Luego del abrazo en la Cumbre de Río, el presidente colombiano Álvaro Uribe fue emplazado a desistir de estrategias militares para la solución del conflicto en su país. Sin embargo, cualquier decisión que pueda asumir a favor de la paz o de la guerra estará signada por la traición. Su política hacia los paramilitares hace pensar en un acuerdo en el cual un líder de las autodefensas colombianas (AUC) como Mancuso, que haya reconocido miles de asesinatos, sea condenado a ocho años y con beneficios. Gracias a un supuesto trato entre paramilitares y políticos, en los que los primeros funcionaron como maquinaria electoral para ocupar los espacios del parlamento colombiano, que permitiese una ley de Justicia y Paz en la que se garantizara de manera jurídica la impunidad de un asesino confeso como Mancuso. Sin embargo, los bajos mandos paramilitares, no solo no entraban al baile, sino que además, regresarían a la sociedad sin “empleo”, sin tierras, sin riquezas y despreciando la supuesta ayuda social del Estado porque le enseñaron a matar como medio para obtener riquezas. Dar la espalda a esos paramilitares implica que se descubran otras acciones ilegales del estado colombiano. El computador de Jorge 40 y las informaciones que llegan a la Fiscalía de ese país en torno a la llamada para–política, las informaciones que circulan en medios norteamericanos en torno a los lazos del presidente Uribe con el narcotráfico, incluso la difusión de una llamada intrascendente entre Uribe y el Fiscal colombiano, son advertencias al presidente Uribe de lo que puede sucederle si traiciona al aparato militar colombo-norteamericano, es decir, el sector que se beneficia económicamente de la guerra. Hasta aquí, encontramos la figura presidencial amordazada. Quitarse la mordaza convertiría a Álvaro Uribe en narcotraficante y Estados Unidos intervendría Colombia para arrestar a su presidente y juzgarlo como al ex presidente de Panamá, Manuel Antonio Noriega.
Uribe pudo respirar cuando el presidente de República Dominicana lo exhortó a darse un abrazo y buscar la reconciliación. Era una tregua política y la presión por lo menos no implicaba un arresto o una muerte física sino moral. Sin embargo, son presiones políticas que se dan en la vida pública. De allí que Uribe se vea obligado a responder con comunicados y evitar dar la cara con argumentos insostenibles. Pero en la Cumbre era distinto, presidentes de diversos países, todos con experiencia en la oratoria y en el debate político masacraron los argumentos de Uribe, quien se concentraba en la mejor manera de ofrecer disculpas. Pero el objetivo no era desmoralizar a Uribe, no tenía sentido verlo llorar suplicando perdón o verlo iracundo como al Rey de España cuando mandó a callar al presidente Chávez dejando luego un portazo a sus espaldas. Precisamente el jefe de estado venezolano, el más acérrimo crítico de Uribe, el más indignado con la invasión del ejército colombiano a Ecuador, fue el estratega político que lanzó un salvavidas a Uribe. “Usted sabe que mi amistad fue sincera” le dijo Uribe a Chávez y la conmovedora frase agradecía la tregua implícita de Venezuela, solo que todo tiene un precio. Cuando ingresan la senadora Piedad Córdova, además de la madre de Ingrid Betancourt y se muestran pruebas de vida, Chávez presionaba públicamente a Uribe a retomar acciones pacíficas. Uribe tomó la tregua y se hubiese abrazado hasta con Marulanda de haber estado en la Cumbre. Pero está obligado a traicionar, bien sea a los que promueven la guerra o los que promueven la paz. Alguien debe sacrificarse o traicionar. Así trabaja Estados Unidos.
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