Se le nota en la mirada insincera detrás de unos lentes de niño bueno. Se le nota en el lenguaje corporal. Se le nota en la sonrisa forzada, cuando logra esbozar una. Todo él, Álvaro Uribe Vélez, segrega insidia, igual que sus ministros más cercanos, el de Defensa y el Comisionado para la Paz, título tan engañoso como todo lo que representan, que no es sino un deseo infinito de acabar con los rebeldes colombianos a sangre y fuego, sin tener paz con la miseria.
Allá ellos, se dirá, al fin son del mismo país y les toca dirimir sus conflictos por los medios que mejor les parezca. El argumento sería impecable si no fuera porque la guerra que se libra en Colombia no es una matanza interna, que no afecta a sus vecinos más cercanos, en particular a Venezuela, a lo largo de cuya frontera se libran constantes enfrentamientos armados.
Esa guerra que se le escapó de las manos al gobierno colombiano a veces se traslada a territorio venezolano. En todo caso acá nos llegan sus víctimas y a veces también sus victimarios, que entran subrepticiamente a secuestrar, atracar o cobrar vacuna a los habitantes de nuestra región occidental.
Hace unos meses algo o alguien iluminó al Presidente de Colombia para que recurriera a Hugo Chávez como propiciador de un intercambio humanitario. Nuestro mandatario, con su proverbial sinceridad y la locuacidad que lo caracteriza, aceptó la encomienda como una misión fundamental.
Poco después, cuando parecía que él y la senadora Piedad Córdoba iban por buen camino, rumbo al éxito, algo o alguien hizo que el Presidente Uribe cambiara repentinamente de opinión, retirándole el encargo a Chávez de manera abrupta y grosera.
Pero ya la procesión iba por dentro. Las FARC, descalificadas y satanizadas por los uribistas, decidieron liberar tres rehenes como muestra de su consideración por los intermediarios.
De nuevo el gobierno de Colombia intentó, por todos los medios, boicotear el gesto de buena fe; sin embargo, a la postre, el tiro les salió por la culata.
Esta vez no podrán hacerlo quedar como charlatán, incauto y sin dotes diplomáticas. ¡Chávez los tiene locos!
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