El Imperio Romano (desde Augusto al fallecimiento de Teodosio) duró desde el año 29 a.n.e. hasta el 395 d.n.e. Italia había florecido sobre el saqueo, la muerte, la explotación, la opresión, la miseria y el sufrimiento de otros pueblos. Mil setenta y cuatro años luego del derrumbe de ese Imperio nació Maquiavelo en Florencia. Al cumplir cuarenta y cuatro años escribió su famosa obra “El Príncipe”. Toda la esencia de su contenido se centra en que la utilización de la fuerza es justa cuando es necesaria. Federico Engels sostiene que Maquiavelo es el primer escritor militar digno de mención de los tiempos modernos. Proporcionó, Maquiavelo, a las lenguas modernas el sustantivo de maquiavelismo. Este, amén de ser considerado como una doctrina, igualmente se le figura con astucia e hipocresía o política desprovista de conciencia y buena fe. Comenzaba en América la tercera década de exterminio de los aborígenes por el imperio español.
“El Príncipe” es, en verdad, la historia de un hombre ambicioso. Maquiavelo no vivía en condiciones económicas onerosas. Era un hombre lleno de rencor y aburrimiento. Se sentía ignorado por los Médicis, los dueños de Florencia en su tiempo. Pero Maquiavelo, a pesar de su rencor, estaba dispuesto a servir con lealtad a los Médicis.
Maquiavelo luego de jugar, entre disputas y maldiciones, chaquete (peones y dados sobre un tablero) con el posadero, el molinero, el carnicero y dos obreros de un horno de cal, leía a Dante, Petrarca, Tibulo y Ovidio y después, en la noche se dedicaba a escribir. Así fue como escribió “De Principatibus”. Indagó cuál era la esencia de los principados, cuántas clases lo integraban, cómo se adquieren y mantienen y por qué se derrumban. Maquiavelo estaba desesperado en obtener un trabajo para no caer en la miseria y el desprecio. Se ofrecía aunque fuera para rodar una roca. Tal vez hoy Bush le hubiese ofrecido rodar las montañas de Afganistán para premiarlo por dejar a la mira de los pilotos que rezan antes de bombardear los “escondites” de Osama Bin Laden.
Para Maquiavelo la victoria del más fuerte es el hecho fundamental de la historia. Para ese notable escritor político y militar el principado, como para Bush el imperio imperialista, es una creación de la fuerza. Olvida el segundo, para no criticar en nada al primero, que el comunismo también será una creación de una fuerza revolucionaria que transformará total e íntegramente el mundo.
Para Maquiavelo exclusivamente son buenas armas, buenas tropas, las que son cercanas al príncipe, integradas por sus ciudadanos, sus súbditos y sus criaturas. ¿Qué de cosas tiene la historia? Para Bush las buenas armas y las buenas tropas son exclusivamente las de Estados Unidos. Bush sí aplica la máxima de Maquiavelo de que el éxito de una acción está en sus medios de coacción y en su capacidad de obligar al mundo por la fuerza de su imperialismo. Maquiavelo sostiene que todos los profetas armados han vencido, desarmados se han arruinado. De la misma manera recomienda Maquiavelo que cuando un pueblo no crea en lo que le dice su príncipe (como el caso del pueblo afgano y del iraquí que no creen en Bush) , es necesario hacerlos creer por medio de la fuerza.
Maquiavelo analiza distintas formas de cómo llegar a ser un príncipe. Tal vez Bush tenga un poco de cada cosa menos virtud. Llegó a la presidencia de Estados Unidos con parte de sus armas, con parte de las armas de otros, con perfidias y con cierto favor de ciudadanos de los Estados Unidos. Su 'triunfo' fue una demostración de las enormes irregularidades que llenan la democracia estadounidense de dudas e imperfecciones. Bush tiene bastante de Agatocles y bastante de Oliverotto.
Si Bill Clinton descuidó un poco las armas por las dulzuras de la Lewinsky, Washington Bush cree que las crueldades mal practicadas deben ser prolongadas, poco numerosas al comienzo pero multiplicadas con el tiempo sin cesar mientras no vea suficientes cadáveres que apilonados sirvan para aterrorizar al mundo. Y nadie mejor que Bush, para comenzar el tercer milenio, ofendiendo con mayor demostración de ventajismo de fuerza a los “impotentes” de Afganistán y de Irak. Bush sabe que no debe andar tocando a los poderosos a diestra y siniestra, pero cuando los toque será para matarlos.
De acuerdo a la doctrina de los principados de Maquiavelo estamos, ahora en la globalización neoliberal imperialista, ante un principado despótico, gobernado por el “Estado soy Bush” o, paqra mejor decir, el “imperialismo más poderoso y temible soy: Bush” que tiene al mundo por su esclavo. Para mantener el predominio unipolar de los Estados Unidos en el mundo, Bush intenta exterminar toda identidad que pretenda liberarse de la opresión y su despotismo, para que los pueblos entiendan que deben estar acostumbrados a la obediencia y ser incapaces, por sí mismos, de conquistar su redención.
Aunque parezca mentira, Bush está retratado en la imagen que Maquiavelo describe del príncipe nuevo: vive en el seno del peligro, que dos temores le habitan y deben habitarle: la inevitable rebeldía de sus súbditos estadounidenses que tarde o temprano estallarán contra la política de agresión imperialista; y la de los pueblos del mundo que serán obligados a levantarse contra sus opresores en menor tiempo que el creído por los ideólogos del imperialismo. De allí que Bush recoge con acierto el consejo maquiavélico de no ser un mandatario más bueno que malo. Además de tener algunos vicios y algunos defectos para conservar al Estado de Estados Unidos.
