Zeus, un buen día, se levantó como se dice, con el pie izquierdo o el zurdo; bravo estaba y con razones de sobra, por la bebedera de caña en que el mortal vivía; y lo que es peor, por el tráfico impune de droga, desde el plebeyo crack o piedra, hasta la refinada cocaína, que transcurría de las selvas y montañas hasta las más altas cúspides del Olimpo, pasando por los tasajos de la tierra; la atracadera, secuestros, desorden y malicia entre él y ella, él con él, ella con ella y hasta el excesivo yo con yo; no aguantando más ese estado de cosas que amenazaban la integridad social, el decoro y hasta las leyes del mercado, mandó a llamar a su hijo Vulcano y le ordenó que le forjase una mujer. Y Vulcano, se fajó como los buenos, y en medio y con aquel candelero, fraguó a la hermosa Pandora.
Toma, Pandora, dijo Zeus, el dios del cielo y el trueno, gobernante del Olimpo, vete a la tierra, lleva contigo este cofre. Dentro estàn todos los males posibles, que el hombre, pese a la corruptela que invade al mundo libre, todavía no ha experimentado. Cuida que de allí no salgan y procura, ya sabrás como hacerlo por los dones que te he dado, que el cofre no caiga en manos de la CIA, SIP, las agencias de prensa internacionales y ONG que se joden el lomo por la libertad y la democracia. Por buenas gentes que sean, no sabrían como administrar esos poderes y entonces si es verdad, que el remedio sería peor que la enfermedad. Pero con ese secreto, que no debes divulgar, trata de poner orden y concierto allá en la tierra, entre los mortales.
La mitología no lo dice, procuró mantener en “Top Secret”, bajo máxima seguridad, de cómo se hizo la cajita sublime. Pero Zeus debió, supone uno que mucho tiene del mal de aquellos pendejos que creen saber los secretos de arriba, ordenar a Vulcano la hiciese. Nadie mejor mandado para semejante asunto. Es no divino, pero si lógico pensar que el herrero del Olimpo, la hiciese con la misma técnica y materiales con los que forjó la armadura de Marte y hasta el escudo de Minerva.
Por lo que adentro tenía y del Olimpo bajó a tierra, llevada bajo el brazo de Pandora, a mezclarse con mortales, balurdos, mercenarios y mercachifles del aire, no quería Zeus que peñonazos, caídas, rodadas, tropezones y hasta misiles salidos de “Manta” o “Tres Esquinas”, rompiesen y ni siquiera magullasen la cajita.
Él se la encontró tirada por allí, por los descuidos de Pandora, en medio de la selva y se la llevò al río Putumayo; ya la curiosidad de la mujer forjada por Vulcano, hizo posible que del divino cofre que le entregó Zeus, saliesen muchas cosas.
Creyendo estar en un sitio, pero confuso, entre un brincar de un lado al otro, no sabiendo exactamente dónde estaba, se entregó al descanso. Pero Marte, dios de la guerra y sus acólitos, que de paso se creen amos y guachimanes de todo, que con sus artes lograron encontrarlos, comenzaron a lanzarles desde arriba cuanta vaina les cayó en las manos. Con un pie en “Tres Esquinas” y otro en “Manta”, todavía afectados por Baco, era sábado 1º de marzo, la noche anterior fue de palos, los de Marte, dejaron caer misiles, peñonazos enormes, hierros fundidos en el taller de Vulcano, metralla de la gruesa y todo alrededor quedó fracturado y chamuscado. La mayoría de sus acompañantes que quedaron vivos, porque solo no andaba quien había hallado la vacía cajita de Pandora, fueron rematados por la espalda, por quienes bajaron descolgándose por las piernas de Marte.
Pero para quien ignora o ignoraba el divino origen, fue sorpresivo que el cofrecito, apareciese allí como inmaculado, en el espacio donde todo era caótico, lleno de cenizas y árboles arrancados de cuajo. Estaba intacto y bruñido, sin rasguño; eso es explicable, si recordamos que lo forjó Vulcano.
Entre naranjas, toronjas y hasta santos- estos últimos abundan en los espacios dónde se dieron los acontecimientos- apareció la cajita que la curiosa Pandora, creyó dejar vacía. Para ella, sólo esperanzas adentro le quedó. Quizás por esto se descuidó de nuevo y la dejó tirada en el espacio hasta donde Marte y sus guerreros mercenarios, aventaron tanto proyectil. El mismo sitio, donde la halló sin que nunca supiese que era, el primero por la metralla aniquilado.
No obstante, quizás por eso su descuido, Pandora supo que para Marte y los suyos, la esperanza era una mercancía devaluada.
Y un Naranjo la encontró, en apariencia tal como Zeus se la entregó a Pandora. Nueva y hasta con la garantía vigente y pegada con cinta engomada.
Y al Santo(s) se la entregó el Naranjo. Y aquel muy acucioso, entrenado para encontrar lo que no existe, ver u oír lo que nadie ve u oye, con tal de tener como envainar a quien sea y lograr que las cosas se perciban distintas a como son, llenó de nuevo la cajita que Pandora dejó que se vaciase y le metió lo que el diablo y Marte le subieron a la cabeza. Y apenas deja salir algo para fundamentar una conducta, la vuelve a llenar. Y de allí ha salido de todo, hasta uranio, que los guerrilleros llevaban para arriba y para abajo como si fuese carne seca o bultos de casabe o mandioca. También trescientos millones de dólares, envueltos en hojas de plátano y coca que Chàvez envió en una encomienda por carretas de mulas. Y unas cuantas intimidades, que en lugar de estar en otro sitio, aparecieron en una caja, ya Pandora lo sabía, a la que no se le podía abrir una hendija, porque enseguida se esparramaba. Ni Vulcano pudo corregirle ese defecto de fábrica.
Ojalá – esta expresión es árabe y de repente terrorista- de la computadora que fue de Reyes y ahora de Juan Manuel Santos, que más parece una caja de Pandora, “llueva café”, como cantasen Juan Luis Guerra y su 4.40.
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