que los aranceles y otras políticas buscan solucionar, porque las exportaciones estadounidenses serían más competitivas a nivel mundial y no sufriríamos tantos engaños de otros países”. Ergo, la guerra de tarifas se volvería superflua, y todo podría volver a la normalidad prearancelaria, con alícuotas más bajas, una vez que EE. UU. haya impuesto al resto del mundo sostener la competitividad norteamericana. El caos de estas semanas solo sería entonces algo momentáneo, y de él surgiría un nuevo orden favorable para el resurgimiento productivo de EE. UU.
El interrogante es si EE. UU. tiene hoy la fuerza suficiente para forzar la aceptación de este cambio en las reglas del juego, destinado a reemplazar por decisión unilateral las imperantes bajo el “orden basado en reglas” previamente construido por el propio Estado norteamericano para asegurar las condiciones adecuadas a la expansión del capital por el mundo. Sin duda, todos los países querrán que sus empresas mantengan acceso ventajoso al codiciado mercado norteamericano. Pero hoy los países con los que debe negociar no están integrados de manera subordinada en los esquemas de seguridad estadounidenses, como lo estaban Alemania y Japón en los años ‘80. Trump debe sentar a China, potencia en ascenso con la que EE. UU. rivaliza con creciente agresividad, y también con una UE que, con el retorno de Trump, acelera los planes para intentar una autonomía militar respecto de EE. UU. ¿El beneficio que ofrece mantener el acceso al mercado estadounidense es suficiente para balancear los costos para estos países, así como los BRICS –del cual curiosamente solo Rusia evitó la carga de aranceles, lo mismo que Corea del Norte– y otros bloques, de reconfigurar el patrón monetario en beneficio de EE. UU.?
Lo que es seguro, más allá de las mesas de arena en las que se mueven los economistas de Trump para imaginar un mundo donde EE. UU. se reindustrialice y conserve al mismo tiempo el lugar preeminente de su moneda como reserva de valor, es que no hay alquimias monetarias suficientes para atraer la producción masiva de bienes otra vez a EE. UU. Así como los acuerdos plaza ayudaron momentáneamente a equilibrar las cuentas externas de EE. UU. y recuperar algo de mercado de sus socios, pero no evitaron las reestructuraciones económicas que sacaron las industrias de EE. UU. para relocalizarlas en países de bajos salarios, los aranceles de Trump, aún logran ser persuasivos para arrancar concesiones sustantivas en materia monetaria, no van a traer a EE. UU. los trabajos perdidos por la relocalización de empresas fuera de EE. UU. para producir con menores costos. Como le dijo el fallecido CEO de Apple Steve Jobs al presidente norteamericano Barack Obama en 2011, cuando este le preguntó qué se necesitaría para que el iPhone se fabricara en suelo estadounidense: “esos empleos no van a volver”.
Golpe por golpe e incertidumbre económica
Está por verse si la secuencia virtuosa de golpear para negociar imaginada por la administración de Trump tiene algún viso de realidad. Por lo pronto, en medio del desorden mundial, Trump introdujo más caos, y eso signará la coyuntura. La prensa liberal que convocó a la UE, China y otros países relevantes a no pisar el palito de la retaliación y mantener el compromiso con la economía integrada, no estarían teniendo suficiente eco. A los aranceles de Trump, siguieron los anuncios de China de imponer a los productos provenientes de EE. UU. la misma alícuota de 34 %.
Los mercados bursátiles estuvieron desde el miércoles en modo desplome, el mismo que se viene imponiendo en muchas ruedas desde finales de febrero. La destrucción de valor bursátil desde los picos ronda la friolera de 20 %.
El titular de la Reserva Federal, Jerome Powell, salió a advertir el viernes que los aranceles aprobados por Trump son “mayores de lo esperado”, y que por lo tanto también es probable sean más severas sus consecuencias económicas, como el aumento de la inflación y la desaceleración del crecimiento. “Nos enfrentamos a un panorama muy incierto, con elevados riesgos tanto de aumento del desempleo como de la inflación”.
El problema para la Fed es que para estimular la actividad económica y combatir el desempleo debería estimular una expansión monetaria, bajando las tasas de interés, mientras que para afrontar la amenaza de un resurgimiento de la inflación debería aplicar una política monetaria contractiva. Después de los anuncios, se reforzaron los pronósticos de caída económica para este año, que algunas entidades ubican entre 1 y 2 %, acompañados además de un aumento de la inflación que podría llegar hasta 4 o 5 % anual. Los márgenes de actuación de la entidad encargada de la política monetaria se estrechan en medio del descontrol producido por Trump.
Como observa Michael Roberts, hoy el peso del comercio exterior en la economía estadounidense es tres veces el que era cuando se puso en marcha la ley Smoot-Hawley en 1929: en 2024 las importaciones llegaban a 15% del PIB en 2024, frente a aproximadamente el 6% en 1929. La producción y ventas domésticas están mucho más entrelazadas con el ingreso de esas mercancías importadas que hace 90 años. Esto va en contra de la idea de que los aranceles solo afectarán la actividad económica en otros países que le venden a EE. UU. Por eso, los alcances de la guerra comercial en materia de PBI pueden ser muy superiores a las estimaciones mencionadas.
Terreno desconocido
La coyuntura es caótica. No podemos descartar que sea el preámbulo para el objetivo perseguido por la administración Trump de forzar una negociación. Pero aún si fuera así, la gobernanza –o más bien, el desgobierno– mundial entró en un terreno desconocido, con nuevas reglas. Las derivaciones de este cambio serán muy profundas para las relaciones entre las potencias.
Ni la guerra de aranceles, ni la eventual imposición por parte de EE. UU. de nuevas reglas para el comercio y el sistema monetario que imaginan algunos de los funcionarios de Trump que podría lograrse a cambio de revertirlos, cambiarán fundamentalmente el curso de declinación que afecta a EE. UU. Así como las medidas implementadas desde el Pivot a Asia de Obama, y profundizadas por Trump, no lograron frenar el crecimiento de la influencia de China en el mundo. Al contrario de lo que se proponen, como advirtió The Economist, las decisiones de Trump podrían engrandecer a China y no a EE. UU.
Lo que se confirma con el hachazo de Trump al comercio mundial, es la decisión de la principal potencia, que jugó un rol clave para asegurar la integración económica, de barajar y dar de nuevo. Esto profundiza la crisis de lo existente, sin que termine de esclarecerse qué podría configurarse en su reemplazo. Este elemento, la rivalidad exacerbada entre EE. UU. y China, y los escenarios bélicos abiertos, configuran una situación que podrían encuadrarse claramente como caos sistémico, del que Trump se ha convertido en uno de sus principales ingenieros.
NOTAS AL PIE
[1] Stepehn Miran, “A User’s Guide to Restructuring the Global Trading System”, Hudson Bay Capital, 24/11/2024, consultado el 4/4/2025 en https://www.hudsonbaycapital.com/documents/FG/hudsonbay/research/638199_A_Users_Guide_to_Restructuring_the_Global_Trading_System.pdf.
[2] Scott Bessent, “Trump adviser on how the international economic system should change”, The economist, 23/10/2024