Bush sabe que es mejor ser temido que amado. Y que ser amado depende de los hombres, pero éstos temen a gusto del príncipe. Bush olvida que el odio de los súbditos es una cosa muy grave. Bush tiene bastante de Quirón: a veces obra como animal y otras como hombre. Combate con la fuerza al exterior y valiéndose de leyes pérfidas la interioridad de su nación. Precisamente Bush trata de aplicar otra máxima de Maquiavelo: ser al mismo tiempo zorro y león. Lo primero para advertir las trampas y lo segundo, para exterminar a los lobos.
Pero Bush de “El Príncipe” aplica mucho más de su contenido. Sabe que debe conservar su vida y la de su Estado. Está obligado a conseguirlo y por tanto todos los medios que utilice serán juzgados como honorables por casi todos los gobiernos y estados del mundo. Bush es el príncipe mayor del siglo XXI.
Para sus andanzas Bush se vale también de otros príncipes, tales como el primer ministro de Inglaterra, los presidentes de Francia y Rusia, la cancillería de Alemania y una serie de súbditos que están, equivocadamente, convencidos que son “príncipes”, pero no pasan de ser esclavos del imperialismo mayor o, más concretamente, del príncipe mayor. Los que no se han hincado de rodillas ante el príncipe mayor, por haber abrazado la neutralidad ante los bombardeos indiscriminados de Estados Unidos a Afganistán e Irak, son considerados como irresolutos y, por tanto, se les prepara, desde los círculos de la conspiración imperialista, su ruina y hasta su muerte.
Por mucha sumisión que logre Bush del resto del mundo, por muchas muertes que aterroricen a una buena parte del mundo, por mucha euforia que cautive por sus crímenes, la historia le guarda un veredicto desconcertante para su destino y su obra. Distinto a Maquiavelo, Bush sí sospechará los sinsabores y cargará por el resto de su vida las decepciones, pero por la emoción de sus actos criminales no podrá imaginarse ni un solo instante el rumor que se levanta en el mundo contra el ejercicio despótico de su mandato.
Si el diablo es llamado amistosamente en Inglaterra Old Nick , en el mundo no faltará un escritor de tragedia colectiva que sostenga: puesto que no hay nadie más malvado en la tierra, después del Diablo verdadero que es Satanás, que Bush, y puesto que éste es establecido por él como su lugarteniente, para mandar a los demás hombres, es menester estar en guardia con respecto a su cualidad, a fin de respetar y venerar su majestad con toda obediencia y de sentir y hablar de él con todo honor, pues quien desprecia a su príncipe soberano desprecia al Diablo, del cual es imagen en la tierra.
Si El Leviatán es un mito, Bush es una realidad trágica para el mundo actual. Si El Leviatán es la síntesis del hobbismo, Bush es la generalidad del imperialismo globalizador y neoliberal. La naturaleza no puso en Bush el instinto de la sociabilidad, porque él no busca compañeros sino por interés de la necesidad económica de su imperialismo.
Bush ya no podríani siquiera corregirse a sí mismo ni que se convenza, hincado de odillas frente a un altar, que ha obrado mal, pero contra su autoridad sabe que no puede haber otro remedio que su propia autoridad. Los súbditos, tengan conciencia de esto, no deben oponer ningún tipo de violencia al príncipe Bush más que exhortaciones respetuosas, sin rebelarse ni murmuraciones, y oraciones por su conversión.
La práctica es quien conforma el criterio de la verdad. Por eso Bush ha ido también a los principios de “Mein Kamp” (Mi Lucha) para tomar de ellos los que alimentan el espíritu del expansionismo y la criminalidad. Ahora no son los judios los que le atormentan la conciencia al Führer Adolfo Hitler, son todos los pueblos los que perturban la “paz” del imperialismo de Bush. De allí que tiene el convencimiento que el éxito de la política sólo corresponde al que ejerce la brutalidad y la intolerancia. El resto que es la masa (parecido a una mujer según Hitler y también Bush), tiene horror a los débiles, a los tibios y tiene que someterse al hombre fuerte, entero, fanático, que infunde miedo, que aterroriza. Con esa masa no se debe pactar sino decidir: todo o nada.
Hitler le termina siendo un maestro casi perfecto. Le enseñó que el papel del más fuerte es dominar al más débil y nunca fundirse con él. Bush es de sangre “pura” y allí reside su fuerza y los pueblos por tenerla “impura” concluyen siendo los débiles. Sólo el Diablo es capaz de asemejarse lo más cercano a la capacidad de perversión del príncipe mayor. No hay otro ¡por ahora! en la Tierra que lo imite más allá de un50% en sus actos de criminalidad de lesa humanidad. Bush está consciente que sus acciones de bombardeos sobre Afganistán y sobre Irak (aún cuando muchas de las bombas se desvíen y terminen calcinando inocentes y la violencia sea histérica), no deben ser entorpecidas con ninguna consideración de humanidad ni de buena fe intelectual. La propaganda del imperialismo nunca debe ser dirigida al “hombre-individuo” sino al “hombre-masa”, al “hombre-multitud”, para que en su conciencia “oscura” se creen convicciones indestructibles de sumisión al imperialismo mayor y su príncipe. Las masas no crean, sólo esa facultad pertenece al príncipe mayor, aunque éste sea incapaz de escribir una sola línea con coherencia y tino científico. Bush posee en su conciencia su propia raza.
Si Mein Kampf fue un libro que intentó cambiar la faz del mundo para ser dominado y ultrajado por una farsa raza pura, y no pudo, el “Estado soy Bush” o el “imperialismo más poderoso y temible soy: Bush” completará la faena de destrucción de casi todo el mundo. Sólo los pueblos en rebeldía y por el socialismo pueden evcitar las catástrofes y hecatombes que están fijadas en la mente de Bush.