Un
problema cardíaco posiblemente produjo la muerte de Manuel Marulanda
Vélez, campesino de origen de casi ochenta años de edad, sesenta de los
cuales estuvieron dedicados a la lucha guerrillera ininterrumpida en
razón de sus creencias políticas e ideológicas, que firmemente lo
mantuvieron en combate contra el Estado terrorista colombiano, con el
propósito de liberar a su país del yugo de la alianza sanguinaria
oligárquico-imperialista y conquistar de esa manera un futuro
promisorio de bienestar y paz para su pueblo. “Tirofijo”, como también
se le conocía, dedicó su vida a la construcción y mantenimiento de un
poderoso ejército insurgente, una vez que se cerraron totalmente las
vías democráticas de lucha política en Colombia con el asesinato de
Eliécer Gaitán en 1948 y los sucesos posteriores.
Las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), hoy
paradójicamente tildadas de terroristas precisamente por los máximos
ejecutores mundiales del terrorismo de Estado, son sin lugar a dudas
uno de los ejércitos guerrilleros consolidados más poderosos que se
hayan construido en América Latina y de los de mayor permanencia en la
lucha revolucionaria en el mundo. Su crecimiento y expansión
obedecieron a las acertadas labores organizativas de Marulanda entre
los campesinos pobres y los “sin tierra” de Colombia, labor facilitada
por el origen mismo del jefe guerrillero, así como por las deplorables
condiciones de vida del pueblo y la salvaje represión política y
asesinato de líderes populares existentes en ese país.
El
3 de abril de 1993, con motivo de la Octava Conferencia Nacional
Guerrillera Comandante “Jacobo Arenas”, las FARC-EP presentan su
propuesta de plataforma programática para un gobierno de reconstrucción
y reconciliación nacional. En ella convocan a “todos los
colombianos que anhelan una patria amable, en desarrollo y paz, a
trabajar por la conformación de un gobierno nacional pluralista,
democrático y patriótico (...)” (1). Destacan entre sus objetivos
los siguientes: Carácter bolivariano de la doctrina militar y de la
defensa nacional, con unas fuerzas armadas exclusivamente para la
defensa de las fronteras y como garantes de la soberanía nacional,
alejadas de labores represivas internas, respetuosas de los derechos
humanos y de un tamaño y presupuesto acorde con un país que no está en
guerra con sus vecinos.
Participación
democrática con gremios, sindicatos, entes académicos y científicos y
organizaciones populares, en las decisiones de política social,
económica, energética y de inversiones estratégicas. Plenos derechos
políticos y sociales para la oposición y garantía de acceder a los
grandes medios de comunicación, total libertad de prensa, elección
popular del Procurador General, nacionalización de los sectores
estratégicos de la economía, autosuficiencia alimentaria, estímulo
permanente a la pequeña, mediana y gran industria privada; 10 por
ciento del presupuesto nacional para investigación científica, 50 por
ciento para bienestar social (salud, vivienda, educación, trabajo,
recreación), protección del medio ambiente, el IVA sólo para bienes
suntuarios, democratización del crédito agrícola, asistencia técnica a
la producción, construcción de mayor número de refinerías y desarrollo
de la industria petroquímica.
Relaciones
internacionales con todos los países del mundo, respeto a la
autodeterminación de los pueblos, renegociación de la deuda externa,
revisión de los pactos militares y de la injerencia de potencias
extranjeras en los asuntos internos colombianos, priorizar tareas de
integración regional, explotación de los recursos naturales en
beneficio del país y de las regiones, renegociación de los contratos
con compañías multinacionales y la solución del problema de producción,
comercialización y consumo de drogas (narcóticos y alucinógenos), lacra
de carácter social que no puede tratarse por la vía militar y que
requiere un acuerdo con las grandes potencias como principales
demandantes mundiales de estupefacientes.
Como
claramente se puede apreciar, se trata de un programa antiimperialista
de carácter nacional revolucionario, planteado para convocar a la
mayoría de los colombianos. Pedro Antonio Marín Marín fue sin duda un
revolucionario, cuya figura ha sido execrada y satanizada por los
enemigos de la humanidad, independientemente de los errores que pueda
haber cometido como hombre que, además, vivió siempre en circunstancias
de excepción, hostigado y perseguido por el país más poderoso del
mundo, militarmente hablando, y sin disponer de las ventajas que, en
condiciones de lucha parecidas, tuvieron otros movimientos de
liberación nacional. Sin ninguna duda, Marín Marín, Marulanda o
Tirofijo tiene un merecido puesto en la historia de las luchas
emancipatorias de nuestras patrias.
(1) FARC-EP. Nuestra Frontera es la paz. Ediciones el Centauro (Luis Fuenmayor Toro, Camilo Arcaya y José Agustín Catalá, editores), 289 P, 1998, Caracas.
La Razón, pp A-8, 1º-06-2008, caracas.